¿Sabrá el río por qué corre?

Por Juan Mosquera
Fotografías de Yohan López

 

Nacimiento de la fuente de agua

Tres fechas como tres ríos que serpentean y van a desembocar en un mismo mar. Este nodo sur formado por distintas instituciones e iniciativas culturales que son corazón de la ciudad, propuso abrazar con arte y reflexión -no hay arte sin reflexión- al nodo centro que hoy precisa de este abrazo sin vallas. Tres fechas en las que el quehacer de cada institución convocante se tradujo en acciones concretas en el espacio público compartido, en una reafirmación de la ciudad como casa de todos y escenario, también, del pensamiento sereno y meditado sobre asuntos que siendo de uno son asunto de todos. La salud mental es un asunto ineludible en una sociedad que cada día, por distintos motivos, se admite ante el espejo que estamos rotos.

La relatoría aquí presentada no es un ejercicio cronológico formal sino el resultado de la encomienda a un escritor para convertir en relato lo vivido. Nace así ¿Sabe el río por qué corre? como testimonio de los tres encuentros en los que, fecha a fecha, se vivieron recorridos urbanos, talleres de arte oriental, escenas de danza y música en vivo, diálogos con acompañamiento profesional sobre salud mental… La mirada se centra, primero, en la descripción de lo que habrá de repetirse luego en fechas distintas, luego en la escucha autorizada de la vivencia íntima y, posteriormente, en la observación diferenciada de la tercera fecha.

Afluentes

Tres recorridos. En Parques del Río el primero, en cercanías de Otraparte el segundo, en El Poblado y Ciudad del Río el tercero, recorridos que son constatación de la ciudad levantada a escala humana y, por tanto, a la altura de la mirada. “¿Es más barrio un barrio por ser popular?”, pregunta uno de los caminantes que acompañó los distintos recorridos. La respuesta, paso a paso, encuentra curso como un río: los barrios son distintos y barrios siguen siendo.

Desde cualquier esquina pueden verse las distintas capas de urbanismo, arquitectura e historia que se superponen para formar la ciudad habitada. Y desde esa perspectiva de esquina puede construirse un relato como quien construye, piso por piso, las plantas de un edificio.

Persiste en los recorridos una (otra) pregunta: ¿Quién debe construir el espacio público? Que los ciudadanos aporten soluciones no exime al Estado de sus responsabilidades. Lo dicen igual en cercanías de Conquistadores que en Manila. Lugares estos en los que los vecinos se han organizado para brindar respuestas a lo que empezó como necesidad transitoria y no encontró solución permanente por parte de autoridades diversas. El lugar de ciudadano como habitante hace parte de la conversación cotidiana de estos recorridos.

La geografía también nos define y nos describe.

Todos estos recorridos tienen en común que son caminos por tierras planas.

Distintos son los retos de las tierras altas y pendientes, cambian también las problemáticas, como la temperatura de las aguas de un mismo río según la altitud.

Sobre esto también se habla mientras caminan. Caminamos.

 

Somos hijos de ríos.

Algunos ante nuestros ojos.

Otros son hilos bajo nuestros pies.

 

Centro de Medellín, octubre diez en dos mil veintitrés

UNO

Estalla una nueva guerra; la misma muerte, distintas víctimas. Sucede allá, lejos, en un país llamado Lasnoticias. Son pocos los motivos que encuentras para levantarte de la cama cuando ese país tiene voz en tu casa y te bombardea con tantas historias en la radio, en la televisión, en la pantalla de tu teléfono. Sin embargo, sales de casa porque recuerdas que la tierra sigue girando y tú estás en ella y no puedes detenerte. La fuerza de la gravedad de las cosas y sucesos no te hace más liviano el día, sin embargo el sol brilla y tus ocupaciones también.

Afuera el panadero ha hecho pan, la secretaria no ha contado secretos, el médico recibe enfermos que todavía no saben que lo están. Cada bus y tren ha cumplido su recorrido. Después de todo es un martes ordinario, piensas, en que cada asunto sucede como suelen suceder los martes. Obligaciones y responsabilidades se dan la mano y la ciudad es un lugar en que cada persona cumple con su oficio cotidiano.

En medio de una ciudad y su calendario, en que cada día se parece al anterior y al siguiente día, sucede lo extraordinario. Y no hablarán de esto en la radio, pero da sentido a todo. Como una canción que silbas porque en ella viven tus mejores recuerdos.

