Radiografía del palpitar:
mapa del alma de la Zona Centro

En el ejercicio de proponer una radiografía del palpitar que nos muestre el mapa del alma de una parte de Medellín, las organizaciones que aquí nos reunimos, proponemos un ejercicio de cuerpos que piensan con otros cuerpos, de cuerpos que imaginan desde otros cuerpos.

Aunque imaginar podría entenderse como una actividad que se lleva a cabo en solitario –en la mente aislada de un cuerpo que proyecta imágenes en su mente– si la ciudad es también cuerpo, sus partes pueden pensar en movimiento, su movimiento le permite poner gestos en lugares donde a veces no basta la palabra, pero también sus palabras se ubican allí donde los cuerpos han trazado historias. Para imaginar, para pensar, para escuchar y comprender, necesitamos pasar el cuerpo por el cuerpo.

El Teatro Pablo Tobón Uribe, la corporación Común y Corriente y el Museo de Antioquia hemos trazado, desde el movimiento de los cuerpos, un ejercicio de imaginación que nos recuerda que la ciudad y la ciudadanía, aunque a veces comprendidas como espacio y cuerpo escindidos, no parecen poder entenderse desde esa separación. Escuchar el palpitar de un espacio de la ciudad es atender a las historias de la ciudadanía; pretender entender las dinámicas de una parte del territorio es observar el movimiento de los cuerpos que se tejen allí, en comunidad e intimidad indivisible entre cuerpos y calle; activar una comunión que se piensa los retos de la Zona Centro es acompañar a poner el dedo donde duele y escuchar, con las manos sobre la piel, lo que pide la herida. 

Imaginar, aquí, implica poner la mirada sobre los murales que cubren las calles de Barbacoas, escuchar las opiniones que artistas y técnicos tienen sobre los manejos de los recursos para el arte y la cultura, preguntarse qué hace una librería en la vida de la ciudad y pensar que un cementerio puede también ser un espacio de encuentro para la vida.

La ciudad-cuerpo/ciudadanía-espacio piensa en imágenes, bailes, sabores. Si imaginar es inventar, crear o concebir “con los ojos de la mente”, lo imaginado requiere ser auscultado allí donde se ha vertido en el espacio. Escuchar el trabajo de artistas, emprendedores culturales, creadores y otros agentes sociales es leer esas imágenes que se proyectan en el futuro; casi leer el futuro, sino que en el presente. Algo que parece resultar hasta mejor.

En ese ejercicio de digestión y auscultamiento, de mundana clarividencia, presentamos a continuación un cuerpo en la escritura que pretende lo mismo que lo que esos órganos perceptivos hacen en y con el cuerpo. Ante la pregunta por cómo llevar a la palabra, a la pantalla, al papel los movimientos de aquello deglutido, danzado y sonado en siete espacios de ciudad que se preguntan por la posibilidad de imaginar futuros a través del arte y la cultura, descomponemos ese cuerpo en pedazos para poder digerir y atender mejor a cada miembro.

Guiados por tres rutas perceptivas, trazadas en este caso por colores, re-sonaremos las historias que recorrimos para intentar percibir qué dicen esos sonidos de un cuerpo-espacio que adolece de barullo.

Así entonces:

Desmembramos, con la certeza de que puede hacerse una mejor digestión si se mastica por pedazos;

desnudamos los cuerpos porque sabemos que los pulsos más profundos requieren de caricia e intimidad para dejarse tocar;

nos invitamos a llevar el cuerpo al cuerpo, a untarnos de cuerpo y calle (¿no dijimos ya que redundan en lo mismo?) con la certeza de que es en el pulso de la carne que está escrito el mapa del alma. (Shh, no creemos en tales divisiones). La mente queda entre la oreja y el estómago. La ciudad habita los cuerpos de sus calles.

Empieza la faena.

Hablamos de un cuerpo que está en el mundo. Un cuerpo-espacio que es en sí mismo mundo y está habitado por otros cuerpos y espacios que son en sí mismos cuerpos y mundos. Cada cuerpo tiene una idea de cómo le gusta estar en ese mundo y eso que piensa y siente adentro busca llevarlo afuera para poder compartirlo con otrxs. Los adentro de muchos cuerpos se vierten afuera y reclaman un lugar en ese mundo.

Aparece aquí la pregunta por la Democracia, donde se conjugan unas ideas de unos sujetos en un espacio determinado, en un tiempo específico, a partir de unos recursos limitados para procurar construir un buen vivir material. ¿Cómo hacer algo con esos pedazos, miembros dispersos, que quieren hacerse un mundo? 

La ruta que se pregunta por el reconocimiento de la diversidad, por la necesidad de construir espacios públicos libres y plurales y que además se pregunta por la gestión de los recursos en esos espacios estará marcada por el rojo: cuando sintamos que una parte del relato resuena con esta pregunta, se pintará con este color para llamar la atención sobre su consanguinidad.

