El río que se encauza siempre busca por dónde salir

Juan Fernando Ospina

¿Qué pasaría si no existieran espacios que garanticen los derechos culturales de la ciudad? O peor aún, ¿qué pasaría si existieran pero no pudiéramos acceder a ellos? El Museo de Arte Moderno de Medellín, el Ballet Metropolitano, Otraparte, el Teatro Metropolitano José Gutiérrez Gómez y la Orquesta Filarmónica se unieron en No(s) lleva la corriente, una serie de encuentros que reflexionaron sobre el acceso a la cultura y el derecho a la ciudad.

Por Laura Almanza

I

25 de octubre de 2023. El Parque Lleras a las dos de la tarde parece un local cerrado: quieto y vacío. De los veintiún módulos para artesanos y pintores que la Alcaldía entregó en agosto, solo hay dos ocupados. Uno con lienzos de caballos en arte pop y otro lleno de accesorios tejidos en chaquiras. Busco dónde comprar un cafecito para sentarme a esperar, pero no se ven cafeterías ni venteras con termos, solo un par de turistas con cara de perdidos. Parece que la única opción es el Juan Valdez de la carrera 37A.

Desde aquí iniciará una caminata hasta Ciudad del Río. Veo que en una de las jardineras empieza a reunirse un grupo de gente y se me hace un poco obvio que también vienen para el recorrido. Cuando la guía llega se presenta. “Mi nombre es Marcela Franco, hago parte del Comité Cívico de Barrio Colombia y soy habitante de la Comuna 14, El Poblado”. Pienso que habitar es una palabra que casi no se usa, pero se pronuncia con énfasis. No vive-en, no se queda-en, no. Se habita. Marcela nos cuenta que hubo un tiempo en que el parque era parada obligada de las caminatas mañaneras de los jubilados. Las familias iban a comer cono después de misa y los pelados se sentaban al pie de la fuente a tertuliar antes o después de las rumbas. Pero en el barrio Lleras ya no hay casas familiares, el local de helados Mimos cerró hace más de diez años y la fuente de bronce se perdió desde una remodelación que hicieron en 2014.

Ya parece un centro comercial a cielo abierto. “El destino perfecto si quieres pasar una noche inolvidable”, dice la guía oficial de viajes de Medellín. Todo lo que rodea al parque son locales comerciales que están dispuestos para que los gringos se amañen: las terrazas ahora son rooftops; los café internet, coworking, y los antros ya no son antros sino clubs. Esta ciudad también se cambiaría el nombre si los reguetoneros no lo mencionaran en sus canciones todo el tiempo.

“En realidad el problema no es que vengan turistas”, dice Marcela, “sino que conviertan este espacio en algo que solo puedan disfrutar ellos y desplacen a quienes ya estaban aquí”.

La popularización de la ciudad como destino turístico ha hecho que sectores como el Lleras, que ya era una zona rosa, se prepararan para atender esa gran demanda de entretenimiento. Solo en octubre de este año entraron 127 074 pasajeros a través del puerto migratorio del aeropuerto José María Córdova, de los cuales el 88,3 por ciento declaró que su principal motivo de viaje era por vacaciones.

Es un hecho: está llegando mucho extranjero. Desde el sector económico son recibidos con los brazos abiertos. ¿Y cómo no? Los gringos vienen con los bolsillos repletos de dólares a llenar restaurantes, salir de fiesta, ocupar hoteles o pagar visitas guiadas. Básicamente, a mover la economía. Pero querámoslo o no, también se mueve el comercio informal que suele ser inofensivo, y el ilegal, con el que nos hacemos los bobos. El gran problema es que estos dos últimos no sirven para poner en la vitrina de la ciudad donde todo florece. Ni los artesanos mugrosos, ni las mujeres indígenas bailando música urbana, ni mucho menos los que venden, a punta de pregones, ruedas, popper, tusi, yerba y perico.

El 3 de mayo de 2023, el entonces alcalde Daniel Quintero ordenó el cerramiento del Parque Lleras. “Vamos a tener seguridad permanente con puntos de control que eliminan de tajo todas las modalidades delictivas que alguna vez se causaron acá”, dijo. Pusieron cien vallas y seis puntos de acceso, desde los cuales la Policía decide quién entra y quién no. Porque, ¿quién más, si no la autoridad, puede decidir sobre un espacio público?

