Un lugar en el mundo

El arte, como el agua, se acomoda a muchas formas y estados. Es lo que demuestra el Teatro El Grupo en Medellín: que desde las capacidades múltiples se puede hacer arte, y hacerlo bien. Su historia lo explica de la mejor manera.

 

Por Mariana Mejía
Fotografías Archivo El Grupo

Aplausos, sonrisas genuinas y una que otra lágrima se le escapa al público cuando la obra termina. Ni Beatriz Duque, que lleva un año entero ensayando y repasando lo mismo, está exenta de todas las emociones que inundan el teatro. Mira el escenario con orgullo: el orgullo por los diecisiete actores que la acompañan en un proyecto que transforma la vida en sociedad de jóvenes y adultos con particularidades en su desarrollo.

La vida, que siempre ha sido bien complaciente con ella, le permite que continúe como directora del grupo de teatro que formó hace diecisiete años. El nombre fue escogido entre todos luego de varias propuestas como La Tropa o Estrellitas que Brillan, pero finalmente decidieron que se llamarían Teatro El Grupo.

—¿Cómo se llama el grupo?

—El Grupo

—No, no, pero ¿cómo se llama?

—Por eso, se llama El Grupo.

A Beatriz le encanta el nombre y las confusiones que genera, cree que va de acuerdo con lo que buscan: transgredir incluso desde la palabra.

Parte 1

No vamos a buscar a alguien que no desee ser hallado

La historia empieza cuando Beatriz llega como profesora de teatro al Centro de Servicios Pedagógicos de la Universidad de Antioquia, una entidad que atendía a población con discapacidad. Allí forma un grupo llamado Sueños de Colores, con el que realizan Olowaili y el rey de los pájaros, basada en el libro Javier Carbonero. Una obra sobre la ecología que presentan en el teatro Camilo Torres. “Esa función marcó un hito en la vida del arte y las personas con discapacidad cognitiva en la ciudad, era la primera vez que muchas personas veían algo así, era una obra con todo lo técnico donde la gente dijo: ¡JUEPUTA, ESTO ES TEATROOOO! Así a los actores se les olvide el texto, es teatro”, cuenta Beatriz, emocionada.

El Centro de Servicios cerró por cuestiones administrativas. Fue un momento difícil pero rápidamente Beatriz tomó la decisión de continuar con el proyecto de forma independiente porque sabía que había encontrado allí la mejor forma de enseñar y trascender la vida de estas personas. ¿Cuándo? Sin respuestas. ¿Dónde? Ni idea. ¿Con qué plata? Mucho menos. Organizó la idea, convocó a las familias y consiguió un salón en la biblioteca de La Floresta. Hasta allá llegaron cinco de los dieciocho que estaban en el proceso anterior y algunos nuevos.

Romeo y Julieta fue la primera obra que eligieron en conjunto luego de muchas conversaciones. No tenían fecha de presentación pero Beatriz sabía que en menos de un año tenía que estar lista, contando con la adaptación, la lectura interpretativa y la composición de la música. Al principio fue complicado para ambas partes: Beatriz, con su carácter fuerte y momentos de histeria, pasó por el proceso de desmontar la idea de perfección que tanto había perseguido siempre. Los muchachos, por su parte, luego de que en el primer ensayo de Romeo y Julieta lloraran de tristeza por la muerte de los protagonistas, entendieron que el teatro es una pequeña representación de la realidad y que esa deja de existir cuando se cierra el telón.

Pasaron varios meses hasta que Beatriz le vio forma y comenzó con la búsqueda de un lugar donde presentarse. El teatro La Fanfarria, ubicado en Laureles, fue el espacio para esa primera vez en 2005 y para muchas otras de El Grupo. Diseñó un boletín de prensa que mandó a todos los medios de comunicación posibles, lanzando el Teatro El Grupo como un elenco de muchachos con síndrome de Down:

—¡¿Pero por qué tenés que decir que tienen síndrome de Down?!

—Pa que la gente venga. Si yo digo que somos un grupo de teatro cualquiera, no viene nadie.

En este momento, diecisiete años después, no tiene que decirlo. Con el tiempo, El Grupo ha ganado un reconocimiento dentro de la ciudad que no necesita de etiquetas que llamen la atención.

Beatriz no podía creer la gran recepción que tuvo. “¡Jueputa, qué susto!”, pensó cuando vio el teatro con sobrecupo y hasta gente en las escalas, pero era lo que quería. Tuvo entrevistas en un montón de medios:

—¡Te estoy viendo por Caracol Internacional! ¡Qué bellezaaaaaa! —le dijo un amigo que vivía en Canadá.