Pero hablamos también de cuerpos que se meten cosas al cuerpo, que se llevan el mundo del ojo hasta el estómago, que tocan, acarician, consumen. Hablamos de cuerpos que guían y acompañan el consumo, que se preguntan por las dosis y medidas, que recuerdan que, en la obra de arte, es necesario también que la palabra, en ocasiones, module la mirada para poder acercarse a la imagen, que tienda un puente entre el adentro y el afuera.

En esta ruta, azul en este caso, el camino estará guiado por la pregunta por la Libertad, o también, la necesidad de mediación (y medición). En esa necesidad de lidiar con cuerpos adoloridos, descompuestos, nos preguntamos ¿cómo empleamos sustancias como ungüentos terapéuticos que acompañen a ese cuerpo que siente el estar en el mundo? ¿Quién decide sobre qué pueden y no los cuerpos llevarse a la boca, vestir como pieles? ¿Quién acompaña en esos caminos de buscar mejor vivir?

Por último, es inevitable que los cuerpos que se mueven en el espacio se crucen con otros cuerpos y tejan con ellos geometrías del movimiento. Sin planearlo, dos cuerpos que se coordinan en un baile gestan el festejo.

En la fiesta dejamos que la textura de afuera haga algo con aquello que llevamos (o nos hemos llevado) dentro, dejamos que el bajo repetitivo –pulso, voluntad superior que arrastra el cuerpo desde el espacio– nos lleve a un buen lugar. Queremos compartir la mejor pepa que nos ponga bien: un buen viaje colectivo. Aunque el cuerpo se va adentro, cierra los ojos, sus movimientos se coordinan con esos otros que bailan consigo en esa caja atravesada por rayos blancos, fucsia, plateados. En la fiesta, el cuerpo se entrega, se deja llevar. Esta ruta, donde nos entregamos y nos preguntamos por esa posibilidad, pero también dificultad de la entrega, estará marcada por el color anaranjado y la pregunta por la Confianza: ¿cómo nos dejamos caer sobre los brazos de otro cuerpo sin saber con certeza si nos agarrará en la caída?

Además de estas rutas, marcadas por caminos de colores, un malestar ciego se ha instalado en este cuerpo. Un lugar en este mundo se siente indispuesto y es este camino también la ruta para indagar por ese estado de daño. El Museo de Antioquia es un cuerpo en el espacio que no se siente bien. El Museo que es cuerpo, mira el mundo y dice. Pero dice, y parece que adolece de la garganta. Dice, y parece no poder resonar. El Museo, como cuerpo entre cuerpos, es cuerpo en el encuentro, es cuerpo que requiere de la celebración y la fiesta compartida, que requiere de espacios comunes, participativos… que hoy reclama poder imaginar en comunidad.

Para acompañar al Museo en ese ejercicio de imaginación, hacemos uso de un imago, de una imagen-vehículo que sirve de referente para inventar otras formas a partir de elementos existentes, tomando otras imágenes similares como modelo de aquello sobre lo que se busca crear.  Comenzamos este ejercicio desde un lugar que ha adolecido de enfermedades similares a las que hoy sufre el Museo, buscando conectar las historias de quienes han vivido el sector en la carne. Nos trasladamos al centro de Medellín para conversar sobre las historias de las personas que habitan y son Barbacoas y Calzoncillos.

Historias de Barbacoas y Calzoncillos.
Conversar desde las entrañas de la ciudad

Barbacoas es una calle fragmentada. La cuadra de arriba, Calzoncillos, es el lugar de la rumba diversa en la ciudad. La calle de abajo, también llamada Bajo París o la Calle del pecado es una zona más oscura, más salvaje, que no se deja agarrar por la palabra.

El corazón gay de la ciudad, le dicen, palpita fuerte y ocupa un espacio íntimo entre la avenida Oriental y la carrera Sucre. En ese rincón pequeño, cargado de fiesta y variedades, se viven silenciosas revoluciones que ponen a tambalear a la Medellín más tradicional (y más goda). Juli Zapata, curadorx en el museo de Antioquia, explica que gran parte de la población trans trabaja en esa zona. Bares, discotecas, la calle entera es espacio de lucha y resistencia. ¡Allí lo sagrado y lo profano se conjugan en una amalgama divina!, diría Juli, travestis, gais y prostitutas se pavonean ahí al lado de la Catedral Metropolitana. Camila vende su ropa de látex, vestidos, tangas y los más hermosos brasieres en las calles de la zona, donde vive al día, sostenida por su red de parceras y compinches, donde se hace una casa allí donde siente que es reconocida.

Pero 15 años atrás esto era una olla muy brava, cuenta El Poeta, habitante de larga data de Barbacoas y Calzoncillos, donde entrenaba gallos de pelea, leía a Gonzalo Arango sentado a la puerta de la casa, y en las tardes, le ayudaba a los pelados del barrio a hacer las tareas para el colegio. Hoy retrata las calles en palabras, y le saca punta a los palos que encuentra en el camino para tallar tótems que regala y, hasta a veces, vende. Lo que antes fue el parchadero de los niños ricos de Prado, luego cayó en el olvido de tanto gomelitos como del Estado. Pero quienes han habitado y aún hoy habitan esta cuadra, la cuidan como se cuida la casa: se barre, se limpia, se pinta, se evitan los extraños en la puerta pero se reciben con agrado las visitas.