Todo comienza con un recorrido por el margen del río que solo miras con temor en invierno y con admiración en diciembre. Parques del Río es buena casa para contar historias que resumen un valle y sus afluentes. A la usanza de la escuela socrática aprendemos conversando mientras caminamos. Paso a paso, guiados por el conocimiento del ayer que pervive entre nosotros. Un grupo de gentes escucha preguntando y pregunta escuchando la ciudad que habita. Conforta saber que la curiosidad todavía es vecina cercana y que una tarde, pasadas las dos, te conviertes en turista de lugares que a diario transitas. Nos cuentan cuentos de agua, de cómo era lo que ahora no es. Todos somos viajeros en las historias.

Una verdad de abuela asoma en labios de cualquiera: antes todo esto eran mangas.

DOS

Llegas al Teatro Metropolitano, las mismas escalinatas que alguna vez te han conducido a Serrat, a Figaro, a Madredeus, a una sinfonía inolvidable y a tantos recuerdos, es ese mismo camino que ahora te recibe con tres preguntas que están escritas en módulos de madera con pizarras.

La primera: ¿Sabes cómo luce una persona con una enfermedad de salud mental? Te sientas en un pequeño banquito frente al mueble de madera y deslizas un madero que descubre un espejo. Te miras a los ojos. Esa persona sos vos, esa persona luce como vos, esa persona no es distinta a vos. Una persona con una enfermedad mental puede sentarse a tu lado en el metro, en la oficina, en la mesa del comedor de tu casa y sostiene una conversación en que nunca notas los pesares que la agobian. Sentado en esa silla, mirándome, la verdad asoma antes que las lágrimas: estamos rotos.  

La segunda: ¿Sabes cómo luce una persona con depresión? Esta vez no solo te acompaña tu reflejo. El mueble, diseñado para esta experiencia, tiene un discreto sistema de sonido en el que escuchas testimonios de pacientes diagnosticados con este mal que a veces confunden con tristeza. Y entonces te reflejas en sus palabras. Y eres parte del eco de una conversación que no es ajena, que te incluye.

La tercera: ¿Cómo te sientes hoy? Y entonces te das un momento para preguntarte lo que contestas en piloto automático varias veces al día cuando alguien te saluda. Guardas la respuesta. Puede pesar como piedra.

Al reverso de cada uno de los Expulsaderos, un tablero y tiza enseñan palabras de quienes se han sentado. Hablan sobre cómo se han sentido. La salud mental nombrada. Una conversación necesaria nos espera. Ya comenzó.

TRES

Ahora te sientas y te sientes. Ahora una mesa larga, comunitaria, te recibe en el hall del teatro. Ahora miras el mundo desde la serenidad de las cuatro y algo y piensas quién habrá de llegar a esta hora a un taller de nombre oriental. Casi veinte puestos en la mesa. Y sí, llegan: una pareja de novios tomados de la mano, una mujer que pensó que la función del teatro era más temprano, un grupo de amigas que se había programado desde hace días para este instante, un escritor que vino a mirar y así, sumados, la mesa amplia casi queda corta.

Una taza frente a nosotros. Cerámica. Azul y blanca. Cada una sobre una suerte de pañuelos que serán importantísimos para lo que está por suceder en breve. Nos hablan del Kintsugi, arte milenario que cita por iguales cuotas paciencia y sanación.

Tomas la taza y tomas un té, el último que la taza habrá de conocer. Cada quien lo prepara con agua, infusión y pensamientos. Porque este taller es una forma de meditación. Luego del último sorbo envuelves la taza, aún caliente, con el pañuelo grueso y asestas un golpe de martillo contra la cerámica. Vuelves a golpear. Se rompe entre tus manos. Abres el pañuelo y, de alguna forma, también se abre tu corazón hecho trizas por el martillo de los días.

La sanación empieza dos minutos después. Y la paciencia también.

Numeras los fragmentos dispersos que han quedado reunidos y juegas luego a la reconstrucción. El pegamento aplicado finamente con pincel y cariño dibuja las cicatrices en oro sobre la cerámica. Este es el primer ensayo de unir los pedazos. Tomará veinticuatro, veintisiete horas, que quede firme el resultado y conviertas en maceta tal vez lo que fue taza entre tus manos. La metáfora obvia está servida: cuántas veces ese destrozo somos nosotros mismos.

Y con paciencia unimos nuestros pedazos. 

CUATRO

No sabías esta mañana cuando las malas noticias de las guerras lejanas estaban en el aire que, promediado ya la tarde, estarías tendido en el suelo. Pero no vencido por el desconcierto de un bombardeo sino acostado entre cojines mullidos, escuchando a tu voz decir lo que cotidianamente callas.