“Pues si la idea era que fuera un parque para caminar, esas vallas son un despropósito”. Juan Sebastián Bustamante también nos acompaña durante el recorrido. Él hace parte del equipo de Urbam Eafit (Centro de Estudios Urbanos y Ambientales). “Hace poco venía caminando con mi hijo, y como es un bebé, lo traía en el coche. Cuando fui a pasar en medio de las vallas, el coche no cabía. Miré al policía que estaba ahí parado y no hizo nada. Con rabia, debo admitirlo, moví bruscamente una valla para poder pasar, y lo único que me dijo después fue que la volviera a poner como estaba”.

“Si de verdad quisieran solucionar los problemas de indigencia, prostitución o la explotación de menores, hubieran hecho algo más que poner unas vallas”, soltó Marcela. “Porque lo único que hicieron fue trasladar a todas estas personas a La 10, que cada vez es más decadente. Uno pasa y da tristeza”.

Mientras caminábamos surgieron más preguntas entre los asistentes. ¿La turistificación llegó a un punto en que es irreversible? ¿Por qué las soluciones siempre son como paños de agua tibia y nunca arreglan nada? ¿Si se cierra un espacio público como un parque, entonces ya se vuelve privado? ¿Para quién es la ciudad?

Antes de empezar a bajar por La 10 y continuar con el recorrido, le di una última mirada a ese parque medio solo y medio muerto. Recordé al sociólogo polaco Zygmunt Bauman, quien escribió que cuando se cierra un espacio público “además de la inseguridad, es posible que también desaparezcan de las calles las principales atracciones de la vida urbana, como la espontaneidad, la flexibilidad, la capacidad para sorprender y ofrecer aventura. El sustituto de la inseguridad no es el éxtasis de la calma, sino la maldición del aburrimiento”.

Juan Fernando Ospina
Juan Fernando Ospina
Sergio González

II

Quince días antes de ese recorrido, el 10 de octubre de 2023, se daba el primer encuentro del festival No(s) lleva la corriente en el Teatro Metropolitano. Nunca antes había entrado y debo admitir que me emocionó un poco saber que podía hacerlo gratis. Llegué en medio del conversatorio “El cuerpo como territorio de soberanía y resistencia”. Lilith Border, que tenía la palabra en ese momento, declaró: “El arte siempre va contra la corriente”.

No fue la única declaración de esa noche. Después del conversatorio seguía la presentación de Montajes Maricas, una puesta en escena de Otredanza Compañía artística LGBTI de Medellín. Escogí un buen puesto y me senté a esperar en la oscuridad del teatro a que empezara la función.

***

Bajo luces amarillas, moradas, verdes y azules, les bailarines danzan. Suenan el torbellino, el merengue campesino, la danza de la chicha, el ventarrón, el pasillo, el bambuco. De pronto hay un silencio. Uno de los bailarines detiene la coreografía, las luces caen sobre él, y con un grito de hastío exclama: “¡Un momento! El folclor es un hecho social. ¿Por qué perpetuar el machismo, la opresión de la mujer y los roles de género estereotipados que se promueven y fomentan desde la danza folclórica tradicional colombiana?”. Entonces el baile se transforma. En el escenario solo quedan un par de hombres. Cruzan miradas, se coquetean con sus caderas, con sus sombreros, con sus gestos. Poco a poco empiezan a acercarse, y en el centro del escenario, se besan.

Cambio de escena. Aparece una mujer vestida con un traje típico masculino, pantalón a los tobillos, camisa blanca y pañuelo rojo al cuello. Se para en el atril y lee un manifiesto: “Nací libre como el viento, así dice el himno de Antioquia. Antioquia, la ultraconservadora, Antioquia, la gobernada en nombre del Sagrado Corazón y la Virgen María. Antioquia, en la que no somos libres por más que nos hagan creer que es así. Esa Antioquia es en la que día a día transitan nuestros cuerpos, nuestras estéticas… Es Antioquia en la que está bien decir lo políticamente correcto, y lo correcto es decir y vivir lo que somos como población LGBTI. ¿Pero por qué nombrarnos de la forma política y socialmente correcta? ¿Acaso la ley nos define? Pues no. Somos de Antioquia y locas nos declaramos. Y nuestro cuerpo es un lienzo en blanco en el que día a día escribimos nuestra historia”.