En ese espacio que era antes tierra de nadie, territorio apache, como dicen en coro El Poeta y su amiga Teresita, hoy se llevan a cabo iniciativas que buscan visibilizar y resolver las problemáticas que afectan al sector y a su gente. Construir un barrio habitable, darle forma a esa casa de todxs ha sido el faro de la fundación Ítaca, una corporación que lleva 15 años trabajando para mitigar las mayores problemáticas de la zona: el microtráfico de drogas, la explotación sexual de menores y adolescentes, la falta de oportunidades para lxs habitantes.

En su paisa arrastrado, como ya no se escucha en toda parte, don Jorge dice que Barbacoas lo que es “es la Medellín que se vive desde las entrañas, el centro del centro, donde se gestan todas las problemáticas sociales. Este es el termómetro: tomar la temperatura de Calzoncillos es entender el estado de salud del centro y la ciudad entera.”

Hoy, en las calles 57 y 57A, se reúnen todo tipo de personas en las mesas y barras de sus bares. En El Machete, el más antiguo del sector, cuentan, se sentaban a ver atardecer figuras como Fernando Vallejo y Mario León Giraldo. Hoy, desde las seis de la mañana madruga Don Luis Giovani a preparar sus solteritas que sale a vender entre la una y las siete de la noche. Alderney Santiago corta estibas para hacer muebles, camas y hasta cajitas de chicles para vendedores ambulantes en la cuadra en la que ha vivido toda la vida. Está terminando su carrera en el Pascual Bravo y sueña con que su barrio sea una zona tranquila, segura y con oportunidades para todxs.

En La cuadra entonada está la gente guerrera, que madruga, trabaja y festeja la vida compartida. Si hoy camina por Barbacoas, hasta se encontrará en sus calles una fábrica de hostias, un puesto de cachapas, un maduradero de bananos. La cuadra donde “palpita todo” está viva, y le marca el pulso al centro de Medellín.·

Imaginamos en el acto, imaginamos en la carne, y a través del diálogo, el goce y el movimiento nos proponemos imaginar un futuro desde el arte y la cultura. Para tomarnos en serio eso de Imaginar futuros para nuestra ciudad, conviene la imagen que no separa, que no disgrega, sino en la cual se funden cuerpos y espacios, porque hablar sobre el centro de Medellín es hablar con, desde y para las personas que son y habitan el centro.

Así, imagina Barbacoas:

“pedazo de acera baila salsa / en la espalda de la ciudad”, como diría Helí Ramírez.

Desarrollo Cultural y Artístico:
¿Em-prendimientos culturales?

Medellín es hoy una ciudad que cuenta con alrededor de una treintena de librerías con sede física; espacios que reciben cuerpos en búsqueda de espacios para habitar. Una ciudad de galerías, bares y casas culturales, donde cada día se llevan a cabo eventos de música, artes, teatro, literatura. Una ciudad que en treinta años pasó de tener la cifra más alta de personas asesinadas en un año, a ser referente en temas de cultura y desarrollo urbano en Latinoamérica.

Pero hablar de emprendimientos culturales puede, sin embargo, cargar con una paradoja. Parece que la palabra emprendimiento ha sido salpicada de sentidos que no siempre son motivo de orgullo para quienes ejercen este oficio; se ha pintado de banderas con las que no todos los em-prendedores se sienten identificados. Es en este sentido que Martín, quien lleva más de la mitad de su vida trabajando con contenidos digitales en la web, llama la atención sobre lo que para él implica la idea de desarrollo y emprendimiento en el sector del arte y la cultura.

Diego, escritor y conocedor de la escena cultural de Medellín, les pregunta a sus invitados por lo “Quijotesco” de emprender en este campo. Y no desconociendo los esfuerzos que implica mantener a flote un proyecto cultural, promover una Medellín que es más que violencia en los años 90s, crear una guía cultural de ciudad en un tiempo donde seguro se contaban más muertos que libros, para el Indígena Digital (nombre que se ha acuñado en la web), “lo quijotesco de esta empresa es defenderse del modelo industrial de progreso”, insistir en la música como camino y fundar una miniteca con amigos en un momento donde era desquiciado decir que ibas a vivir del arte.

Esteban, por su lado, ha hecho de una librería su forma de sustento en un barrio donde la rumba quiere apoderarse de todos los rincones. A pocas cuadras del Parque Lleras, y a unas más del Parque del Poblado, ya hace varios años abrió las puertas Bukz, una librería independiente que se entiende como espacio para cultivar conversaciones, dar forma a una comunidad y crear contenidos que tengan como eje la palabra.