Hombres y mujeres acostados, extendidos como una columna vertebral en el hall del teatro transformado ahora en diván. La conducción de profesionales en sicología es importante en este instante. Luego del taller de kintsugi, los participantes enlazan lo vivido con sus propias experiencias vitales. Una sesión grupal de terapia que no reproduciré acá porque incluso en lo colectivo vive el derecho a la intimidad.

Las cicatrices, célebre poema de Piedad Bonnett, da cuenta de lo vivido allí:

No hay cicatriz, por brutal que parezca,
que no encierre belleza.
Una historia puntual se cuenta en ella,
algún dolor. Pero también su fin.
Las cicatrices, pues, son las costuras
de la memoria,
un remate imperfecto que nos sana
dañándonos. La forma
que el tiempo encuentra
de que nunca olvidemos las heridas.

CINCO

Son nueve, déjame contarlos otra vez, uno dos tres cuatro cinco seis siete ocho nueve… Sí, nueve bailarines. Cuatro parejas y una solista que no está sola. El Guayacán Amarillo es el título de la pieza que recuerda otra creación de tiempo atrás que cuenta a Medellín bajo la sombra de este árbol, sinónimo espiritual de la ciudad. Mujeres de amarillo, hombres de negro, Ballet Metropolitano de Medellín.

Son uno, dos violines, una viola y un chelo. Cuarteto de cuerdas de la Filarmónica de Medellín que nos pasea por aires andinos en canciones que todos conocemos, que hemos tarareado desde la infancia en que decir bambuco y pasillo era decir música colombiana.

El espíritu de Ethel Gilmour se pasea por la obra en que el guayacán muere y renace constantemente, y hace raíz en esta tierra gracias al arreglo musical que es tan protagonista como la coreografía. Ballet que por instantes se acerca a la danza contemporánea y hace de la ciudad su escenario y del piso su tablado.

Este paréntesis en el ruido del día y las preguntas profundas ha resultado ser bálsamo y puente que nos prepara, sin que tuviéramos consciencia de ello, para lo que vendría después.

Nueve bailarines, cuatro músicos y un público de pie la función entera que aplaude y aplaude como si quisiera estar aún más de pie.

Reverdece en amarillo el guayacán amarillo.

SEIS

Caminar fue el verbo con que empezó esta tarde. Y ahora que empieza a asomarse la noche Middlesex camina como dueña y dueño del lugar con toda su dualidad. Recién han callado los aplausos que trajo con sus hojas el guayacán cuando somos sorprendidos por la presencia de este personaje travestido y sensual. Permítanme explicar: hablo de un personaje encarnado por un bailarín, que viste una larga, larguísima cola como la tendría un pavo real. Su maquillaje, llamativo, no es de hombre o mujer y es ambos a la vez. Middlesex camina con gracia y teatralidad, danzando al compás de un flautista que le acompaña. Derrota la indiferencia y desafía el escándalo. Nos recuerda la naturaleza de lo diverso y hace suyo todo lo que toca. La vida secreta puesta en escena pública, en el espacio público.

El teatro ha sido casa de toda la jornada y aún no hemos entrado.

Middlesex ha ido en su danza muda envuelto, envuelta, en naranja y rosa y negro y dorado hasta la calle de en frente, estremeciendo a transeúntes y venteros por igual que no pueden dejar de mirar.

¿Cuántos juicios viven en la mirada?

Son más limpios los ojos que observan sin juzgar, pienso.

SIETE

Una conversación. Cuánto necesitamos una conversación para encontrarnos porque somos, también, las palabras que pronunciamos. A pocos metros de la puerta de la sala del teatro, tres personas conversan y decenas les escuchamos.

Las tres personas: Catalina Piedrahita, bailarina y gestora cultural; Julián Alexander Mejía, promotor de la mesa de la diversidad en San Cristóbal; Lilith Border, directora de Otredanza.

“El arte siempre es político, no tiene género o sexo”, dice Lilith mientras subraya la importancia de estar a minutos de estrenar en el teatro más importante de la ciudad una obra compuesta por una compañía LGTBIQ+. A poca distancia observan y escuchan las chicas de Putamente Poderosas que, antes de esta conversación, habían estado en diálogo con el público en promoción de su iniciativa que ha brindado voz y protección a una comunidad tan expuesta como la suya. Siempre ha sido difícil eso que llaman la vida fácil de las prostitutas.