No solo estaba feliz por el éxito que tuvo su grupo de teatro en la primera obra, sino también por lo difícil que es lograr esto haciendo teatro en una ciudad como Medellín: “El teatro nos exige pensar y a la gente le da pereza pensar”. Doblemente difícil cuando se trata de montajes en los que los actores a veces se enredan con parlamentos que no recuerdan, acciones y palabras imprecisas, desequilibrio en la distribución del espacio. Todo esto sucede en escena y a veces es difícil encontrar un público que lo comprenda. La sensibilidad que brinda el conectarse con el otro a través de ver el error como un elemento más en la obra hace que las presentaciones de este grupo sean una experiencia única en la cultura de la ciudad.

Beatriz, aunque es una mujer que rompe con lo tradicional en su forma de ver la vida, valora la poética, la forma adecuada de decir las cosas y lo clásico si se trata de arte. Su referente en el teatro es el Matacandelas, y siempre soñó con que su grupo fuera similar a este en su vocación de explorar todas las artes: “Si hay que bailar se baila, si hay que hacer música se hace música, y es el teatro el eje articulador de todo eso”. Todas las obras tienen música original que se construye entre todos. Se reúnen, Beatriz les pregunta lo que van a decir en cada momento, escribe la canción y con ayuda de un grupo musical finaliza el proceso de creación. Preparan un montaje por año y tienen una estrategia ya establecida que les funciona a la perfección: primero Beatriz lee la obra y selecciona los apartes que le dan el sentido a la historia. Luego le da el personaje a cada uno para que se desenvuelva más fácilmente en la lectura grupal, y así desde el inicio todos entienden desde su rol la historia y los personajes.

Para que Romeo y Julieta saliera lo mejor posible en su primera aparición en público, compraron micrófonos para cada uno, que pagarían con la plata de la taquilla. Sara Chávez, que se caracteriza por su forma de despertar un montón de sensaciones a través de la danza, era la primera en salir a escena. Miró al público, se dio cuenta de que el teatro estaba lleno y se devolvió. Los micrófonos estaban prendidos y mientras todos se encontraban expectantes a la salida de la actriz, se escuchó lo que sucedía detrás del telón:

—¿Sara, qué pasa? —le preguntó Beatriz.

—No puedo.

—Sí puedes, vas a lograrlo.

—No puedo.

—Mira: eres la primera; si no sales, todas ellas se quedan sin bailar porque te siguen a ti.

Y salió.

Parte 2

Seguro que llegarás a alguna parte si caminas lo suficiente

“Es que yo no me voy a quedar aquí, yo voy a viajar por el mundo con mis muchachos, nosotros no somos artistas de la ciudad, somos artistas del mundo”.

—¿Que van a ir a París? —le dijo uno de los papás de los muchachos, asombrado.

—Sí —contestó Beatriz con convicción.

—¿Cuándo?

—No, no sé.

—Jueputa, yo te creí.

—Es que sí vamos a ir. ¿Cuándo? No sé, pero vamos a ir.

Abril de 2017. Beatriz asiste a un taller de danza impartido por el bailarín Daniel Fetecua en Medellín, y lo invita a la función de El Grupo en la noche. Allá llega. Cuando la función termina, Beatriz lo busca entre el público y lo ve llorando. “Me cambiaste la vida”, le dice Daniel, tan conmovido que los invita a todos a Nueva York a presentar Alicia, el musical en un festival que tiene en mente.

Principios de 2018. Salen unas convocatorias de la Alcaldía de Medellín para apoyar viajes internacionales de artistas, Beatriz llama de nuevo a Daniel para confirmar la invitación y él organiza todo para realizar la primera versión del Latitudes Dance Festival. Ganan uno de los estímulos para el arte y la cultura.

Beatriz estaba preocupada porque el estímulo económico solo cubría los tiquetes de avión. El Grupo es un elenco de artistas adultos que no dependen de las familias y mantener esa independencia es primordial; por eso, los viajes son financiados por la venta de boletería y los estímulos que han ganado. Llamó a una vieja amiga para que le ayudara a buscar un lugar económico donde todos pudieran quedarse. A los días, la amiga le envió al correo un recibo de hotel pago por diez días para todo el equipo, que consiguió gracias a donaciones. Ya lo habían invocado en una de sus canciones para esta obra: “Queremos viajar a Broadway y que Alicia, el musical allí podamos presentar”. No estuvieron en Broadway pero sí a una cuadra, que es casi lo mismo. En el proceso para obtener la visa les preguntaron a qué dedicaban sus vidas:

—Yo soy atora —respondió Sara.

Noviembre de 2018. Viajan a Nueva York y se quedan en un hotel a dos cuadras de la estación del metro y del teatro donde se van a presentar. Hacen cuatro funciones de Alicia, el musical, una de ellas en el Central Park junto a la icónica escultura de Alicia. Es uno de los momentos más especiales que han vivido juntos: “Esas son nuestras aventuras”, dice Beatriz con una sonrisa. En la lista de países que han visitado gracias al teatro también están México, Bolivia, Chile, y seguirá expandiéndose.

