Boca abajo

Texto: Yenny León
Cartel: Colectivo La Ración (Juan David Quintero, Pablo Melguizo, Luis Miguel Villada)

Un cuarto de sal, un grano de arroz, las ollas boca abajo, un dedo de panela sumergido en un balde con agua, caldo de cebolla.

El perro sale y rebusca. Corre hasta el límite del cráter.

Enojo. La boca del estómago se derrite, se deja caer sobre lo que no hay.

Cuatro pañales para diez días. Falta jabón para el pañal de tela. Falta jabón.

Después de terminar la plana, tumba el vaso. Nada se derrama. El accidente no ocurre.

Se esfuman las fuerzas para darle aliento a un ser nuevo. Seguirán amamantándolos de sombra.

El barrio se reúne. Quedan solamente tres panes. Las manos vacías no son opción. Saqueo, saqueo, saqueo.

“Y cuándo nos veremos con los demás,
al borde de una mañana eterna,
desayunados todos”.

Lo esencial es visible, tóxico.

Cuando pensamos que estamos dentro de dios, llega el hambre y nos sacia de aire, ardor, úlceras que nos dividen y gobiernan.

Comer es un deseo paquidérmico. Cuando no se sacia, el tallo cerebral explota en alerta, la presión baja y se desintegra la tímida piel en el relámpago del bazo.

Incontinencia fecal. No hay nada que salga, la brisa no puede solidificarse adentro.

Alerta seminal, hueco originario. El hambre nos hunde el hocico.

La medida de lo humano se da por el estómago vacío.

 

Le vaciaron el ojo a la gata. Su única pupila deletreaba F-A-M-I-L-I-A. Ella nos nombró con la tórtola que trajo. Ayer el bautizo fue con un pinche.

El hambre nos aleja de la punta de la llama.

Nos retorcemos, acurrucados. La gata nos recuerda que vivimos para comer y que la sudadera roja enredada en la pared de lata nos ayuda a morir sin un dedo atravesado en la boca.

“Ya nos hemos sentado
mucho a la mesa, con la amargura de un niño,
que a media noche, llora de hambre,
desvelado”.

Cartel por Colectivo La Ración (Juan David Quintero, Pablo Melguizo, Luis Miguel Villada)

Ya no reciben el dulce que entregamos en el bus.

No compran las mazorcas asadas a fuego lento en una calle deforme.

No confían en el organismo del monedero.

No le dan la mano a una posible asesina.

Ya tienen una excusa para ponernos reglas que obedecen a los que tienen panes agigantados.

Nos sorbe la necesidad. Mientras tratamos de adormecernos en una fuente que lo promete todo, le estorbamos a nuestra carne.

 

 

Toallas, pañuelos, camisetas rojas son espacios e instantes.

Un cadáver infectado y con hambre, ¿arde, explota, se deshace, se hunde?

El no-alimento aleja de la línea del horizonte, lanza a Penélope contra el Odiseo hechizado en las manos de Circe, traba la madera que tocan las manos, irrita a la colmena.

El rojo es aire escogido que entra por la boca de la carne.

 

 

Ya las manos no se miran en secreto y el hogar amanece frío. 

El calor se esconde del cuerpo mientras que el tiempo cojea y palidece.

Las arrugas orbitan, verdes, amarillas, sobre las comisuras de los labios y los ojos, y en la mejilla que desaparece.

¿Adónde nos lleva este tiempo rojo que llena el estómago de estrellas fugaces?

¿A quién le heredaremos el asombro después de esta lluvia?

 

 

El hambre puede calcular consigo misma.

Se suma, se resta, se multiplica, se divide, se cierra como un error y luego se expande para ser advertida.

Cuánta cosa no ha inventado para demostrar que existe. Cuánto no ha escalado y perseguido para hacerse ecos y servir a una voz petrificada.

 

 

La boca está mal construida. 

Su empleo es peligroso. A veces se harta de sí y abandona su carga. Y si la ayuda llega, se cose por dentro porque ha olvidado la tierra luminosa. Cuando los bocados aparecen, al nacer la ayuda de desconocidos, ella se pregunta si acaso saben quién es realmente, si conocen su voz y las letras con las que improvisa sus tragos, 

succiona las mejillas 

y deja entrar la posibilidad de un cuerpo nuevo.

 

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