Insisten, ambos, en la necesidad de recuperar el valor de lo cercano, de los espacios colaborativos, de la posibilidad de conectarnos y tramar redes por medio del voz a voz. “¿Alimentar el algoritmo o alimentar los vínculos sociales?” se pregunta Giraldo, “hace rato que esas redes dejaron de ser sociales y se convirtieron en espacios de extracción de datos para generar dinero para unos cuantos”. En lugar de ecosistemas, se ha dado lugar a Egosistemas, donde prima la competencia y donde la pregunta por el buen vivir colectivo ha desaparecido de la ruta. Si la tecnología es el uso y conocimiento de herramientas, sistemas y métodos aplicados a la consecución de un objetivo, parece preciso volver a poner en el centro la pregunta por el objetivo mismo. ¿Qué idea de buen vivir tienen en el corazón la aplicación de estas herramientas y hacia dónde nos conduce su uso y empleo? ¿Qué formas de vida imitan hoy nuestros cuerpos, dónde ponemos la atención?

En una mesa de La Pascasia se sientan mensualmente un grupo de personas a conversar de libros. En unos banquitos de la plazuela de San Ignacio, señores con camisas metidas por dentro de la correa se sientan a jugar ajedrez los miércoles en la tarde. El libro es quizás una de las tecnologías más antiguas con las que contamos estos animales de palabra; el juego, la cerveza fría y la conversa, parecen seguir siguiendo formas que disfrutamos para encontrarnos.

Los prendimientos culturales, como decide llamarlos Martín, son los espacios que mantienen viva la palabra, el baile y el goce, los espacios donde la pregunta permanece prendida en el centro… dónde la respuesta aún la ejercen los cuerpos y no los algoritmos.

*

Y aunque la pregunta en el centro no sea aquella por la acumulación de capital y el enriquecimiento de unos pocos esté fuera por completo de la cuestión, la pregunta por la gestión y la administración de los recursos en los proyectos culturales no desaparece, y no puede desaparecer, de la ecuación. Ignorarla, sale costoso. En el arte, como en la ciudadanía, la limitación es abundante: los recursos son finitos, el artista trabaja dentro de un marco espaciotemporal restringido y la obra dependerá de su posibilidad creativa para hacer con ese material acotado, a veces, azaroso.

Pero, como en la fiesta, es siempre necesario dar orden a la mezcla: la indigestión, o la gastritis, vienen a veces del descuido de la medida: mucho brillo, poco bajo; demasiado bajo y nada de medios; demasiado vacío, ornamento en exceso.

¿Es un arte entonces también el balance, la medida? ¿Tiene alguien la fórmula para la perfecta ecualización?

No hay lukas
¿Hay que repartir mejor entre los bolsillos?

Los cuerpos hacen en el espacio y requieren de otros cuerpos en ese espacio para llevar a cabo su hacer. La fiesta, además de baile y barahúnda, está orquestada por trajes, luces, música y bebida que se meten en los cuerpos e incitan al movimiento. En una ciudad siempre presta para el festejo ¿cómo ha crecido la industria del espectáculo en los últimos años? ¿Está el crecimiento ecualizado a manera de no dejar a unos sordos y a otros escuchando apenas el bombo? Parece que dar con esa justa medida es toda una labor de maestros; sopesar la cantidad de recursos que se ponen en uno y otro bolsillo no es cosa que pueda hacerse con los ojos vendados.   

Paradójicamente, la justicia es representada alegóricamente por la Dama de la Justicia, una mujer con los ojos cubiertos por una venda, sosteniendo una balanza en una mano y una espada en la otra.

 

El ejercicio del arte, y del oficio, requieren del cultivo de una práctica que comprende, dentro de los verbos que lo constituyen, el planear, moldear, trazar, pulir, desarmar, poner cuidado como actividades que, en la iteración, constituyen un proceso. ¿Cuánto de esto no resulta evidente cuando asistimos, por ejemplo, a una obra de teatro? Recursos imaginativos, creativos, técnicos y humanos se conjugan para que algo como un concierto exista en el mundo. En el arte, como en los sistemas políticos, no basta la idea (o el ideal, si se quiere); se requiere de un vehículo en el mundo que materialice esa idea, de un cuerpo que la ponga a existir en un espacio. El trabajo articulado de músicos, luminotécnicos, gestores, sonidistas, ingenieros, roadies es el que permite que las industrias del arte, la cultura y el entretenimiento sigan con vida. Y aunque parezca una operación simple, una afirmación llana, para que un ecosistema se mantenga saludable, todas las especies que lo componen tienen que poder comer.

Hoy, en la ciudad, hay una oleada de eventos culturales que parece demostrar en cifras evidentes la salud de ese ecosistema. “En Medellín, espectáculos que antes no se hubieran podido realizar por falta de quórum, ahora venden hasta dos y tres fechas sin complicaciones”, cuenta uno de los empresarios con mayor trayectoria de este sector. Los festivales de música en el país se han multiplicado. Después de la crisis que significó el COVID para aquellos que viven de la producción de este tipo de eventos, “algo hizo entender a la gente que el arte no es un lujo sino una necesidad”; esto ha llevado a que el público ahora comprenda que los espacios para la cultura tienen un alto valor, no solo económico.

