Tierra rojiza

Texto: Juliana Restrepo
Cartel: La Bruja Riso (Luis Echavarría Uribe, Ximena Escobar y Andrew Smith)

Hoy van a matar una yegua en la finca. La van a enterrar en el potrero que está invadido de maleza. Mi hijo y yo estamos en una manga y lo vemos desde arriba. Hay dos eucaliptos altos casi al borde del desbarrancadero y un columpio de una cuerda larga que puede volar sobre el vacío.

Desde acá no oigo el sonido que hacen las palas cuando cortan y revuelcan la tierra, pero sí veo el movimiento rítmico de palas que viajan y trazan un círculo en el aire, que entran a la tierra, la desgarran, la tiran lejos y forman un morro. La tierra es rojiza, suelta y reseca.

Cartel por La Bruja Riso (Luis Echavarría Uribe, Ximena Escobar y Andrew Smith)

Diego y Juandedios no hablan mientras cavan. No tuvieron que decir, Hagamos el morro de tierra ahí, ni, Hagamos un hueco de dos por uno. Cavan como las mujeres del poema de Natalia Litvinova. “Se agachan, se enderezan cada uno a su ritmo como teclas de un instrumento que alguien aplasta con los dedos (…) Cavan hoyos mientras cantan”. Ellos no cantan pero en mi mente los reemplazo por las mujeres del poema mientras columpio a mi hijo. “Se agachan, se enderezan cada una a su ritmo”. Casi oigo sus voces, la cadencia. No son palabras. Son cantos de una línea y dos puntos como el que dibuja mi hijo en su clase de música. Dos puntos, una línea, dos líneas inclinadas. Cavar está cargado de armonía y de rudeza e hipnotiza. Sus voces invaden todo el espacio hueco.

Una hoja cae girando como un trompo. Una hoja vuela. Una hoja, quieta, se mueve un tris, y decide no caer. “Cuando alguna se echa a llorar, cantan más fuerte”.

Hablé con Juandedios al desayuno, anda muy triste, él quiere mucho los animales. Me explicó que para matarla la tenían que poner cerquita. Así cae directo al hueco. Que es muy pesado arrastrarla. Que le inyectan primero un sedante y luego una sustancia que le da un paro cardiaco. Para matarla, hay que ponerla cerquita. Para matarla, hay que acercarse a menos de un metro.

No sé si mi hijo esté viendo hacia el potrero, yo no quiero que mire. Columpiar también está cargado de armonía y de rudeza. De pronto oímos el ruido seco de un cuerpo enorme que cae. Mi hijo se voltea en su columpio y sé que oyó la muerte. Aquí el ruido no antecede la muerte sino que la precede. Si uno llora columpiando nadie se da cuenta. Cuando me echo a llorar empujo más fuerte. Mi hijo vuela alto lejos del piso. Lo empujo lejos de la tierra rojiza. El bosque nos hace una reverencia.

Cercanía

Estamos en cuarentena estricta desde el viernes y solo se puede caminar por aquí cerca. A las cuatro, salimos mi hijo y yo y nos sentamos en las escaleras. Suena un bolero, hace un calor húmedo, todo está quieto. Desde aquí vemos los cuatro edificios de la unidad: son verde menta desteñido, construidos en los años setenta, rectangulares. Los rodean árboles grandes frondosos y la línea edificio-naturaleza es difusa. Hay arbustospuerta, balconcuerno, paredhojas, árbolpared. La luz cae oblicua a esta hora en el lado occidente de los edificios.

Decidimos darle la vuelta a cada uno por los caminos de baldosas de cemento que los rodean. Como ha llovido tanto, el espacio entre baldosa y baldosa está muy empantanado. Salvo el portero de la unidad, no hay nadie en las calles ni en las terrazas ni en las ventanas. Todo está vacío, pues, todo está lleno de gente, pero se ve vacío. Ahora suena otro bolero que se superpone al murmullo del radio de la portería. Le da un aire aún más extraño al paisaje. 

Rafael me mira y me jala el vestido. Me orbita. Desde hace días, cuando salimos a la calle, no se quiere despegar de mí. Me dice que tiene miedo de caminar afuera. Yo pensé que era pereza de caminar disfrazada de miedo pero es miedo puro en sus ojos. Me agarra, me abraza, se mete debajo de mi vestido. Me pide que lo cargue. Lo cargo unos minutos y me suda la cintura y el brazo. Se baja y nos quedamos cada uno en una baldosa.

“Juguemos el piso es lava mamá”. Empezamos y no podemos tocar la manga ni el pantano. Rafael salta dos baldosas, ya no es satélite, respiro. Yo salto haciendo un gesto de caerme y él se muere de la risa. Después me da la espalda y se aleja de mí. Brincamos una, dos, cinco veces. No me quiero caer, no quiero ensuciar mis zapatos. Rafael salta rápido. Está más lejos de lo que lo dejaría ir normalmente, más lejos de su distancia satélite. Como ya no me mira, no juego. Me quedo ensimismada viendo las baldosas grises llenas de piedras diminutas incrustadas. Me imagino que estos cuatro edificios verde menta son como baldosas si los miran desde arriba. El virus ha ordenado en fila a las personas para llevarlas al abismo. Mi ritmo es lento. Voy absorbiendo naturaleza edificio bolero quietud. Tengo algo raro que no es tristeza. La vida es a la vez distinta y parecida y pareciera que ninguna diferencia tuviera el peso suficiente para tener esto dentro. Lo del día quieto no es metáfora. Estamos quietos calientes y aislados. Lo raro dentro se parece a la distancia.

Miro el árbolpared, cuelgan tres mangos maduros. Miro el cielo, está blanco como si quisiera encerrarnos también en esta humedad. Lejos reconozco a la perra de María Mercedes la del quinto. Siento algo. Miro enfrente y la veo parada en la baldosa que sigue. Nos miramos desde atrás de nuestros tapabocas. Sus ojos no me saludan ni me reconocen ni me dicen que se van a quitar. Instintivamente salto. El piso es lava. El abismo. Mis zapatos se resbalan unos centímetros por el pantano hasta que la fricción los para. Son verde menta, como los edificios, y el pantano los rodea. Salto otra vez al gris y en ese momento mi hijo me grita desde lejos: Estás muerta mamá. 

DisTANCIA

Acurrucada en la cama

Las sábanas me cubren 

No es tristeza

Encerrada en el baño mi hijo le pega puños a la puerta

Nadie le coge la mano a mi tía

Encima del pasamanos viendo la luz brutal

En el sofá de la sala llorando con el micrófono silenciado 

Descalza sobre la manga viendo la luz brutal

Descansa en paz

El chocolate derretido en mi lengua

Meto las sábanas sucias en la lavadora 

Tiendo la cama

El oxígeno en 77

El olor del romero

Ganas de ir caminando entre la gente en un concierto de tocar brazos ajenos sudados 

Hoy no te quiero contar una historia, estoy aburrida y cansada

De sumergirme en una piscina silenciosa

Mamá no me quiere contar una historia, está aburrida

Mi hijo abrazándome, los dos sentados en el piso 

La foto de mi tía nadie pudo entrar a verla 

No nos reunimos

El duelo es artificial

La sangre en el labio las arrugas templadas 

Mi hijo agarrado a mí mientras nos dormíamos por fin 

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