El rock subterráneo de Medellín no se pasmó con la pandemia

Manicomio Punk tocando en Barhaus. Este lugar es uno de los enclaves punkeros del noroccidente de la ciudad en el barrio Villa Sofía. Foto: Cortesía Mala Hierba, memoria, punk y territorio.

La cultura underground está acostumbrada a las amenazas. Por eso no se amilanó ante la llegada del virus y demostró que, aun en cuarentena, sabe lanzar sus gritos. Informe musical con acordes de resistencia.  

 

Por Rafael González Toro

Fáber se fue conociendo su última obra. A sus manos llegó, días antes de su partida, el disco recopilatorio La Punkovid Vol. 1 y, aunque todavía no estuvieran listas las artes de la carátula, se alegró por el resultado de la producción musical y escribió unas líneas para presentarlo: “Es así como desde uno de los más claros ejemplos de lo que es el ‘Hazlo tú mismo’ (Do it yourself), se juntan 10 bandas (8 colombianas, 1 de México y 1 de USA) para sentar un precedente y un instrumento de memoria histórica que trascienda la senda de la virtualidad reafirmando la frase: los punks se reproducen como ratas desde las madrigueras”.

Así, casi en letras de molde, quedó consignado su pensamiento en La Punkovid Vol. 1. La recopilación fue otra de las iniciativas pensadas y paridas desde la escena del rock subterráneo de Medellín durante la pandemia. Un movimiento siempre lejano a los flashes y los reconocimientos, pero cada vez más activo y propositivo, tras cuatro décadas de resistencia en las calles.

Fáber López Amariles murió el 9 de diciembre de 2020 en su casa, en el barrio París, de Bello. Durante las últimas décadas fue referente como líder social, baluarte musical e ideológico del punk de la ciudad. Su grupo, Kaso de Homicidio (KDH), es uno de los que aparece en la recopilación, de la que Fáber fue productor y curador.

“Esta idea se gestó en septiembre y estuvo lista a inicios de noviembre. Antes de finalizar 2020 se comenzará con la distribución de las cuatrocientas copias de la recopilación. Esta es la primera de tres Punkovid. Para las otras dos vamos a hacer una convocatoria en los próximos meses”, comentó Román González, coproductor de La Punkovid Vol. 1 y miembro del sello discográfico La Familia Subterránea.

Escena en movimiento

Apartados de la gastada fórmula de emitir contenidos Live en redes sociales, muchos grupos y colectivos de la escena rockera subterránea de Medellín fueron más allá y plantaron bandera para decir presente. Como en otras épocas difíciles, sacaron la cabeza y no se pasmaron con la peste. El sello independiente La Familia Subterránea, por ejemplo, editó siete discos en estos meses de pandemia, de subgéneros del rock como el grindcore y el punk, entre otros.

Desde otra orilla musical, Athanator, una de las bandas de metal más importantes de Colombia, formada en Manrique en 1989, editó en esta cuarentena uno de los discos más esperados por sus seguidores. El grupo, salvando los problemas para ir al estudio de grabación, logró producir La pesada cruz de la muerte.

“Al inicio de la pandemia nos concentramos en sacar videos inéditos de conciertos. Después nos invitaron a un festival solidario llamado Urban and Peace, creado para recoger mercados para la gente que estaba necesitada. El disco, que es el décimo segundo del grupo, terminamos de grabarlo en octubre y ya estamos distribuyendo las cuatrocientas copias que editamos”, comentó Jaime Ocampo, vocalista y bajista de la banda.

Solo por citar algunos grupos también de metal, en los últimos meses se conocieron producciones de Revenge, Gaias Pendulum, Infernal, Vitam et Mortem, Esquizofrenia, Arius, Wartrash, God of Lies, The Mirror, Cruciatus, Rising Murder y Neblina.

El grupo de hardcore Restos de Tragedia (RDT), nacido también en Manrique, lanzó un nuevo trabajo llamado Criminales multinacionales. Aprovechando los primeros meses de la pandemia, en los que no podían ensayar, se dedicaron a conseguir sellos discográficos independientes para obtener apoyo en la realización del proyecto. Así, editaron el vinilo de siete pulgadas prensado en Estados Unidos y cuya distribución comenzó en noviembre.

“Esto es todo autogestión. No nos hace ricos ni mucho menos. Con este trabajo seguimos en la lucha como desde los ochenta. Y no nos quedamos ahí. Después de este disco ya tenemos otros cuatro temas listos que esperamos grabar en 2021. Seguimos con nuestro mensaje de libertad, no violencia y ecologismo”, dijo César Quiceno, guitarrista de RDT.