Sin embargo, el panorama para todos los eslabones que componen este afincado sistema no parece ser el mismo. Cantante y compositor de rock de la ciudad, además de formador y fundador de proyectos pedagógicos que enseñan música a jóvenes, Orus se pregunta si hoy, la retribución económica que reciben los artistas (hablando particularmente de músicos e intérpretes) en comparación con la de otros agentes de la cadena no se encuentra desbalanceada.

El equilibrio entre el aumento de las finanzas de los productores de espectáculos en contraste con el aumento de las finanzas en artistas y creadores es puesto en tela de juicio; su superficie tambalea y para aquellos que se suben en la tarima parece no ser siempre posible mantenerse en pie.

Pero, si la gente está comprando boletas por valores antes inimaginados, si eventos de diversos tipos se llenan y encuentran resonancia en los cuerpos las músicas que se crean hoy en Medellín, ¿a dónde se van las lukas si no es a los bolsillos de todos los segmentos de este engranaje?

Lukas hay, pero ¿dónde?

¿Habrá acaso un bolsillo ciego, un roto en el pantalón, las monedas ruedan en el tambor de la lavadora? A quien se pone los blue jeans, habrá que decirle que ponga cuidado y no se meta toda la plata en el mismo bolsillo.

Es de artistas especular
¿A quién le toca cuidar la factura?

“Bastos maromeros de la industria (nacional)
tácitos parásitos listos para posar
[…]
pechos inflamados vanidosos y estudiados
soberbios despectivos con fama de desalmados

¿(acaso) la alegría de las ventas al detal?
egos enconados, locos de amarrar”

Gordo’s Project*

Suena Canción humilde de Gordo’s Project en lo que antes fue el Café Botero del Museo de Antioquia. Una gente con micrófonos y libretas garabateadas en mano conversa sobre asuntos que a las estatuas afuera poco parece importarles. Ante las preguntas propuestas por quien enruta la conversación, cada uno de los conversadores ensaya una respuesta desde su experiencia. Parece que los une la divergencia: cada uno ha llegado al arte de manera tangencial, ¿azarosa? Los separa –en apariencia– su postura frente a la “industria”: ese monstruo abstracto que parece contrario a algunas ideas del quehacer “artístico” y “cultural”. Sin embargo, los delata una analogía innegable: aun creen que las imágenes tienen algo qué decirnos en este presente que parece ya atiborrado de ellas. Afuera, las estatuas parecen asentir.

Llegó desde la arquitectura, cruzándose en el camino con el trabajo social, para desembocar en un proyecto que cree en el arte y la pedagogía como rutas para resolver y tratar temas sociales y del entorno urbano. Desde la Fundación Casa Tres Patios, Anthony Evanko lidera procesos donde el trabajo de artistas ‘parte de’ y ‘vuelve a’ las problemáticas sociales. En la fundación, creen en el conocimiento como generador de cambio; en el fomento de la curiosidad, la creatividad y el pensamiento crítico como vías de empoderamiento de la ciudadanía; creen en la justicia social como un camino que debe ser recorrido en colectivo. A través de los programas que realizan, buscan inspirar, motivar y acompañar a personas y organizaciones en la creación de nuevas visiones de vida compartida: son una casa que invita a Imaginar futuros desde el barrio Prado.

María Mercedes, desde su orilla, cruzó al arte a través de la música. De tocar en una orquesta terminó trabajando con temas de patrimonio artístico. Actualmente dirige el Museo de Arte Moderno de Medellín, un museo que genera y promueve espacios de conocimiento y disfrute para todos a través del arte y las prácticas artísticas contemporáneas. Paula, después de trabajar en el MAMM, se convenció de que quería abrir su propia galería. Hoy, desde una calle en el barrio Poblado, Policroma se presenta como lugar de interacción, encuentro y colaboración que se teje a través de la riqueza estética y conceptual de su plataforma de artistas. 

Y ¿de qué viven los espacios que son plataforma de difusión para aquellos que trabajan con imágenes? No es por arte de magia que los recursos posibilitan la existencia de estos espacios, y Policroma, como galería, sabe que la consecución de medios es el eslabón más importante para un proyecto que tiene que vivir de esta actividad comercial. En el caso de Casa Tres Patios, el esfuerzo está puesto en que las prácticas del arte sirvan como vehículo de trabajo con comunidades, por lo cual la pregunta por el objeto de comercio (la obra), deja de ocupar el centro; renuncian a las dinámicas del mercado para inscribirse en una línea de trabajo que pone el interés en el impacto social y la participación ciudadana. El recurso, entonces, es gestionado desde esta misma acera. En el caso del Museo, la relación con el mercado se da de manera tangencial; aunque no participan directamente en ventas de obras, sí tienen que trabajar con pólizas, seguros y demás procesos que implican la operación y el sostenimiento de un equipamiento como este. La medida se calcula de acuerdo con los cuerpos y los espacios, en una relación indisociable entre medios e intenciones.

