Viajera y vibrante, erudita o folclórica, la trova antioqueña ha sabido adaptarse a los tiempos y los espacios. Guarda los ecos del romancero español para cantarse en ritmo de bambuco. Montañera y citadina, es una manifestación que demuestra que la cultura se nutre en la transformación.
Por Giovanni Figueroa Jiménez, Periódico La Pupila
Fotografías de Juan Fernando Ospina
Jaime era un niño que a sus ocho años veía cómo su tío Carlos Diego hacía trovas que alegraban la vida. Se asombraba al escuchar que algunas palabras encajaban unas con otras, y aunque no sabía que eso se llamaba rima, le causaba gracia todo aquello que se decía con humor.
Hoy, Jaime Eduardo Ortiz Corrales es un trovador de larga trayectoria. A pesar de que su tío ya no está, siente que gracias a él aún trabaja con la trova. A través de los versos y la improvisación ha desarrollado otros talentos para el espectáculo y la comunicación, haciendo de ello una carrera y un estilo de vida.
La historia de Jaime es quizás similar a la de muchas personas que, a través de unos u otros referentes, se interesaron por aquellos versos que los paisas hicieron propios y hoy son parte de su vida, de su familia, de su cotidianidad. Él, al igual que muchos otros, es uno de los adalides para que la tradición de la trova antioqueña se mantenga firme con el paso del tiempo.
Trove, trove, compañero
La trova antioqueña que se practica en la actualidad es conocida con el nombre de trova sencilla o tradicional, tiene como estructura una cuarteta octosilábica con rima generalmente asonante en sus versos pares. También hay otras modalidades de trova como la dobleteada, el 5 y 6, la décima y muchas otras más, que pueden tener variaciones musicales y de rima según la región en la que se desarrollen.
Cuenta la historia que la trova tiene su origen en Europa, donde los juglares, unos agraciados personajes de origen campestre, iban de pueblo en pueblo recitando, cantando, bailando o entreteniendo a la gente. Se dice que algunos de ellos llegaron a presentarse ante los nobles y los monarcas.
En Antioquia también tuvimos nuestros propios juglares, en especial en las zonas rurales, en las que aquellos cánticos y poesías fueron adaptados con música campesina para luego adquirir ritmo de bambuco, de ahí que la trova antioqueña sea el resultado de una serie de tradiciones influenciadas especialmente por los españoles durante la colonización, que fueron transformadas por las costumbres y las expresiones artísticas propias de nuestra tierra.
Recorriendo la historia
En la década de los setenta, ya era común ver trovadores haciendo algunos espectáculos folclóricos y enfrentándose a través de duelos o batallas de trova de carácter controversial y mordaz, que de alguna manera se asimilaban a los “duelos de los guapos” que se protagonizaban en Antioquia a comienzos del siglo XX. Situaciones que de alguna manera dibujan de cuerpo entero la idiosincrasia del pueblo antioqueño, su predisposición a la aventura y la competitividad en cualquiera de sus formas.
Después de popularizarse en las fondas, el 8 de agosto de 1971 se realizó en el entonces Zoológico Santa Fe el primer festival de la trova de Medellín, que no pretendía ser una competencia sino un encuentro. Pero ya sabemos lo que es la trova, y los participantes se lo tomaron como un tire y afloje verbal.
Cuatro años después nació el Festival Nacional de la Trova, un evento que sí tenía el carácter de competencia y en el que se coronó como rey a Gregorio Becerra, un campesino de Montebello, y como virrey a Gustavo García, secretario general de la Universidad de Antioquia.
Los años ochenta marcaron una era dorada para la trova en Antioquia. Los festivales se fueron popularizando y cada vez más público asistía. De ahí que surgieron figuras como John Jairo Pérez; Saulo García, Gelatina; Germán Darío Carvajal, Minisicuí, y Cesár Augusto Betancur, Pucheros, entre otros, quienes se batían en sendos duelos con referentes de finales de los años setenta y principios de los ochenta como Jorge Carrasquilla y Miguel Ángel Zuluaga.
