Fragmentos de una cuarentena al azar

Texto: Juan Fernando Ramírez Arango
Cartel: Sebastián Múnera

Me llegó una invitación del Museo de Antioquia para participar en un proyecto llamado El arte nacido en cuarentena. Si acepto, tengo que desarrollar una temática conjunta con un artista, esto es, “La vida en dos dimensiones”, siguiendo esta lógica: al artista le corresponde hacer un afiche cuyo concepto será discutido previamente por ambos, y a mí un texto con una extensión máxima de 7500 caracteres, que, como si fuera una firma apócrifa, irá referenciado a través de un código QR en la parte inferior derecha del afiche…

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A este computador se le acaba de dañar la H. Tuve que abrir Google para consultar cómo se escribe esa letra en el código ASCII. Es un Sony, de apenas 1GB de memoria RAM. Lo compré en una fecha premonitoria, el 22 de diciembre de 2007, 42 días antes de conocer a mi novia, el día dos del mes dos del 2008. Considerando que es la séptima letra menos usada del español, ¿por qué se dañó la H? ¿Qué mensaje cifrado me está enviando este computador, con el que he pasado más tiempo que con mi novia y cualquier otra persona? A lo mejor quiere cerrar su círculo vital convirtiéndose en una máquina suicida. No por nada: 1) el video que más veces he reproducido en este computador es el de Homage to New York, obra de Jean Tinguely en la que un mecanismo de 27 pies de altura se autodestruye en el MoMA, en 1960. Y 2) la letra que se acaba de dañar es la última que identifica al modelo de este computador, esto es, VGN-NR110FH.

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Busqué al artista en Facebook y descubrí un par de cosas: 1) que somos amigos virtuales, algo poco probable porque yo no envío solicitudes de amistad y solo las acepto cuando el usuario que las envía no tiene ningún amigo en común conmigo. Y 2) que, el 8 de febrero de 2019, a las 10:10 p. m., me envió el siguiente mensaje privado: “Hola Juan Fernando, ¿cómo vas? Muy interesante tu post. Tengo acceso al libro de Pablo. Hablemos”. El libro al que se refería era Pablo Escobar Gaviria en caricaturas, un compilado de caricaturas del capo di tutti capi publicadas por la prensa entre 1983 y 1991, y que, con un tiraje de tan solo veinte ejemplares, estaba destinado a su círculo más cercano. En la portada, aparte de ese título, sería estampada la firma y la huella digital del protagonista, los tres grabados en oro de dieciocho quilates. En 2005, según el libro Días de porno, “uno de esos ejemplares se subastó en internet por un precio base de 60 mil dólares”. Ahora bien: ¿por qué no le respondí ese mensaje al artista? Tal vez no me gustó la hora de envío, sí, la ideal de los relojes en los anuncios publicitarios. 

Cartel por Sebastián Munera

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En los casi trece años que lleva conmigo, este computador se ha bloqueado 152 veces, 31 en lo corrido de 2020, récord. 152 veces que empecé a reseñar a partir de la cuarta bloqueada, cuando me percaté que siempre lo hacía mientras veía una película y en alguna imagen interesante, como si le estuviera dando un pantallazo para guardarla en su memoria operativa. Entonces, a raíz del daño de la H, en busca de más evidencias que indicaran que este computador se está transformando en una máquina suicida, abrí el archivo de las 152 reseñas y le di buscar por suicidio, arrojando diecisiete resultados, siendo el último acaso el más oportuno, correspondiente a una película anglo-alemana de 1979, titulada Radio On, que inicia con esta leyenda premonitoria, en tanto suena Heroes, de David Bowie: “Todo cambio en esta sociedad pasa por una colaboración comprensiva mediante el uso de grabadoras, sintetizadores y teléfonos. Nuestra realidad es una realidad electrónica”. Realidad electrónica protagonizada por un DJ cuya música solo suena en ciertas fábricas londinenses. Así, en una noche elíptica, tras recibir un paquete en la fábrica de Gillette, se entera de que su hermano mayor se ha suicidado, por lo que decide viajar de Londres a Bristol en busca de pistas que le aclaren ese hecho fatal. Viaje de carretera, a bordo de su Rover 80 de la serie P4, modelo 1960, de placas WXX 905, en el que no parará de escuchar lo que había en el paquete, a saber, tres casetes de Kraftwetk: “Radio-Activity”, “Trans-Europe Express” y The Man-Machine”. 202 kilómetros de recorrido sonoro que, alerta de spoiler, terminan cuando se acaban las carreteras, cuando el Rover 80 del enigmático DJ se estaciona para siempre al filo de un abismo, dejando que el mito del progreso siga de largo.

