Alquimia de un fantasma en el escenario

Durante más de tres semanas, los músicos y artistas de La Pascasia, la Filarmónica de Medellín y la Casa Museo Otraparte se encerraron en un set teatral con los actores del Matacandelas para rodar un magazine audiovisual. Un trabajo de amigos y con amigos hecho para el espectador, ese otro amigo que recibe la señal de televisión como una correspondencia en la distancia.

Por Daniela Jiménez
Fotografías de Sergio González

Todo está un poco fuera de sitio, y a la vez en su sitio. Una mecedora frente a un espejo. Un xilófono. Una camisa blanca extendida sobre una plancha de vapor. Dos títeres peludos sobre un extintor de emergencia. Un casco en un perchero. En medio de esta casa que es el Teatro Matacandelas, los actores y músicos se alistan.

En el escenario, sombreros. Flotan por encima de la tarima negra, como estalactitas de una cueva, y entre las paredes, también negras. Afuera hay un ruido de papel, de zapatos, de cosas que caen. Susurros. Gente tomando tinto. Pero la escena es como una conversación ensimismada que ignora todo lo que pasa afuera y que se repite una y otra y otra vez hasta salir perfecta. Sin sombras que sobren. Pulen la atmósfera tétrica con un soplo de humo similar al de las discotecas o a la niebla de un páramo en plena madrugada.

En ese ambiente surrealista, más de treinta personas le han dado forma a un multiartístico magazine cultural. José Julián Villa —el Gordo, de cariño—, integrante de la Corporación Común y Corriente, cuenta que pasaron los últimos meses del año pasado ideando nuevas formas de distribución para los artistas en pandemia.

Así se les ocurrió un magazine que podría contener varias formas del arte: el teatro Matacandelas con su dirección de actores, Otraparte con sus escritores y poetas, la Filarmónica de Medellín y cuatro agrupaciones locales: Gordos Project, Madera Jazz, Diamante Musical y Cantoarena. El rodaje y la producción está liderado por Camello Audiovisual. Piensan que es la oportunidad para, por fin, ganar un espacio en la televisión regional.

Al magazine lo llamaron En el espectro visible. La intención es que el televidente vea esos espectros, es decir, esas ideas sueltas, y haga su propia lectura. Que se imagine lo que le dé la gana. Serán cuatro episodios, cada uno de 24 minutos, con una obra de teatro, una canción, una muestra de literatura y artes plásticas. Ahondará en la libertad, el perdón, las migraciones y el amor. Por supuesto que hay fantasmas. No en la casa del Matacandelas, sino en la pantalla: hay un espectro rechoncho y uno delgado. El gordo, casi siempre, lo hace El Gordo. Son dos sábanas con ojos, como los espantos de los dibujos de los niños.

En escena, un hombre entra y pregunta si se puede poner un sombrero y el vendedor lo mira sin moverse del mostrador, solo para informarle que le va a enseñar un par de modelos. Luego continúan hablando de marxismo leninismo y capitalismo, de sistemas de producción, del mejor sombrero para un ávido hombre de negocios.

¿Seguro hay algo más que no estoy viendo?, me pregunto. Daniela Giraldo, la directora, se cuestiona si es posible que el magazine le esté dejando muchas tareas al espectador. Le gusta, sin embargo, eso de llevar la imaginación más allá.

Pero ese no es el sketch favorito de Daniel Gómez, uno de los actores, porque a él le encanta la historia de las dos vacas. El guion ocurre así: Dos vacas se encuentran en el puente Simón Bolívar. Se miran fijamente y están enojadísimas, las dos, entre ellas, por ser vecinas. Hay una cadena artificiosa: encima de las vacas están unos pájaros que le están susurrando cosas al oído para mantener la ira, sobre el lomo de los pájaros hay dos garrapatas, y en una de las tenazas del bicho —Daniel se ríe mientras cuenta eso, quizás consciente del ingenioso hilo de cosas nimias que pueden irritar a una vaca—hay un letrerito que dice Gubernare. Algo así como gobernaré. Daniel cree que es una analogía entre los pueblos hermanos —como Colombia y Venezuela, por ejemplo— y los rumores amargos que los van envenenando. O pueden ser solo dos vacas.