Eliminatorias Ciudad Altavoz 2020. Foto: Juan Fernando Ospina.

Solidaridad y ruido

Desde los primeros días de los trapos rojos, flameando ayuda en las casas de las barriadas de Medellín, la escena del rock subterráneo hizo presencia. Fue así como decenas de manifestaciones solidarias se hicieron sentir para ayudar las familias que nunca tuvieron apoyo y que con la pandemia perdieron el derecho de salir a buscarlo.

En ese escenario de aislamiento y control se hicieron colectas, conciertos y festivales para apoyar la causa en diferentes sectores de Medellín y del Valle de Aburrá. Primero de manera virtual y después, cuando aflojaron los controles, la música se unió con las ganas de ayudar para llevar un poco de fraternidad a los lugares donde la estrategia oficial no daba frutos.

Así hicieron presencia en los territorios festivales solidarios como Urban and Peace 2020, realizado el 25 y 26 de abril de manera virtual, que este año llegó a su tercera edición y contó con el apoyo de la empresa privada para donar mercados a centenares de familias. El festival destinó un veinticinco por ciento de las utilidades a los 36 artistas que participaron en las dos jornadas.

“Durante la pandemia, y sin que nos lo propusiéramos, nos hicimos conocer en muchos lugares del exterior. Paradójicamente, con los canales virtuales y la nueva normalidad participamos en festivales y hubo gente que supo de nosotros en países a los que nunca habíamos llegado. También llegamos a personas y bandas de otras edades. Eso es bacano porque se hizo en un ámbito colaborativo y solidario”, aseguró Ricardo Gómez, más conocido como Don Vito, vocalista de Niquitown, banda que participó en el Urban and Peace 2020.
Con la misma intención de apoyar a la población en medio de la crisis, se hicieron casi una veintena de festivales. Otro de los que marcó una pauta, por su espíritu combativo y autogestionado, fue el festival Punk con todos los juguetes, realizado el 5 de diciembre en la escuela Bello Oriente, entre San José La Cima y La Cruz, zona nororiental de la ciudad.

En este festival participaron 37 grupos, incluidos tres de ciudades por fuera de Antioquia, y su finalidad fue recolectar juguetes y dinero para familias de la zona. Esta iniciativa se prolongó hasta la tarde del 6 de diciembre.

Documentos de pandemia

En ese registro de lo que sucedió a partir de la llegada del covid-19 a la ciudad, desde el circuito independiente del rock de Medellín se gestaron iniciativas fundamentales a la hora de hacer una radiografía de este momento.

Es el caso de Memorias de pandemia, proyecto transmedia lanzado el 22 de diciembre, que se compone de un cedé con dieciocho canciones de bandas locales, un librillo con un ensayo académico y diez ilustraciones (caricatura, collage, fotografía y cómics). Además, de un segundo librillo con ocho textos de poetas, filósofos, músicos y artistas plásticos, quienes reflexionan sobre este periodo y cómo se sintieron.

El trabajo se pensó en un comienzo como un registro de los veinte años de la plataforma multimedia HagalaU, pero con la llegada de la pandemia el producto se enfocó en lo que vivieron los músicos y artistas independientes de la ciudad durante los meses de 2020.

Para Santiago Arango, director de HagalaU, Memorias de la pandemia fue la oportunidad para reencausar el proyecto inicial y darle otro vuelo, que incluyó, además, una exposición itinerante por la ciudad, un foro virtual, una serie de diez pódcast y un microdocumental enfocado en el ‘Hazlo tú mismo’ en un entorno pandémico.

“Ni siquiera en la pandemia hemos renunciado a nuestro ADN de acompañar e informar. No paramos de hacer programas de radio en Cámara FM y en las emisoras de la Universidad Nacional y la Universidad de Antioquia. Eso es lo que somos”, aseguró Arango.

Ciudad Frecuencia, antes El Sub, es uno de los lugares en los que se desarrolla la movida rockera underground de Castilla y zonas aledañas. Foto: Rafael González Toro.

Olor a calle

Sobre la calle 80B con carrera 92, en Robledo Villa Sofía, límites con Aures, un pequeño refrigerador es la entrada a uno de los enclaves punkeros más importantes desde hace algunos años en la ciudad. Detrás de él, apenas se corre una cortina estampada, un salón de unos cuarenta metros cuadrados, incluido el escenario, componen el Barhaus.