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La constante de mi novia en la cuarentena ha sido teletrabajar, teletrabajar y teletrabajar, de sol a sol. Tanto que se le han trastornado hasta las necesidades de su vagina: como ya no le queda tiempo de hacer ejercicio, entonces, inicialmente, tuvo que cambiar su copa menstrual por una propia de mujeres sedentarias, o sea más blanda. Más blanda y de tamaño grande. Sin embargo, al mes siguiente, la reemplazó por una de tamaño mediano, porque sintió que la cérvix se le había alargado y el canal vaginal se le había reducido. Y dos meses después la sustituyó definitivamente por la más pequeña de todas. A lo mejor son efectos psicológicos, necesidades creadas, porque en nuestras cópulas, cada vez más esporádicas, yo no he sentido modificaciones, o a lo mejor mi pene también ha perdido profundidad en la cuarentena.

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Faltando ocho días para entregarle al Museo de Antioquia el afiche y el texto, el artista me escribió un correo que abre así: “Yo, la verdad, no entiendo cómo es la dinámica de este proyecto, pero igual la idea de conocer a alguien y hacer un afiche me emociona”. A continuación, sugirió que iniciáramos nuestro diálogo sobre la temática conjunta, “La vida en dos dimensiones”, con esta imagen-pensamiento: “El dibujo insinuará la idea de dos cámaras en eclipse. Las líneas, hechas con químicos fotosensibles, generarán un juego visual entre lo cóncavo y lo convexo que retará el ojo del espectador al darle movimiento a unos poliedros bidimensionales”.

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Tras la más reciente formateada, hecha en enero de 2020, este computador adquirió una extraña simultaneidad: cuando estoy trabajando en Word, si doy clic sobre una palabra en busca de sinónimos, la canción que estoy escuchando en Spotify se distorsiona, como si este computador la hubiera procesado súbitamente con un Auto-Tune secreto. Distorsión insoportable que solo puedo revertir si le doy tres golpecitos a este computador en la parte inferior derecha de su carcasa. Tres golpecitos que, como si fueran violencia intrafamiliar, aterrorizan a Rafa, mi perro, que se esconde en el rincón más lejano de la casa. Del que solo sale si paro lo que estoy reproduciendo en Spotify y lo cambio por música para relajar perros: una playlist que pongo cuando los dejo solos. Entonces Rafa sale, recorre sigilosamente la cocina, el comedor, la sala, entra al cuarto, me empuja con la nariz para que le dé espacio, saluda con la cola a este computador y después le huele el único de los cuatro puertos USB que aún funciona. Comunicación química que, últimamente, suele entristecerlo. 

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Un día después, le di “Responder” al correo del artista y empecé a escribir lo siguiente: “Hola, a este computador se le acaba de dañar la H. Tuve que abrir Google para consultar cómo se escribe esa letra en el código ASCII. Es un Sony, de apenas 1GB de memoria RAM…”. Sin embargo, cuando terminé de escribir mi respuesta, no le di “Enviar”, y ya lleva cinco días y contando como “Borrador”, y así, con esa etiqueta, se quedará eternamente. Luego, desconozco el afiche cuyo código QR los remitió a este texto.

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