El evento que casi que no, pero que sí fue

Volver a juntarnos para escuchar la música en vivo y ver las imágenes en una gran pantalla. Guardar las distancias, pero estar juntos. Por segunda vez el Concierto Incierto ha logrado eso: reunir a las personas para disfrutar de algo que antes gozábamos sin miedo.


Por Estefanía Carvajal
Fotografías de Sergio González

—Hoy sí es, Juan. Hoy sí es la obra de arte —dice Víctor.

Juan lo mira excitado, ansioso, nervioso. Está sudando, aunque hace frío. En el escenario, los músicos afinan sus instrumentos. Algunos repasan las partituras. Otros untan colofonia en los arcos de sus violines. Al fondo del escenario, sobre las percusiones, dos hombres se besan en una pantalla de tamaño cinematográfico. Sus lenguas se rozan en un primerísimo primer plano, lascivas, ajenas a la cámara y a los ojos que las ven. De pronto, la pantalla parpadea y una franja de pixeles negros la atraviesa de arriba abajo.

—No me diga que la pantalla se dañó —dice un hombre calvo y alto como un vikingo que sale al escenario por una de las bambalinas.

—No, no, no, ni más faltaba. Están ajustando los colores —dice Juan.

—¡Bájele al contraste! —grita Víctor, y al instante la pantalla se pone tenue y las dos lenguas se funden la una en la otra, casi indistinguibles.

—¡Uy, siquiera! Solo eso nos faltaba —dice el vikingo mientras camina hacia la mitad del escenario.

Juan y Víctor me explican que el vikingo se llama Juan David Osorio y que es el compositor y director del Concierto Incierto. O por lo menos de la mitad: la que van a interpretar en un par de horas los veinticinco músicos de la Orquesta Filarmónica de Medellín, en su versión reducida del ensamble para cumplir con los protocolos de distanciamiento.

La otra mitad es la obra audiovisual de Juan Fernando Ospina —que sigue excitado, ansioso, nervioso—: una serie de fotografías y videos que componen un retrato de la pandemia en Medellín, desde que las calles se vaciaron súbitamente a mitad de marzo de 2020 hasta que poco a poco se fueron llenando de gente con tapabocas mientras los hospitales la hacían de víctimas del covid-19.

Esta noche, las imágenes de Juan Ospina y la música de Juan Osorio se unirán para crear una narrativa de la incertidumbre: ese desasosiego que muchos creíamos entender hasta que llegó el virus a mostrarnos cómo es que el mundo que conocemos puede cambiar en apenas unos días y la vida quedar reducida al espacio íntimo, cotidiano y por naturaleza monótono de una casa en confinamiento. La pandemia, que nos enseñó a no dar nada por sentado, hoy también está haciendo de las suyas. Por eso Juan está sudando aunque haga frío y por eso el compositor llegó preguntando si es que la pantalla se había dañado, como si solo eso faltara para colmar de obstáculos a su creación.

—Este concierto ya se hizo una vez, en noviembre del año pasado —cuenta Juan.

El Concierto Incierto inauguró la exposición de Nacido en cuarentena en el Museo de Antioquia, un proyecto sobre narrar la pandemia para el que invitaron a doce escritores y doce artistas o colectivos de la ciudad. Pero como en ese momento se avecinaba la segunda ola de covid, que alcanzó el escabroso pico de casi cuatrocientos muertos diarios hacia finales de enero, los eventos masivos no estaban permitidos y apenas pudieron entrar al museo unas decenas de personas.

La revancha empezó cuando, a finales de febrero, la Alcaldía de Medellín anunció la apertura de las salas de teatro, que en 2020 fueron las primeras en cerrar. El descenso en contagios y muertes los puso a soñar con un Concierto Incierto en el escenario que se merecía: en un teatro de tablas y palcos y pantalla gigante y un público que aplauda primero sentado y luego de pie, por un minuto, por dos minutos, hasta que el tramoyista baje el telón.

Con la luz verde de las organizaciones involucradas —Comfama, el Museo de Antioquia, Filarmed, Universo Centro y el teatro Pablo Tobón—, Juan Ospina y Juan Osorio se metieron en la vaca loca de actualizar la obra: de noviembre para acá las calles habían mutado tanto y Juan tenía tantas nuevas imágenes que el concierto que vieron esos cuantos en el Museo de Antioquia ya se notaba incompleto, obsoleto, como sería leer en este momento la noticia de los colombianos que el gobierno rescató del primer brote de coronavirus en Wuhan.

—Tuvimos que trabajar con metrónomo porque la coordinación de los músicos debe ser milimétrica —explica Juan.

La música cuenta el tiempo en términos de compases. Cada compás está dividido en tiempos y en cada uno cabe cierta cantidad de sonidos —notas musicales, redobles del tambor— o cierta cantidad de silencios. Así es como el percusionista sabe que llegó el momento de chocar los platillos aunque solo suenen una vez en toda la sinfonía.

