Residente: Paula Andrea Posada Restrepo

Sombra, penumbra y luz

 

Esta es una narrativa difícil porque aborda la enorme dificultad, el gran reto, de ser mujer en un territorio de guerra e ilegalidad. Y es difícil para mí porque es el resultado de un encuentro directo y primerizo con las experiencias de alguien que ha tenido una vida atravesada por la violencia, que ha recibido muchos golpes y cuyo camino ha estado sembrado de obstáculos y desgracias. Esta narrativa me puso de frente la soledad y el dolor, aunque también la fortaleza y la sonrisa, en los que se debaten muchas personas en Colombia.

 

Tatiana es una persona muy extrovertida, sin pena alguna, desinhibida en su hablar; sus palabras son bruscas, fuertes y soeces, hijueputea constantemente. Su historia es una dicotomía entre las sombras, la penumbra y la luz.

Su vida ha sido difícil, mucho, pero se ganó la lotería con su esposo como lo dice ella misma en varias ocasiones durante la entrevista. Desde los siete años hizo parte del mundo de la calle, sacaba ropa de la basura para sus hermanos y pedía dinero para llevar a su mamá de quien dice: “Es Dios y plata”.

El desorden que ha tenido en su vida quizás es culpa de su mamá y Tatiana no le perdona eso, pero con voz segura y sincera dice: “Yo la quiero mucho”.

Tuvo dos amigas en la calle, con las que cuales se divertía, y mientras ellas entretenían tenderos, ella era quien robaba la comida para todas. Así pasaron días y semanas, pero la vida seguía difícil. Su madre salía de un embarazo y empezaba otro, así que decidió prostituirse y empezó a irle “mucho mejor”. Aunque vivió rodeada de drogas, probó algunas, pero no le gustaron, dice pensativa mientras recuerda a una hermana que está perdida en ellas.

Su lotería, como lo llama a él, apareció en el bar donde trabajaba. Una noche cualquiera él, un primo suyo y otros amigos entraron al sitio, ella atendía esa mesa y se acercó al primo, no a él, pero luego, con el trascurrir de la noche entabló conversación con su billete, su número de la suerte, su cábala.

Él tenía dos hijas, explica Tatiana entregando detalles como nombre y edad. Cuando se fueron a vivir juntos pasaron un año bastante difícil con mucha inseguridad pues la primera mujer de aquel hombre, quien también salió de un bar, los mandó a amenazar con un grupo ilegal y entonces no podían salir de la finca a la que se fueron a vivir de la siembra de coca. Estaban prácticamente en el monte, adonde debían llevarles la comida para poder sobrevivir.

“Todo cambió cuando quedé en embarazo”, dice Tatiana con otro tono. Ella no creía que pudiera quedar embarazada porque cuando creyó estarlo alguna vez tomó medicamentos abortivos suministrados por la pareja de aquella época. “Nunca me dio a germinar las cosas, ya de tanto aborto, yo ya no sirvo…”, pensaba. Pero cuando tenía veintidós años nació su primer niño. Les fue muy mal. Ese mismo día les fumigaron la coca.

La leche materna no bajó. “Yo soy una mala vaca”. El niño tomó toda clase de leche de tarro hasta llegar a la más barata y terminar con leche de vaca, a la que resultó alérgico porque le generaba una diarrea imparable. Cuando fue donde el médico, este le quitó todas las leches y recomendó alimentarlo solo con jugos de frutas y ella con su dedo índice, al relatarlo, señala su garganta y dice: “Y nosotros en ceros”.

En casa había muchos árboles de guayaba y con cada fruto de estos alimentó al niño durante mucho tiempo, jugos y papillas de guayaba. En la actualidad el niño odia la guayaba, y ríe.