Una vez más, como en la fiesta, alguien debe encargarse de elegir la música, de ajustar las luces, de explicar a quienes llegan dónde dejar el bolso, las mochilas. En la obra de arte, como en el acto que devora, es necesario una mano mediadora que lleve el alimento de la mesa a la boca, que acompañe a modular el ojo que se acercará a la pintura, una palabra en el estómago que procure la asimilación de lo que ha entrado en contacto con el cuerpo. A unas les toca entonces echar mano de historias novelescas o biografías noveladas, de recursos inventivos, para conectar a quienes observan con aquello que se les atraviesa en el camino; a otros, impartir conceptos a sus visitantes y brindarles herramientas que les permitan identificarse con las obras, incluso en casos donde esta relación resulta opaca, difusa. En suma, estos proyectos inventan a diario maneras de mantener vivas a las imágenes en espacios donde podrían convertirse en no más que “caprichos de pechos inflamados, listos para posar”.

Bastos maromeros, insisten, con una mano en el bolsillo, un ojo en la pared y un pie sobre la tierra, que, si estas piedras dispuestas en el espacio aun nos tienen algo para decirnos, no es (del todo) por arte de magia. Hay siempre unos cuerpos tensando las cuerdas.

* Letra Canción humilde, Gordo’s Project. Entre paréntesis ( ), variaciones introducidas para fines de este texto.

Trabas públicas
y el arte de la justa medida

La figura de la mediación y su prima, a una letra de distancia, la medición, resultan vitales a la hora de hablar de consumos. A la hora de considerar qué cuerpos extraños se lleva el cuerpo al cuerpo; con qué sustancias, piezas, elementos se acompaña un cuerpo en ese encuentro con el mundo –que a veces le produce tanta desazón– las medidas resultan determinantes. Tanto aquellas que en el sentido de medida hablan de la cantidad, tamaño, dosis, como aquellas que en el sentido restrictivo (o permisivo) del término hablan de qué se le permite al cuerpo hacer y no con su propio cuerpo-espacio.

Después de décadas de persecución, prohibición y estigmatización, hoy parece que florecen las organizaciones e iniciativas que, después de años de trabajo a la sombra, hoy pueden proponer –a la luz pública– nuevas formas de comprender y utilizar plantas medicinales y sustancias psicodélicas como tratamientos alternativos. Con el objetivo de acompañar a las personas en un buen vivir, de hacer menos doloroso el encuentro con la enfermedad e igualmente, de acompañar en un buen morir, investigadores y expertos hoy hablan de los beneficios que trae el trabajo con plantas y sustancias que han sido históricamente estigmatizadas y prohibidas. Es desde esta mirada terapéutica y medicinal que Adriana Correa lleva a cabo su trabajo con psicodélicos. Productos cosméticos, industriales y medicinales, derivados de materias primas vegetales y experiencias transformadoras promovidas por el encuentro con componentes con propiedades para expandir la consciencia hacen parte de este catálogo de nuevas alternativas que se enfrentan a las regulaciones y legislaciones que imponen y definen gobiernos y autoridades.

Pero las trabas públicas, además de esas líneas que trazan unos para determinar límites en las posibilidades de uso medicinal de estas sustancias, también tienen que ver con la posibilidad de entender los usos recreativos de las drogas. Camilo, no solo desde su oficio como abogado sino también desde su música, considera que la conversación sobre el manejo del Cannabis en la esfera pública es indispensable ponerlo sobre la mesa. Alejandro, por su lado, trabaja precisamente para mover cuidadosamente esos hilos que se tensan alrededor de esta planta en Colombia: trabaja por la regulación, legalización e implementación de medidas y garantías para el consumo de sustancias psicoactivas y estimulantes en espacios públicos.

Hablar de libertad es hablar de la “facultad y el derecho de las personas para elegir de manera responsable su propia forma de actuar dentro de una sociedad”. Hablar de libertad implica siempre hablar de posibilidad, pero más claramente, de límite. Si es un arte el hallar la justa medida, de los límites precisos, sí que es un arte dar con una buena mediación (como quedó dicho también en la labor del mercado del arte). Si la fiesta la hacemos en combo, y si cuando decidimos, decidimos siempre en relación con otrxs, guiar y acompañar los consumos parecen conclusiones lógicas implicadas en una comprensión del consumo desde la libertad. Si la libertad parte de un individuo que se sabe miembro de un colectivo, de un cuerpo que se sabe cuerpo en un espacio, el derecho no es solamente a que se lleve “lo que quiera al propio cuerpo”, sino que encuentre las mejores alternativas para hacerlo acompañado.

Suena el montaje El porro es legal de La Orquesta La Pascasia. Los cuerpos se mueven siguiendo el compás que marcan clarinete y redoblante. La melodía se extiende por el tiempo justo, ni más ni menos. La música acompaña el baile, o el baile le pide a la música que le preste la mano para moverse. Para concertar un montaje de estos, la intervención de cada instrumento tiene que darse a la medida del conjunto: una sobredosis de bronces puede resultar incómoda tanto para espectadores como bailarines; una nota demasiado larga puede dejar al trombonista sin aire. Entre pieza y pieza, piden descansar los pies. Entre sonido y silencio se cuece la fiesta. 