Julián, hombre trans, cuenta su experiencia de vida. Comparte cómo luego del tránsito a ser hombre quiso ser padre pariendo él a su hijo. Noticia internacional fue todo aquello. Tuvo un embarazo tranquilo en lo biológico y un dedo inquisidor en lo social, siempre se sintió señalado por la intolerancia de la vecindad.

Activismo artístico, sobre esto tienen tiempo también para hablar. El arte que enseña y sana. Catalina lleva la conversación con serenidad y sensibilidad. El público participa, agradece, aplaude. La vida puede ser una colección de palabras que nos definen y nos defienden.

OCHO

La sala a oscuras. Se abre el telón. La voz emocionada de la directora de Otredanza anuncia lo que estamos por ver: Montajes Maricas. Música campesina colma el escenario y la mirada del público que sonríe en la oscuridad con admiración y confianza. Muchos de ellos no habrán venido al teatro en años, otros tantos entran por primera vez. Y todos, público y artistas, se sienten en casa.

Ellas, ellos, elles sienten y viven aquí una reivindicación.

Cuatro escenas componen la obra de tono costumbrista en que las parejas de bailarines intercambian roles en algunos pasajes. Heteropatriarcado es el primer cuadro en que el desfile de prejuicios sociales es retratado entre bambucos y guabinas, alpargata y ruana. Le sigue El Casamiento que es una extensión del anterior como quien cambia ilusión de amor por sometimiento. Palabras vienen ahora. La música desaparece y un dolor, aún mayor, entra en escena. Cantos de alabaos del pacífico dulcifican el horror de la muerte relatada: un joven que no llegó a ser hombre fue asesinado por ser marica, dijeron. Homenaje a víctima de homofobia es el título de esta escena en que los bailarines rinden tributo a tantos rostros gigantes en pantalla como el dolor de ser perseguido por simplemente ser.  La última escena: Mi transformista, lo masculino devenido en femenino y viceversa. Colofón para las casi dos horas de una obra que camina entre lo académico y lo artístico a la vez.

Camina. Sí.

Como el principio de esta historia en que un río se hizo pasos, paso a paso.

¿Sabrá el río por qué corre?

Envigado, octubre diecisiete en dos mil veintitrés

Ella lloraba de la misma forma en que se desprende la lluvia antes de ser tormenta, con lágrimas breves y silenciosas. Y luego sí fue tormenta. Toda ella. No pudo contenerse. Lo que siguió fue un abrazo improvisado que agradeció aferrándose fuerte. Acababa de decir frente a todos que había venido al taller porque su diagnóstico de Trastorno Afectivo Bipolar sumado a otros factores, había derivado en una crisis insostenible que terminó en una pausa laboral obligatoria de 50 días, dictada por su siquiatra.

La angustia y el colapso la trajeron hasta aquí.

Por supuesto nadie, solo ella lo sabía. Dos minutos antes, la risa. Dos minutos después, el llanto. “Esta era la terapia que me faltaba”, dijo secándose las mejillas. Y después de la tormenta compartió sus tormentos con el ánimo de levantar una luz a quien pudiera necesitarla. Como quien instala un espejo para aliviar a quien se refleje.

Sara, ella se llama Sara.

Hay instantes así, como el que vivió Sara, que le dan sentido a todo. Un momento en que alguien siente que realmente le han ayudado de forma profunda. No siempre sucede algo así. Presenciarlo es hacer consciente el manifiesto de sanación que también habita el arte. Todo sucedió a la sombra del taller de Kintsugi. Las paredes de la Casa Museo Fernando González saben ser amables y hospitalarias.

“Estoy rota. El divorcio fue mi quiebre, ¿saben? Pero agradezco lo que viví porque por eso hoy soy la que soy”, las palabras de Ana eran una declaración de principios que afloraron a orillas de su taza rota reparada con dedicación y esmero, como seguro habrá hecho con ella misma. “La mejor ayuda que me di fue buscar consejo profesional y no tenerle miedo al consultorio”. Un buen consejo.

Ana, ella se llama Ana.

La vida. Simple y llana es la que pasa cuando este río pasa por Envigado. Las mismas actividades vistas en una fecha anterior en distinto lugar son experiencias completamente nuevas cuando son vividas por personas distintas. Así como un mismo cuadro es distinto según los ojos que lo miran o como una canción según quien la escuche. La vida. Simple y llana. Y tan compleja a la vez.