Días después hablé con Lilith Border, quien estuvo a cargo de la dirección general y artística de Montajes Maricas.

—Estos encuentros que están proponiendo las entidades del sur en el proyecto de El Poder de la Cultura se nombran como No(s) lleva la corriente. Y tienen esta reflexión sobre la cultura como un río que siempre está en movimiento, en acción, en continua transformación y progreso.

Sí, bueno, al menos desde Otredanza creemos que la cultura y el arte deben ser disidentes, que van en contra del orden, y eso implica en muchas ocasiones ir contra la corriente. A eso me refería cuando lo expresé en la conversación.

—Pensé que quizá estaba encaminado hacia lo difícil que es abrirse paso en el sector cultural.

A ver, la cultura es un sector que sobrevive. Y eso en parte tiene que ver con que no contamos con unas políticas culturales claras, unos parámetros para que los recursos estén encaminados a nuestros proyectos. Eso es fundamental, porque nos da la posibilidad de hacer y de crear bajo nuestra propia mirada, eso sí, porque la cultura no puede institucionalizarse. En el momento en que eso pase, se muere.

Laura Almanza
Laura Almanza

III

17 de octubre de 2023. Estoy en el Parque Cultural y Ambiental Otraparte en Envigado, sobre toda la carrera 43A, esa que en algún punto se convierte en la avenida Oriental. Hay un taller de kintsugi y el salón está lleno. En japonés, kintsugi significa reparar con oro y es una técnica que invita a pensar cómo podemos reconciliarnos con nuestras cicatrices. Veo la paciencia con la que los participantes reparan las vasijas. Es verdad que a pesar de sus grietas, se ven bellas. Al finalizar pusieron cojines en el piso donde las personas se tendieron y se apagaron las luces. Así, inició una conversación sobre la resiliencia, esa capacidad para superar los momentos difíciles, para seguir con la vida.

Cuando terminó el taller, me senté en una de las mesitas del café de Otraparte. Un chelo se empezó a escuchar tenue junto a los violines que se estaban afinando. La puesta en escena, inspirada en el Guayacán de Ethel Gilmour, presentada por el Ballet Metropolitano y la Orquesta Filarmónica, estaba a punto de empezar. Las personas que estaban tardeando en el café no se inmutaron. Ni siquiera con el grupo de danzarines que salieron después con vestidos de color café y amarillo, a dar piruetas en el aire. Seguían conversando tranquilamente, bajo la tarde fresca, como si estuvieran escuchando música de fondo. ¿En qué momento se nos agota el asombro como espectadores?

IV

En febrero de este año, la Plaza Botero fue cercada con vallas. Bajo la premisa de “garantizar la seguridad de la zona”, se instalaron varios puntos de acceso custodiados por la Policía, como pasó unos meses después en el Parque Lleras, decidiendo quién podía entrar y quién no.

16 de noviembre de 2023. Todas las intervenciones artísticas que No(s) lleva la corriente había realizado en otros lugares del sur se presentaron nuevamente en la Plaza Botero y sus alrededores. Llegaron allí para ser parte de Confines Públicos, un encuentro que se vivió entre el 15 y el 18 de noviembre para pensarnos el derecho a habitar el espacio público, a través de la posibilidad que tiene el arte para hablar de temas difíciles.

Medellín es de contrastes. Eso que llamamos cultura se vive de forma distinta en cada rincón de la ciudad. Por eso las entidades culturales tienen un gran reto, ¿cómo salir de las paredes para impactar a más personas? ¿Cómo generar reflexiones en aquellos que no visitan los museos, los teatros, los espectáculos a puertas cerradas?

De la entrada del Museo de Antioquia salió una persona enmascarada, arrastrando un vestido naranja y rosa larguísimo. Unos guantes negros le cubrían medio brazo, unos tacones rojos estilizaban sus piernas. Los pregoneros de los restaurantes de Calibío le abrían paso, los transeúntes se detenían sorprendidos. ¿Es un hombre? ¿Es una mujer?, Ah, como que es un performance, Mirá mami, qué vestido tan lindo el que tiene, parece una princesa.

La cultura es como un río que siempre está en movimiento. Un río que a veces fluye con calma acostumbrado a su cauce. Pero otras veces, cuando la realidad que lo acontece lo desborda, cede a su naturaleza y sale con fuerza a mostrar lo vivo que está.

Sergio González
Sergio González

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