Y aunque libertad implica compañía, es evidente que implica también vacío: despejar las trabas que obstaculizan un camino es abrir el espacio para el tránsito. ¿Y qué le pasa al cuerpo cuando se mueve a lugares que no conoce, cuando se entrega a una pareja de baile que le muestra nuevos pasos, cuando cierra los ojos y se deja llevar? Imposible determinar de antemano, predecir cada detalle y consecuencia de lo que les sucede a los cuerpos cuando se sueltan a la ventura. A veces, lo esencial no es solo invisible a los ojos, sino que resulta inaccesible para la lógica y la razón.

Y de los artistas sí que se ha dicho que han perdido la cabeza. Abstractos, erráticos, azarosos, los procesos espontáneos y aleatorios sí que hacen parte de eso que aquí hemos entendido como arte. Y la entrega, la renuncia –y la experimentación– son insumos esenciales para la creación. O eso parecen.

Lo azaroso del arte
a/parece por arte de magia

Entre echar una mano, echar mano y hecho a mano no hay sino letras de por medio, trazando diferencias. Echar una mano conecta directamente con ese sentido de la compañía del que veníamos hablando como elemento constitutivo también de la idea de libertad. Hecho a mano podría decirse de todo aquello que es elaborado y labrado por cuerpos, a partir de recursos primarios, sin la ayuda de máquinas o procesos automatizados. Echar mano, por otro lado, alude al hecho (ahora sí, con h) de utilizar o recurrir a lo que se tiene al alcance cuando se necesita realizar o llevar a cabo una tarea.

Aquello hecho a mano por sujetos en un contexto, con un objetivo estético –una búsqueda de forma–, que activa sentidos en esos que reciben esa hechura es el resultado del trabajo de artistas. Cuando el artista trabaja, echa mano de los recursos que tiene para forjar esa hechura a la que es devoto, sobre la que derrama sus intenciones buscando dar forma a una obra. Y en ese echar mano, en ese agarrar con sus miembros cosas del mundo, a veces agarra justo lo que había previsto; pero a veces, afortunada o desafortunadamente –según el ojo que observa–, agarra cosas que no entiende muy bien cómo terminaron a su disposición.

En la música, ese arte de tomar cosas que no se ven y organizarlas en un espacio que es tiempo, echar mano es algo así como parar oreja. El músico atiende al paisaje que lo rodea y luego cuenta a través del sonido. En esa atención, incorpora sonidos de otros y los pasa por su cuerpo para ajustarlos a su tesitura. Entrena el oído para agarrar con más precisión aquello que escucha, y luego practica con el cuerpo los movimientos que le permitirán decir ese sonido que ha incorporado. Pero tanto oído como estómago son órganos indóciles: el cuerpo no decide qué escucha, cómo digiere, y el resultado de ambos procesos resulta entonces azaroso. La improvisación, esa posibilidad de hacer algo ‘de pronto’, entregado al discurrir incierto del tiempo-espacio, algo tiene de azar. Pero para improvisar, no basta con entregarse por entero al movimiento. Sin el equipaje y la preparación adecuada, puede llevárselo la corriente. “Para improvisar, es necesario estudiar mucho; practicar la escucha y a partir de eso, encontrar los recursos que aportan en el momento de creación de la obra” dice Alejandro Bernal, músico y curador musical en La Pascasia. Para Yenny León, “el universo es lo que ocurre entre palabra y palabra”, como queda consignado en su libro Rastros-rostros: altares análogos. “La poesía codifica lenguajes invisibles, busca lo impredecible a partir de técnicas creativas de escritura y de lectura que nos permiten acceder a otros mundos posibles”. En un ejercicio ejemplar (en el sentido de dar muestra de aquello de lo que se habla) Alejandro Bernal y su agrupación [expr] llevan a cabo un concierto donde el azar es regla: articulando la poesía de Yenny y las visuales de Santa Putricia, va tomando forma una obra que se crea en cuanto sucede.

En el permitir que lo azaroso haga parte del proceso creativo hay un gesto de confianza que se parece a cuando recibimos visita en la casa: por más de que la velada se prepare, se dispongan los mejores tragos y pasantes, hay una confianza puesta en que la conversación que se dará en ese encuentro estará cargada de lo que trae cada uno a poner sobre la mesa. Si parece que decae el torrente de palabras, alguno buscará una historia, cualquier dato inútil, un chiste, para devolver el impulso a la charla. Confiar en lo que traen otros sonidos, textos, recortes a aportar en ese espacio abierto –que es la obra– enriquece el oficio de crear a partir de pedazos.

Pero no todo en el arte puede dejarse al albedrío desatado del azar y lo imprevisible. Llevar a cabo proyectos culturales, maquinar una pieza de teatro, emprender en el sector de la cultura implica cultivar prácticas que se preocupen tanto por formas y sentidos, como por recursos y sostenibilidad. La buena salud está en la diversidad, en la vitalidad, pero también en la posibilidad de mirar hacia adelante. No todas pueden ser flor de un día si queremos tener algún día una huerta.