Este lugar es uno de los estandartes de resistencia cultural del underground local. Por él han pasado decenas de bandas locales, nacionales e internacionales. Y, aun en pandemia, ha servido de locación para videos y ensayadero de grupos como Manicomio Punk, Flores Muertas, Zlay, Prostáticos, Ruidoxis y Niquitown, entre otros.

Para su impulsor, Robert Marín, tener Barhaus como un lugar que le sirve a la escena punk de Medellín es otro más de los actos de resistencia que emprendió desde mediados de los ochenta en Castilla. “Acá seguimos. La pandemia acabó con los conciertos con gente y con muchos bares, pero nosotros estamos en la lucha. Hemos tenido muchos problemas, pero la esencia sigue intacta”, dijo Robert.

Diez cuadras más abajo, como quien va buscando el río Medellín, las mismas calles que bajan desde el cerro desembocan en Castilla, el barrio, sin duda, más punkero de Colombia. Desde sus diversos sectores, a mediados de los ochenta salieron las galladas (Los Semen, Los Pork, Los Ramones, Los Wastes y Los Pigs) y varios de los grupos de punk más importantes de esa primera oleada de este género en la ciudad como Pichurrias, Peste, Denuncio y Desadaptadoz, por mencionar solo algunos.

En un barrio que no tiene casa de la cultura, Ciudad Frecuencia es el punto de encuentro para las bandas de la zona. El sitio funciona como centro de eventos, ensayadero y bar. Foto: Rafael González Toro.

“Sin exagerar, en Castilla ocurrió un fenómeno muy especial en los ochenta. En cada cuadra había tres o cuatro punkeros. Los pogos y los parches eran muy frecuentes y ese legado musical todavía perdura. Eso no pasó en ninguna parte del país”, comentó Carlos Alberto David, baterista de Desadaptadoz e impulsor de diversos ejercicios de reconstrucción de memoria histórica en la zona como Mala hierba, La escuela del punk y las caminatas A paso punk.
Fue precisamente el 5 de diciembre pasado el día en que las caminatas A paso punk se reactivaron en Castilla. Esta iniciativa se compone de dos rutas para recuperar los pasos de cientos de punkeros, grupos, parches, conciertos y momentos que sirvieron para construir comunidad y resistir a los embates de los violentos.

Esa tarde calurosa del sábado, un grupo de unas veinticinco personas caminaron los recovecos del barrio y conocieron cómo un montón de jóvenes sin perspectivas ni oportunidades le hicieron el quite a la violencia con música, letras y poesía de la calle. También supieron de personajes clave en la historia barrial como Vicente Mejía, Chucho Peña, Daniel Guillard o Soraya Cataño.

Eberhar Cano, Carlos David Bravo y Robinson Marín, creadores y promotores de la Caminata Punk, una reconstrucción de la resistencia cultural en la zona Noroccidental. Foto: Cortesía Mala Hierba, memoria, punk y territorio.
Robinson Marín, promotor cultural de la zona Noroccidental, antes de iniciar unas de las Caminatas Punk en Castilla. Foto: Cortesía Mala Hierba, memoria, punk y territorio.

La caminata finalizó sobre las cinco de la tarde y sus promotores, Carlos David, Robert Marín y Eberhar Cano, editor del fanzine El Sótano, pararon a tomar unas cervezas en una tienda de la calle 93 con 69. Entre los recuerdos, los proyectos por venir y una que otra risa, la conversación se prolongó. Eran muchos meses sin hacer A paso punk.

La noche oscureció las calles de Castilla y de a poco todos retomaron su rumbo. Sin embargo, en el ambiente quedó el vacío de una jornada con una ausencia en esa caminata: Fáber López Amariles. Él no los acompañó, como sí lo hizo muchas otras veces, ese sábado 5 de diciembre.

Fáber murió cuatro días después. Y, tal vez, como una descripción de la resistencia de la escena subterránea de Medellín en esta pandemia, dejó otro escrito para la posteridad en la carátula de la recopilación La Punkovid Vol. 1: “Hoy llega a tus manos este grito que rompe cuarentenas bajo la mirada soterrada de unos pocos, en cuyo escenario las armas biológicas juegan un papel determinante, en nuestro día a día, en las guerras mundiales. Es esta nuestra forma de decir y plasmar una reflexión por un mundo nuevo”.

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