La situación era muy difícil porque tenía que levantarse a las cuatro de la mañana a cocinarles a los trabajadores que raspaban coca. El niño era muy travieso, se volaba y hacía daños. Después de un tiempo de mala racha su esposo quiso salir de la coca pues, aunque viven de ella, siempre han considerado que es ruina. En las ocasiones en que no hay comercio sufren y ni qué decir cuando fumigan los cultivos. Entonces empezó a trabajar en la minería y compró algunas vacas, pero los vecinos empezaron a ponerle problema por los potreros y decidieron devolverse.

“Volvió y nos fumigó la avioneta, y quedé otra vez en embarazo, chillé hasta ya no poder más, nos tocó volver a comenzar de ceros con todos esos palos de coca y mi esposo me cogió pereza. ¡Fue un cambio tan brusco!”, dice en tono desconsolado. “Yo lloraba día y noche, yo maldecía al bebé. El niño me dañó el hogar decía yo, qué barriga más complicada, porque yo vivía sangrando porque el embarazo fue de alto riesgo, y pa montar bestia era un gallo, cuando él lograba sacarme lo hacía a gritos. Yo maldije hasta lo último a mi niño, qué pesar, porque me dio de todo, todo lo que no me dio con mi otro niño, y hasta decían que era una niña, y yo pensaba qué jartera una mujer pa sufrir lo mismo que yo sufrí, van a llegar esos viejos a mirarla”.

Tatiana fue violada cuando estaba muy pequeña por un padrastro, pero su mamá nunca le creyó, y aunque la ama dice que no ha sido capaz de perdonarle eso y otras cosas.

Tatiana insiste en que en ese embarazo se sintió rechazada por su esposo y su hijo mayor; se sintió muy sola. Su cuñada fue el gran apoyo y quien la ayudó para que pudiera salir al pueblo porque ya estaba sangrando mucho. Fueron dos meses en los que estuvo de arrimada. El niño nació el 8 de diciembre. Cuando sintió las primeras contracciones, su cuñada se fue con ella al puesto de salud, pero antes lo primero que hizo fue hablar con el niño mayor, decirle que no se asustara si al despertarse al día siguiente no la veía, y enfáticamente le recomendó: “No se deje tocar de nadie”.

Le habían programado cesárea por el tamaño del bebé, pero ella se negó. El camino hacia el centro de salud fue muy agotador porque tenía una barriga muy grande y había una loma muy empinada para subir. Al llegar, y después de revisarla, la enfermera le dijo que no daba tiempo de llevarla al hospital, que el niño iba a nacer ya, era la una de la madrugada.

“Fue muy duro para mí estar sin mi compañero en el parto”. Sus cuñadas tampoco estuvieron pues estaban buscando un carro que supuestamente la iba a llevar al pueblo. El parto no fue fácil, el niño traía una mano atravesada y la enfermera hizo mil cosas, pero no nacía, con miedo de que se ahogara, ella se arriesgó y empujó el niño hacia adentro para luego poderlo sacar y así nació.

Tatiana quedó con un desgarre que le impidió caminar bien por varios días, pero lo que más le dolió fue que el bebé lloraba cuando se lo acercaban y cuando alguien más lo cargaba sus lágrimas cesaban. El niño era mono, zarco y con mucho cabello, pero los ojos no pudo verlos hasta después de muchos días pues siempre los cerraba cuando ella lo cargaba. Cuando preguntó qué pasaba le dijeron: “Todo el rechazo que usted le dio al niño en esos nueve meses él se lo está dando ahora”.

El bebé se enfermó y tuvo que llevarlo al médico, pero no tenía ni un peso, apenas tuvo para pagar los pasajes de ella y los niños. Cuando entró a la consulta, y después de que el médico hiciera el diagnóstico y cobrara, ella le dijo que no tenía con qué pagarle, que confiara en que apenas tuviera el dinero se lo traería. Al médico no le quedó más que aceptar, pero cuando le entregó la fórmula de los medicamentos estos sumaban 150 000 pesos.