Parte 3

“Solo necesitamos que nos den la oportunidad”

Aprenden a su ritmo, sin afanes, disfrutando el proceso, a través del acercamiento al mundo del arte, la literatura, la historia. Todos aportan y participan activamente en la realización de cada uno de los momentos, tienen una voz y un punto de vista para cada situación. Todo esto, más allá de darle vida a una obra, funciona como terapia para la construcción de una autonomía, uno de los principales objetivos de El Grupo. Su participación activa en entornos y contextos sociales y artísticos como los teatros contribuye a formar un público que deje de infantilizar a las personas con particularidades en su desarrollo y empiece a verlos y tratarlos como adultos, porque no solo pueden ser autónomos e independientes sino que necesitan serlo. Las familias de los artistas suelen predisponer la situación a que los necesitan, pero Beatriz ha sido clara: “Desde el primer momento yo dije: este proyecto lo vamos a sacar adelante como artistas, no como hijos bobitos que las mamás sostienen”, y así han podido durante estos años vivir del teatro. Las decisiones las toma ella como directora y los muchachos como actores, nadie más. Se respeta la independencia de El Grupo y por eso el dinero para financiar viene de otras partes y no de los padres, que han ido entendiendo con el tiempo eso de que sus hijos son artistas del mundo.

Mantuvieron su proceso creativo durante toda la pandemia por medio de la virtualidad. Todas las semanas ensayaban y conversaban por Zoom, incluso presentaron Alicia, el musical cada uno desde casa. En septiembre de este año tomaron por fin la decisión de volver a la presencialidad. Muchos de ellos ya no soportaban el estar lejos de El Grupo. La cuarentena fue una situación muy dura porque, en la mayoría de los casos, actuar es lo único que los mueve, lo único que hacen por amor, por gusto, por mero placer. El primer día que se vieron después de la pandemia ni siquiera ensayaron; se sentaron a hablar, a mirarse y a reírse nuevamente de la vida, de cada uno y de los otros.

En los ensayos juegan, practican lenguaje de señas, bailan e incluso comparten lo escrito en un diario donde ponen sus pensamientos y emociones a lo largo de la semana. La obra Amores imposibles, original de El Grupo, nace de todos esos sentimientos que surgen en los contextos de la familia, los amigos y el amor de pareja. La canción “Momentos difíciles”, que acompaña este montaje y titula este capítulo, logra conmover al público porque surge de la necesidad de los muchachos por expresar su sentir respecto a la posición que tienen dentro de la sociedad, donde siempre aparecen el rechazo, la negación y la discriminación.

La directora entra repentinamente en un estado de euforia. Empieza a hablar rápido y a dar órdenes para que se mantenga el ritmo: “Se puso la gorra mal”, “¿usted por qué se puso esos zapatos?”, “¿qué es ese brasier?”, “¿por qué se puso ese reloj?”. Ella les entiende todo aunque a veces las palabras sean confusas. Me cuenta sobre los enamoramientos, los momentos difíciles por los que ha pasado cada uno: muertes de familiares, despedidas, desamores, depresiones, enfermedades. Podría describirme con pleno conocimiento la personalidad de todos, sus historias de vida, sus familias, su ambiente; los sabe leer tan bien que se da cuenta de cuando están mal. Les brinda un entorno humano, incluyente, como realmente debería ser el mundo.

“Qué susto porque es una responsabilidad; también hay una cosa muy linda y es que ellos me han visto contenta, eufórica, enojada, pero también vuelta mierda y llorando. Me conocen. Nos conocemos”. Tiene tanta influencia sobre ellos que los padres la utilizan hasta de coco: “Le voy a contar entonces a Beatriz Duque”, les dicen a sus hijos como amenaza. “Es que Sara a la única a la que le hace caso es a Beatriz”, dicen con resignación. Para ellos es su maestra, su guía, la tratan con respeto y ella los trata con amor.

Teatro El Grupo no pretende ser una historia más de superación que involucra la discapacidad; más bien, es la muestra de la vida de personas que encontraron en el teatro su espacio en el mundo. Un lugar donde se ven los otros y a sí mismos. Un lugar donde se sienten seguros, donde ríen, se enamoran pero también se equivocan, se enojan y lloran. Un lugar donde su vida tiene un propósito, algo tan inherente en las búsquedas del ser humano.

Sofía, la menor de El Grupo, lo tenía claro cuando se graduó del colegio:

—Sofi, ¿qué quieres ser ahora? —le preguntó su papá.

—Yo quiero ser actriz.



Mariana Mejía Mejía

Estudio periodismo en la UdeA. Me gusta escribir, caminar para toda parte, tomar cerveza y montar en metro mientras escucho los temitas. Tengo veinte años y ojalá los tuviera por siempre, hablo duro, lloro mucho y amo hacer todos los test de personalidad disponibles en internet.

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