Durante la década de los noventa y hasta principios de este siglo la trova o en particular los festivales tuvieron altibajos derivados del regionalismo, los fenómenos comerciales y la migración de trovadores a otras actividades como la comedia y el humor, la locución de radio, la escritura de guiones y la música parrandera, además de que se sintió de una manera profunda la transición generacional.
A pesar de eso, en 2002 la trova fue declarada patrimonio artístico y cultural de Medellín y para el año 2005 se realizó la primera versión del Festival Nacional de la Trova Ciudad de Medellín, en el marco de la Feria de las Flores, con una visión innovadora que incluía nuevas modalidades, una calificación más integral y la inyección de recursos públicos. Todo esto permitió realizar los festivales en grandes escenarios, aspectos que le dieron un nuevo aire y altura al espectáculo.
Del campo a la ciudad
El carácter rural de la trova está influenciado por la acogida de la población campesina, minera, agricultora, arriera y errante, comunidades que se encuentran fundamentadas en la cultura de la oralidad.
El primer festival ya mostraba cómo a través de una expresión como la trova confluían participantes oriundos de los municipios antioqueños con marcada influencia campesina, quienes se enfrentaron con algunos trovadores citadinos. Según Aldo Julián Ocampo, rey nacional de la trova en varias oportunidades, “en ese primer festival era más lo rural y me parece muy importante que la academia haya tenido esa sensibilidad con la trova, porque hoy no se percibe así. Yo diría que hoy por la globalización que tenemos, con tantas influencias de otros países y culturas, a veces no se valora tanto lo propio, pero en esa época era muy diferente, la academia tenía mucha sensibilidad hacia lo folclórico y se valoraba mucho. Eso fue muy importante para la trova y de alguna manera propició que eso que era tan rural, tan bucólico, tan silvestre, se volviera más técnico y se perfeccionara mucho, primero con Jorge Mario Correa y después con trovadores como Cesar Augusto Betancur, Pucheros”.
Y agrega: “Esa espontaneidad se nutre de todo lo que vino de España con la colonización, el movimiento de los juglares en Francia, lo que llaman el romancero español. Eso llegó al campo y esas coplas que en principio eran aprendidas, se transmitieron de generación en generación y luego los campesinos empezaron a crear sus propias coplas improvisadas. Luego en la ciudad, concretamente entre la gente desde las universidades, se le dio un toque más técnico, un trato del idioma más perfecto: ahí fue donde nacieron trovadores como Jorge Mario Correa, rey de la trova de 1976. Él ya era un trovador que tenía un discurso más de la actualidad. Mientras el campesino le trovaba más a lo folclórico, a lo del campo, esos trovadores de la ciudad hablaban de quién era el presidente de turno, cuáles eran los escándalos y la mayoría tenían un sesgo muy revolucionario, porque estamos hablando de la época, del auge del movimiento revolucionario en Latinoamérica”.
En este mismo sentido, Saulo García, Gelatina, trovador y comediante, fundador con Germán Carvajal del grupo Los Marinillos, afirma que “la trova también hace denuncia, también se burla y también trata de hacer cambios en la sociedad en que vivimos. La trova, siendo una expresión popular, siempre ha estado al lado del pueblo, del lado de la gente menos favorecida, porque los trovadores, entre otras cosas, somos campesinos que venimos de las veredas a cantar nuestras cosas en las grandes ciudades y a ver lo que vemos y a decir lo que otros no pueden decir”.
En buena medida, la trova transmite el espíritu del hombre de campo que en su búsqueda de un mejor futuro tuvo que venirse a la ciudad, y estando en ella encontró en estos versos una manera de perpetuar su cultura. Aún hoy la trova antioqueña evoca el espíritu rural antioqueño, una ruralidad añorada; todavía en los festivales de la trova se observa la ambientación de los escenarios con elementos propios del campo como el carro de escalera, sombreros, ponchos, machetes y carrieles, y a los trovadores luciendo los atuendos típicos campesinos.