En el caso del Concierto Incierto, sin embargo, las partituras con sus compases no fueron suficientes. Los silencios entre un movimiento y otro eran tan largos —por los momentos en que los videos de Juan se apoderan también del sonido— y la entrada de los músicos debía ser tan precisa, que la orquesta corría el riesgo de entrar un poco antes o un poco después —un segundo, dos segundos— y con ese error mínimo desfasar la coordinación con las imágenes, como cuando un cantante se olvida de la letra y el público nota que está haciendo playback.

Entonces decidieron que cada músico iba a tener un audífono con un metrónomo y que además el compositor grabaría unas instrucciones superpuestas a los chasquidos rítmicos del aparato.

Eso les resolvió apenas una parte de sus problemas.

Con el concierto listo, el equipo tuvo que enfrentarse a los desafíos logísticos de la pandemia: el permiso de la administración municipal llegó a última hora, cuando ya muchos pensaban que el evento tendría que hacerse de manera virtual —uno más entre los cientos, miles de eventos virtuales que hemos visto e ignorado en el último año—, y además los casos y las muertes habían empezado a subir y los epidemiólogos ya estaban hablando del inicio de una tercera ola que probablemente vería su pico después de Semana Santa, como efectivamente sucedería. Si el evento no hubiera empezado hoy, 20 de marzo, a las diez de la mañana, sino una semana después, con un nuevo decreto nacional vigente, el Concierto Incierto se habría atascado en las restricciones para prevenir la expansión del covid, haciéndole honor a su nombre.

El poder de la cultura

El 6 de marzo de 2020 el Ministerio de Salud confirmó el primer caso de coronavirus en Colombia: una muchacha de 19 años que recién había llegado de Milán. Diez días después, el gobierno prohibió las aglomeraciones de más de 50 personas. Conciertos, películas, obras de teatro, museos: el arte cerró sus salas con la esperanza de que en uno o dos meses volverían a abrir.

Pero los días pasaron y luego los meses y ya no solo estaban cerradas las salas sino también los restaurantes, los bares, las discotecas, los parques, las aulas, los almacenes, las calles, la vida pública: el mundo entero reducido a las cuatro paredes de una casa con un trapo rojo, el trapo del hambre, ondeando en el balcón.

“Las naranjas están difíciles”, solía decir Fernando González, el filósofo envigadeño, en los tiempos de escasez.

—Lo que yo les decía a los trabajadores de la corporación y del café es que estamos atravesando un desierto con media botellita de agua, y no sabemos si saldremos vivos —dice Juan Carlos Posada, gerente de Otraparte.

Estamos en el café del teatro Pablo Tobón Uribe, con unos metros de distancia entre nosotros, pero juntos: oyéndonos las voces y viéndonos las caras. Falta un par de horas para que empiece el Concierto Incierto y mientras tanto, en el escenario, Juan Carlos Posada conversa con Alfonso Buitrago, Andrés Maure y María del Rosario Escobar sobre lo difícil que fue el 2020 para los teatros y museos.

El año pasado, los artistas vieron desde sus ventanas cómo otros sectores de la economía, que el gobierno consideró esenciales, reactivaban de a poco su actividad. Los restaurantes volvieron, los bares volvieron, los parques volvieron, pero las salas seguían cerradas: ¿para qué sirve entonces la cultura si podemos prescindir de ella por más de un año?

La respuesta está aquí, delante de nosotros, entre nosotros, casi que en el aire. La jornada de activación cultural en esta tregua que nos dio la pandemia empezó a las 10 de la mañana con un Taller de Cartelismo de Pirañas Crew y siguió con varios conversatorios sobre el poder de la cultura, las salsitas y entrevistas de Pandemia Estéreo, y los intermedios musicales de la Filarmónica de Medellín. Entonces, entre un evento y otro, ocurrió la magia: los amigos que no se veían hace meses por fin se vieron y las conversaciones ocurrieron sin el tedio de una pantalla de Zoom. La música no necesitó micrófonos para ser escuchada.

En tiempos de distanciamiento, la cultura tiene el poder de acercarnos unos a otros. Y esa cercanía, que no es un valor esencial para la economía, sí lo es para el espíritu.

—Estamos alzados en almas —dice María del Rosario Escobar, directora del Museo de Antioquia, que ya también abrió sus puertas. A pesar de la incertidumbre. A pesar del hambre. Los artistas resisten y se ayudan unos a otros y se inventan otras maneras de ser mientras regresa la normalidad de antes en que ver a alguien con tapabocas en la calle era casi una rareza.

Esta noche, trescientos pares de ojos veremos el concierto sin la mediación de un computador. Es el primer evento de esta magnitud en casi un año; no solo en el teatro Pablo Tobón, sino en todo Medellín. Al sonar el primer timbre muchos seguimos afuera, tratando de distinguir los rostros escondidos tras las máscaras. El de Juan Ospina es inconfundible: por su pelo, claro, y por la rasta que es más larga que el resto de su melena. Lo veo a lo lejos y me da la impresión de que ya está más relajado: a estas alturas, el Concierto Incierto es ineludible. Hoy sí es la obra de arte, pienso, y me ajusto el tapabocas para que el vaho no me empañe las gafas.

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