Contra el silencio cómplice

Texto: Mario Cárdenas
Cartel: Colectivo Mentira (Alejandra Jaramillo y Paulina Escobar)

“Confinémonos en casa, / descolguemos el teléfono, / derroquemos el imperio / de la televisión, / cenemos junto al fuego, / escuchémonos / callemos, (...)”.

“...Para entonces habré domesticado
el silencio,
que me seguirá como un perro”.

“Cada palabra tiene consecuencias, pero cada silencio también”.

El ruido descrito como desesperación y como locura, parece ser una narración más común, tal vez más corriente, que si hablamos del silencio, su “contrario”, como locura y desesperación. Del silencio se esperan siempre otras bondades y otras prescripciones. El ruido es para muchos oyentes lo barbárico, lo que sobra, algo que afecta y, el silencio, un estado más bondadoso, sereno, lo civilizado; un estado puro. El silencio se describe como lo limpio; el ruido, lo desordenado; el silencio, lo mínimo, lo preciso; el ruido en cambio, siempre entendido como lo excesivo, lo falto de armonías. El ruido siempre exaspera, o el ruido de algo impide escuchar y leer lo que ha estado ahí y no percibimos, es sobrecargado. En el silencio, dicen, se establece un espacio claro, meditativo, desmantelado. En silencio decimos, nos dicen, es posible pensar; escuchar. En cambio el ruido siempre estará ahí para interrumpir, para desbaratar los planes y la mente, para manifestar y opacar lo esencial. Para algunos, el silencio produce lo contrario y, no solo lo contrario, sino que tiene los mismos efectos, incluso peores, otros que el ruido no puede lograr, el silencio es también un escenario de desesperación, el silencio es también algo incómodo, algo espectral; el no escuchar lo incomunicable. Un silencio que se aparece en una conversación es un invitado no deseado, que con su presencia no manifiesta, dice algo. Ante una desbandada de palabras y peticiones solo el silencio las puede hacer desaparecer.

Silencio
Cartel por Colectivo Mentira (Alejandra Jaramillo y Paulina Escobar)

A mitad de año, Google Meet, una de las plataformas que se han usado para simular reuniones, empezó a implementar la cancelación de ruido por inteligencia artificial. Para que la conversación funcione, esté limpia, hay que limpiar los ruidos. La función permite eliminar todos los ruidos “innecesarios” que se filtran en una reunión (clics del mouse, sonido de teclados o lapiceros, niños gritando, maullidos gatos y perros, ruidos de sillas moviéndose, puertas, sirenas, vendedores en la calle intentando sobrevivir, inmigrantes tocando a la puerta porque tienen hambre). Pero Google no ha podido crear un sistema de cancelación de silencios mediante IA, no existe, por ahora, una función que impida los silencios en una conversación, que son desesperantes para el hablante que, ante el silencio de los que no ve, cree que está hablando solo. 

Si hablamos del supuesto carácter civilizado del silencio, no parece tal. Solo se le puede quitar el ruido a algo que no se quiere escuchar, silenciar al otro no parece muy civilizado que digamos. Silenciar, callar, eliminar, cancelar, no decir, suprimir todo eso que no se quiere escuchar, que no debe leerse, que no se debe decir, eliminar al otro, y así, apagar su voz. Hacer al otro silencio. Hacer protesta, alzar las voces, tomarse las calles son actos de ruido, contrarios al silencio. Aunque hay quienes protestan en silencio para ser escuchados, esto último parece responder a la pregunta de George Steiner: ¿cómo puede el habla transmitir con justicia la forma y la vitalidad del silencio?, con una salida en manifestación podría ser la respuesta. Lo que no se debe saber es mejor dejarlo en silencio. De ahí lo molestas que son esas acciones, las del alboroto, los desmanes, las del ruido, para las fuerzas del orden y para quienes obedecen estas fuerzas. Restablecer el orden es un acto de controlar el ruido, o los ruidos. De hacer con violencia silencio. 

Los minutos de silencio son otros de esos actos civilizatorios, un acto de respeto y homenaje por el fallecimiento de alguien, por un acontecimiento trágico; de nuevo acá, es lo contrario al ruido. ¿Ante las masacres de ciudadanos por parte del Estado, hacemos minutos de silencio? No, usar la voz, emitir sonidos, protestar. Si nos quedamos callados nos siguen matando.

Influencers, YouTubers, Instagramers, futbolistas y otros deportistas son en exceso ruidosos y se hace ruido con sus noticias, todo lo que deriva de ellos empalaga, es demasiado, pero ante los compromisos políticos, ante lo fundamental, son todo silencio. Desaparecen, no dicen nada, no se comprometen, porque, dicen, no les corresponde, lo suyo no es la política y las causas sociales, salvo las que les permitan evadir impuestos, porque ellos se deben a sus marcas, y sus contratos, para todo lo demás, el silencio. Un silencio que es político. Ni una sola opinión que los comprometa. El silencio, no decir nada, no involucrarse, es indiferencia, un acto deslizado de tibieza, el silencio ante el atropello es complicidad. Ante la censura, el silencio también lo es. Callar es una muestra de timidez y miedo. Estos grupos solo rompen el silencio ante lo conveniente; su silencio se parece así al silencio de la mafia italiana, una complicidad indirecta, como si los arropara el código de honor siciliano y no pudieran romper el juramento de omertà, que es punible con la muerte. Por eso, para ellos, guardar silencio, quedarse callados es una de las tantas variantes del silencio cómplice, un silencio cauteloso y de no compromiso. 

Los cultores del silencio nunca han tolerado las formas derivadas del ruido tropical, son asépticos ante estas sonoridades, le tienen fobia y desprecio, o solo lo ven como un elixir exótico que se puede escuchar de vez en cuando. Tal vez esto tenga que ver con la presencia invasiva que viene del ruido, las ondas que vienen, las imágenes que se atraviesan y alteran los cuerpos, el silencio no trae nada, se atrae así mismo con la ausencia.

Hacer silencio en la escuela y hacer silencio en la biblioteca y en el museo, porque son estos lugares donde el ruido es transgresor. Nunca he escuchado a un profesor pidiéndoles a sus estudiantes que por favor hagan ruido, porque educar es tal vez silenciar. Pocas veces se educa para hacer ruido, para romper el silencio ante la censura. Solo se aprende, dicen algunos, en silencio, es por eso que en el museo, la biblioteca y la escuela el no invitado es el ruido. 

En el último año se ha celebrado el silencio, la posibilidad de refugiarse en el silencio derivado del confinamiento, una parte de la nueva normalidad, que no es más que un eufemismo perfecto que Zadie Smith en un ensayo de 2014 señala para hablar del cambio climático y que aplicaría para hablar de nuestro duelo en el silencio público y en la calles, del estallido social cancelado y controlado, y las postales con ambientes desérticos y sin humanos: “La gente en duelo tiende a usar eufemismos; al igual que los culpables y los avergonzados. El más melancólico de todos los eufemismos: La nueva normalidad”. 

Para el crítico cultural Mark Fisher la inercia y la parálisis solo podían tener una única respuesta: la creación, la producción, todas estas, formas de seguir inventándose el futuro, de no cancelarlo, que son contrarias a la negación cómplice del quietismo. Es por eso que la única manera de frenar el ascenso del fascismo y el totalitarismo es el ruido, la creación con el decir, con lo decible. Ante la apatía y el silencio cómplice, hablar, levantarse, no quedarse quietos. Ante el fascismo, movilización. Ante el silencio y la indiferencia, la revolución, alta y sonora.

 

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