El trampolín
Actualmente el oficio del trovador, además de profesionalizarse, se ha diversificado, siendo la trova la puerta de entrada a muchas otras artes. A través de la palabra y la formación, los trovadores han podido ejercer en otras labores como la literatura, la comedia, la música, la imitación, el teatro y la dramaturgia. La trova ha sido un trampolín para que artistas como John Jairo Pérez, Germán Carvajal, Saulo García, Cesar Augusto Betancur y Aldo Julián Ocampo hayan sido reconocidos en grandes medios nacionales e internacionales y hayan abierto el camino a las nuevas generaciones.
Los versos improvisados se han mantenido vigentes con el paso del tiempo. Trovadores como Juan Pablo Martínez; Leonardo Arboleda, Cuervo, y Lokillo representan una nueva generación que continúa poniendo a la trova como una expresión cultural reconocida y consolidada en el país. En el caso de Lokillo, se destaca su incursión en otras expresiones de la improvisación como el freestyle y el teatro impro, que de alguna manera tienen similitudes con la trova en cuanto a la rima y la improvisación.
“Son trovadores muy jóvenes que han llevado la improvisación a otro nivel; han atravesado culturas, países, y eso es muy importante. Cada generación aporta su avance. Cuando nosotros llegamos, aportamos a que la trova saliera de Medellín a otras ciudades del país, y estos pelados se han encargado de que la trova salga del país a otras ciudades de Latinoamérica”, cuenta Germán Carvajal.
En cuanto al momento que vive la trova, Saulo García señala que “la trova evolucionó mucho no tanto en su fondo, pero sí en su forma. Surgieron escuelas de trova, hay modalidades de improvisación que nunca tuvimos; nosotros trovábamos porque nos gustaba trovar y aprendíamos de los otros que oíamos, era una cosa de la oralidad, de la tradición. Tuvimos influencias como Mario Tierra, pero no teníamos clases de trova, no se estudiaba tan técnicamente como se estudia hoy. Ese cambio dio como resultado unos trovadores de hoy maravillosos, porque son geniales, muy industriales, pero todos son muy parecidos, entonces no hay esa teatralidad, esa identidad que había en nuestro tiempo. No quiere decir que sea mala la de ahora, sino que es diferente”.
Cuando pasa un silletero es Antioquia la que pasa, dice la famosa frase. Pero cuando escuchamos una trova podríamos decir también que es Antioquia la que la que habla. La trova llegó de Europa y Antioquia la hizo suya, la adaptó y la transformó para que a través de la oralidad mantuviera su espíritu campesino. Un espíritu que se adapta a los tiempos, que vibra entre el campo y la ciudad, entre lo folclórico y lo académico. Una expresión que cautiva y que sigue viva. Por eso, como diría Manolete, el trovador:
Finalizamos el texto
con una fina escritura
y queremos resaltar
el poder de la cultura.
—
Agradecimiento: Aldo Julián Ocampo – Trovador – Canal Youtube @CulturaTrova
Relacionados
¡Agúzate!
Desde 1993 el Teatro Matacandelas acogió a Andrés Caicedo como uno de los genios que debía llevar a escena. Fieles a la creencia de que el teatro se compone de presencias que convocan ausencias, continúan presentando sus obras y recordando la complejidad de su legado.
Una educación sentimental
Reportaje sonoro de Radio Popular para Universo Centro y Comfama, un espacio de charla y escucha alrededor de los cuchitriles.
Desnudos como el poema
Muchas veces decimos, apelando al lugar común, que la poesía desnuda el alma. Lo que no decimos, pero igual pensamos, es que a veces puede también desnudar los cuerpos. Esto lo saben en la comunidad nudista de Medellín, que programa recitales en los que la palabra viaja libre de vestiduras.