Hay un niño sentado con su madre en el café de Otraparte. Le pregunta si pueden volver mañana porque quiere ver de nuevo la danza de las mujeres de amarillo y a ese señor que pasó con la cola naranja tan larga que le pareció inextinguible. El chico piensa que esto que ve es algo de todos los días, por eso quiere volver. Para repetir.

“Es extraño, romper me hizo feliz. Me emocioné y me frustré porque intentaba quebrar la taza y no podía y, sin pedirlo, cuatro o cinco personas intentaron ayudarme. Me pasa siempre así en la vida: me ayudan sin pedirlo. Cuando la armé después recordé ese dicho ‘por los huecos entra la luz’, y pensé que hay piezas que faltan, pero la taza está completa justo por eso”, dijo la segunda Sara en el salón. Lo dijo con los ojos cerrados.

Sara, ella también se llama Sara.

Un hombre que escribe se aventura a leer unas palabras luego de escuchar las muchas voces que hablaron aquella tarde en la biblioteca y el café. Lo que leyó lleva por título Oficios nobles y reza así:

Qué nobles son los oficios de resurrección:

el zapatero

que da una segunda oportunidad sobre la tierra

a la suela cansada,

al tacón desgastado;

la modista que hace nueva

esa camisa vieja

con tijeras, hilo y cuatro puntadas,

que ve una falda donde dejó de verse un vestido;

el técnico que no se da por vencido

después de la fecha de vencimiento

de las breves garantías;

el carpintero que encuentra una mesa

en lo que antes fue una puerta.

Allí donde alguien pondría un punto final,

otros escriben un punto seguido.

Restauración,

reconstrucción,

resurrección.

Todo lo necesario para un alma en pedazos.

***

Sigue su corriente este río. Anuncia visita a un próximo puerto. Empacan utensilios, doblan vestidos, guardan tizas, vuelven los instrumentos a sus estuches. Preparan el porvenir que está por venir.

Ciudad del Río, octubre veinticinco en dos mil veintitrés

Escribió Ángel González, poeta español:

Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.
… Mañana!
Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.

Y entonces un día, este día, nos encontramos en el Museo de Arte Moderno de Medellín. Ciudad del Río es buen lugar para descubrir y describir a dónde Nos(s) lleva la corriente. Esta reflexión pública y con público sobre la cultura como casa de bienvenidas, como aire necesario para la respiración de una sociedad, como lugar de encuentro en momentos de desencuentros como los que vivimos hoy en varios niveles. Enciendes la radio por un instante: el fuego sigue ahí, ardiendo. Incendios cercanos y lejanos nos asedian.

El arte, en momentos así, es refugio y fortaleza.

En tiempos de asedios; de un país contra otro, de una forma de pensar contra otra, de unos contra otros… El hecho artístico es un acto de liberación. De resistencia y afirmación.

Hablemos del agua. Puede más el río que la roca; es más fuerte la paciencia de la corriente que modifica y moldea el mineral pesado con el paso de los años. Nunca subestimes aguas en calma. La corriente arrastra, dicen. También seduce. Y atrapa.

Escribió Ida Vitale, poeta uruguaya:

Lejano, en esta orilla del río

uno suele imaginarse lejano,

a orillas de otro río,

imaginándose en esta orilla

a la espera

            de que desciendan

ríos misteriosos.

Y la palabra es misterio. Esta tarde se han reunido aquí -entre la tienda del museo y la tienda de artesanías, al borde de la plazoleta- en círculo de palabra mujeres venidas de todas las esquinas de la ciudad, como ríos que desembocan en un mismo mar. Andar y feminizar, verbos pa´ callejear es el nombre que cobija esta reflexión en voz alta. Casi tres decenas de mujeres se han hecho presentes para esta conversación en que nadie niega entrada a nadie y aun así son justo Ellas las que hablan de Ellas, con el arte como protagonista de su argumento. Reflexiones de género. Puentes que son encuentro. Y la palabra es revelación.

Esta vez la plaza pública ha sido protagonista, como lo es cotidianamente de la vida de los vecinos. Middlesex caminó escalinatas abajo desde el teatro hasta la plazoleta. Cerca de la entrada de cristal del museo floreció el baile del Guayacán Amarillo, aquí mismo la mesa extendida como la tarde fue escenario para el taller Kintsugi. El Expulsadero convirtió en diálogo el monólogo interior. A esta plaza vino a dar el río de gentes que comenzaron su recorrido en el parque de El Poblado dejándose llevar por un recorrido de historias de ciudad que los trae hasta acá, como un río, a Ciudad del Río.

La cultura es agua fresca.

Tenemos sed.

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