Desesperada le quitó una cadenita de oro que tenía el niño mayor y la empeñó, pero apenas le dieron cien mil, solo pudo comprar un medicamento. Lloró todo el viaje hasta la casa y cuando le contó a su cuñada esta se enfureció con su hermano, lo llamó e hizo que fuera a sacar de la prendería la cadena y a comprar la fórmula completa.

Después de registrar el niño se fueron otra vez para la finca, no pasaron ni tres días de estar de regreso en su hogar cuando una culebra mordió a su esposo. En la región se tiene la creencia de que alguien que esté mordido por una culebra no puede mirar a una mujer embarazada o con parto reciente. Tatiana trató sin fruto alguno de buscar entre algún vecino el suero antiofídico. Llamó a la cuñada que siempre estaba pendiente y lo llevó para el pueblo, entonces se quedó sola con los dos niños, en el monte.

Esa zona es muy miedosa y quedarse sola en donde había ejército y guerrilla no era bueno. Durante quince días le tocó arriar el agua desde un sitio alejado, el niño mayor recogía alguna leña —que eran pequeños palos— y con eso prendían el fogón. Todo eso con un bebé recién nacido. “Nos tocó comer mucha mierda, nos tocó muy duro, tocaba poner los plátanos al sol para molerlos y hacer colada. Hambre como tal no hubo, siempre había plátano o yuca, carne de monte, pescado, pero yo fui muy pobre en el sentido de salir a comprar pañales o para los métodos anticonceptivos”.

Otra vez en el cultivo de coca les fue muy mal. Su esposo recuperado debió jornalear y le iba mejor raspando, ella tuvo que ordeñar y salir a raspar con él y los dos niños. “En sí los palos de coca son los que nos dan la comida”.

Insiste en que su esposo es la lotería que se ganó, que él no se deja vencer y ahora que están tirados él busca y se va a pescar, a barequear y también tienen muchos marranos que a veces hay que venderlos porque no hay plata para cuidarlos.

Tener la casa de material que ahora tienen fue una odisea. Ella se la ha luchado, sufrido, le ha costado más que dinero muchísimo trabajo. Antes de tener la casa actual vendieron unos animales y recogieron cinco millones de pesos para comprarla, pero cuando las otras hijas de su esposo se enteraron, lo demandaron.

“No supe dónde quedó el dinero”, dice.

Tatiana insistía en tener una casa y se dio cuenta, como eran tiempos de campaña política, de que uno de los candidatos estaba dando solares, así que fue y pidió uno y resultó beneficiada. Su cuñada apenas supo lo del terreno le dijo que al día siguiente empezaban a cortar la madera y ella obviamente acató. Así, al otro día ellas dos y un tío de su esposo iniciaron el proceso. Su esposo no estaba muy convencido con “el rancho”, pero un día que fue y vio que ya estaba la armazón se entusiasmó y fue y buscó el agua y la instaló, puso el plástico e hizo el techo. Debían esperar una “raspa” para poder comprar las cosas porque solo tenían un camarote. Muy jocosa y con palabras bruscas me dice que le pidió encarecidamente que le hiciera un baño, que para ella era muy difícil hacer sus necesidades en el monte. “Aunque sea un murito de adobe”, le dijo.

Un día de mayo, después de raspar coca se fueron para su casa, el agua brotaba del suelo, había mucho pantano, pero estaban en su propiedad. Esa noche durmieron en tablas; al otro día partieron el camarote e hicieron dos camas una para ella y el niño menor y la otra para el esposo y el niño mayor. Su cuñada les dio un ventilador porque el calor y los zancudos eran insoportables.