El Museo como eje de transformación
¡Todo un jardín de rosas!

No solo los cuerpos modulan sus movimientos al entrar en contacto con otros cuerpos e imágenes en el mundo, sino que las mismas imágenes y los espacios donde cuerpos e imágenes se cruzan, ajustan rodillas, pechos, espaldas para atender mejor a la conversación. Los territorios se acompasan a las dinámicas de sus poblaciones y en ese mutuo acomodarse de manera que a ninguno se le entierre un codo entre las costillas, el arte, la cultura y la gente se sintonizan en un abrazo.

Así cuenta Luz Dary que nació, en la vereda San José de Manzanillo, el Museo Altavista. Buscando mitigar el “nada que hacer” de los muchachos, quisieron abrir un espacio para apostarle a la cultura como encuentro. Sentados en la sala de su casa conversando sobre el nacimiento y los fundadores de la vereda fue que vio la luz el proyecto del museo. En ese mismo salón, entre fotografías y objetos históricos de la fundación de San José, hoy se reúnen un grupo de teatro, un colectivo de mujeres y la comunidad de Altavista a organizar actividades, a conversar y a pasar el rato. La casa museo se mantiene viva pero hoy se instala entre sus muros y sus patios una pregunta: ¿qué hacer ante una ciudad que ha empezado a tragarse las zonas rurales como aquella donde hoy queda el museo? Eso, dice Luz Dary, es lo que hoy nos preocupa.

Al otro lado del río, rodeada de verde, en uno de los barrios más tradicionales de Medellín, está la Casa Museo Pedro Nel Gómez. Lo que antes fue la casa de la familia Gómez, a través de un proyecto colectivo con el Museo de Antioquia, hoy es un museo donde no solo habitan las obras del artista, sino donde cuarenta y nueve grupos de la Comuna 4 se encuentran. En diálogo con las imágenes que ocupan la casa, el museo defiende la entrada gratuita y el espacio comunitario como pilares del proyecto. Dice Álvaro, el director del Museo, que en los murales siempre ha estado la respuesta: “primero está la comunidad”. Gracias a esta disposición para la escucha, el museo tiene un vínculo muy fuerte con la gente del barrio, lo que permite que hoy se mantenga habitando y en movimiento, cargado de vida.

Pero no solo de vida se cargan estos espacios. Los rumores de aquellos que pasaron y ya no están habitan los corredores de este museo simbiótico; sostenido en una relación entre muertos, familias y rituales, el Cementerio San Pedro es un referente para reconocer, en las prácticas sociales y culturales que llevamos a cabo, nuestra relación con la vida, la muerte –y la violencia–. El San Pedro es un espacio muy familiar, explica Patricia su directora, donde los curadores de las obras son las familias, y las obras son las lápidas, los mausoleos y las historias que cuentan de sus muertos. Muertos y vivos sueñan hoy con que los muros del cementerio se levanten y la comunidad entera de San Pedro pueda venir a compartir en este espacio, en un barrio que cuenta con pocas alternativas para disfrute sano –y vital–.

Y si hay un cuerpo-espacio que se ha preguntado por su relación con las dinámicas de la comunidad que lo conforma y habita, el MAMM bastante tiene para compartir. No solo porque en los barrios en los que ha estado ha modulado por completo las dinámicas sociales del espacio, sino porque hoy, con un cuerpo más grande, quizás más albergador, pero más aparatoso, se pregunta cómo mantener la cercanía con las personas, así sus techos y paredes se alejen cada vez más del suelo. Fundado en 1978 por un grupo de artistas que necesitaban una sala para difundir arte de vanguardia, hoy el museo (que también extiende sus miembros como parque) se ha convertido en un eje central para la comunidad que lo habita y nutre de contenido. Desde su arquitectura se integra en las configuraciones urbanas de la ciudad y la gente; propone otras formas de relacionarse con el espacio público y busca que las comunidades “no solo se comporten como público, sino que también sean coautoras de sus salas y puedan participar de todas las etapas de definición de contenidos”. “En Medellín hay un auge de prácticas colectivas y comunitarias las cuales el museo se proyecta acoger y abrazar”, cuenta su directora María Mercedes González. La exposición Medellín, pulso de ciudad que se aloja en una de sus salas es muestra de ello.

Las relaciones entre cuerpos son las que permiten que las vibraciones se propaguen de un dedo a una pantorrilla, que el repique del timbal, que primero golpea el tambor en la cabeza, desate el pulso marcado por los pies. Estrechar alianzas entre cuerpos de distintas tallas y dimensiones es fundamental para construir ecosistemas saludables y sostenibles: redes de apoyo y financiación entre empresas, universidades, cajas de compensación y espacios culturales permiten poner cuerpos y recursos a transitar entre diversos espacios, a nutrir las conversaciones de nuevas historias, a poner sobre las imágenes nuevas miradas.

Resultados de la alianza PALCO

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