“Lo que más me gusta del magazine es que te lo podés tomar muy tranqui, reírte, pero si mirás más de fondo, uno se da cuenta de que le están diciendo algo más profundo”, cuenta. El magazine, agrega, es como un viaje en carretera por estaciones. Es un juego de alquimia —bajo esa idea de «echar juntos», «verter juntos», «soldar»— en el que todo conecta, una sopa de artes. “Hacete de cuenta, sí, como si cada cosa fuera una parada distinta. No te echan un carretazo larguísimo. Logran ensamblar un viaje”.

Hay otro personaje que está vestido de Simón Bolívar. La cámara va del Libertador hacia Daniel, que está sentado tranquilo, contando la historia de las dos vacas —o las dos naciones— mientras afila un machete imaginario. Aquí los objetos también son espectrales. En otro de los sketches, un niño juega fútbol con un balón imaginario y le echa la culpa, cómo no, a un perro también imaginario.

Uno no creería, cuando ve la imagen final de una serie para televisión, que tantas cosas estaban pasando tras la escena mientras los hombres de la pantalla hablaban. No creería que había otro hombre montado en una silla afinando la altura exacta de los sombreros, o que había otro empujando a un colega suyo para mover a la cámara por un riel de metal.

Para ensamblar la sopa de artes también está la música. Al inicio de cada episodio siempre suena un trío concertino de violines de la Filarmónica de Medellín. El escenario negro se va llenando de instrumentos (el saxo, el tambor, la guitarra) como una sala se llena de invitados. Madera Jazz sube a cantar Etéreo. Juan Charry, uno de los músicos, comenta que el magazine les parece una caja de sorpresas. No sabían que su canción, esa que dice “desaparecer de aquí, mirar hacia otro mar”, estaba conectada con un guion de teatro en el que un Jesús encapuchado es apresado por dos soldados, liberado en tres días por el milagro de la burocracia y encargado de hacer aparecer a los músicos tras transmutar el agua en vino. “A continuación”, dice Jesús, “el milagro de la música”.

Y, por supuesto, se hace la música. Mayra Cárdenas, Juan Charry, José Vasquez y Andrés Herrera, de Madera Jazz, crecieron juntos en la Red de Escuelas de Música de Medellín. No se acuerdan de lo que es tocar con público desde que el virus desalojó también las gradas, los parques, los bares o cualquier otro lugar favorable para un concierto.

«Cuál será el próximo toque», se pregunta Mayra, la vocalista. Andrés le contesta que quién sabe cuándo, y que estos han sido días raros, porque un músico no espera silencio después de tocar una canción y porque el toque es ese acuerdo en el que el público deja ver su emoción a los gritos y el músico responde como puede.

“Bueno, es que, a ver, ahora el público es el camarógrafo, los actores, el dueño de los ensayaderos. Siempre estaban ahí, pero no los considerábamos público. Un público fantasma”.

Durante uno de los últimos días de rodaje, Juan Camilo Orozco, de la Corporación Común y Corriente, recordó que fueron cuatro amigos los que escribieron los guiones de este ambicioso magazine cultural en pleno año de virus, caos y tedio. Los mismos que hace cinco años hicieron una casa para la cultura local, a la sombra de un totumo, la llamaron La Pascasia y fueron componiendo canciones, instalando galerías y acomodando ladrillos sobre el viejo esqueleto de bahareque y tapia. “Pierde uno el hilo de las génesis”, dice. Hay algo en la amistad, en esa ilusión de crear, que siempre salva.

Antes de filmar hay un pacto de silencio para tomar decisiones. Dónde dejar más o menos aire. Dónde se cortó o se cerró de más el plano. En dónde poner el foco. Cómo pulir el recorrido. Cómo acertar en la acomodación de cada sombrero, a la manera del coleccionista que elige la mejor postal de una caja de estampillas. Empieza a llover y la tormenta hace que una luz se salga de tono, como un rayo. La lluvia cae sobre el techo casi intentando entrar a escena. Alguien hace un chiste: “Póngale cabeza a todos esos sombreros”. Caen los rayos. «Ya estamos fritos», dice alguien. Al final de la toma, cuando se marcha el comprador de sombreros, un espectro ultra flaco pasa por el set, cruza por delante de la imagen y apaga la cámara. Ruedan los créditos.

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