Aburrido por todo eso el esposo propuso comprar las tablas para hacer la casa, pero ella enojada dijo que no, que una tabla valía dos mil pesos, lo mismo que un adobe, “entonces vamos comprando los adobes”. Para tapar un poco el pantano del suelo, cada semana ponían cartón y así el suelo estaba más limpio. Un día, después de hablar con su cuñada sobre vender unos animales y así obtener recursos para construir la casa, Tatiana salió a llevar a los niños al colegio y cuando llegó los cerdos se le habían comido toda la comida. Durante dos años estuvieron con tablas y tela verde, ella no dormía en la noche y el niño mayor tampoco, porque cuidaban: les daba miedo que alguien entrara por la tela y les hiciera daño. Entonces en la mañana muy temprano hacía las cosas y dormía de día.

Después de ahorrar algún dinero de las raspas compraron los adobes. “Mi mamá se consiguió un marido, ¿de dónde? No sé, dizque se casó con él y trajo ese viejo para acá”, cuenta Tatiana. El señor supuestamente sabía de construcción y empezó a hacer las bases. “Para construir esta casa me ayudaron mucho, para traer mil adobes que yo misma cargué en un turbo me cobraron una Kola Román y el almuerzo, las manos incluso me sangraban, pero no me vencí”. Confiesa.

A esta familia no le gusta cultivar coca, pero vive de eso, solo les da para comer y pagar cuotas. Tienen un proyecto de comprar una tierra, tienen un capital que son los animales, con el terreno ya inician la ganadería y así creen que pueden dejar la ilegalidad a ver cómo les va. El gran sueño de él es tener una tierrita para ganado.

Antes de la pandemia Tatiana le dijo a su marido que quería ir a la costa, y con una plata que les entró compraron dos marranos para venderlos luego y poder hacer el viaje. Ella conoce el mar, pero sus hijos no y ella quiere que vayan en familia a la costa. Ya vendieron un marrano, pero el dinero se ha gastado en necesidades urgentes.

El sueño de su esposo siempre fue casarse, pero ella condicionó el matrimonio a cuando tuvieran primero una casa, y luego, una casa de material. Cuando ya tenían su vivienda él volvió a insistir y ella pensó entonces que en los diecisiete años que llevaban él había sido un buen esposo y padre, y cuando él mandó a organizar los papeles ella le advirtió que era muy grosera, detalle que a él no le importó y se casaron.

Todo fue muy sencillo, callado, su esposo no quería nada de bulla. “¡Uy, qué hombre tan amargado, ni una cerveza se tomó y yo con ganas de muchas!”. Las argollas no fueron de oro, y dos veces que ha tenido la plata para comprarlas ha tenido que gastar el dinero, por ejemplo, para viajar a Medellín a un hospital con unos de sus hijos enfermo.

Ella insiste en que es grosera y en que se ganó de verdad la lotería porque con este matrimonio logró alejar a su mamá que siempre le ha generado tantos conflictos.

Cuando le pregunto si alguna vez han pensado en participar de algún proyecto del gobierno dice que no se pueden meter porque el terreno donde viven está rodeado de personas que también tienen cultivos de coca, si ellos se meten a esos proyectos funcionarios del gobierno van a ir a su propiedad a verificar cosas y verán los otros terrenos de personas que no entran a esos proyectos. Las veces que ha intentado participar, le mandan razones preguntando el porqué de esas visitas y aunque ella dice que esos proyectos son muy buenos los pone en peligro de muerte.

Tatiana vive feliz actualmente junto a sus dos hijos y su esposo, la vida y la situación son complicadas, pero en su hablar puede notarse que vive contenta en su hogar.

*Algunas cosas han sido cambiadas y otras, omitidas para seguridad del personaje.

 

*Paula Andrea Posada Restrepo. Yarumal (Antioquia), 1987. Ha vivido en el campo rodeada de árboles, animales, aguas y flores. Es comunicadora en Lenguajes Audiovisuales de la Universidad de Medellín, le gusta el trabajo social y su desempeño laboral se ha desarrollado en cargos públicos en la alcaldía de Tarazá, municipio donde reside, y en la Agencia Nacional de Tierras.

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