“Soy no binarie, ¡bellísima!”

Por Marco Andrés Jaramillo Ortiz
Fotografías de Anderson Ramírez, EgoCity

Su nombre, Azura, representa “la inmensidad de un cielo azul”, el mismo que le enseñó que la vida ofrece posibilidades inagotables como el mismo universo. En 2017 salió de Urabá para escapar de los estereotipos que, alimentados por la homofobia y el racismo, amenazaban su futuro. Llegó a Bogotá a los 17 años. “Yo quería estudiar”, pero su talento no consistía en hacer germinar o producir la tierra; su propósito lo encontró a través del estudio y los cuestionamientos del género. Allí descubrió la magia del arte, la moda, las pasarelas y el espectáculo, donde pudo encontrarse y brillar con una luz propia, la misma que fragmenta en un arcoiris para, en medio de la diversidad, impactar a otres.

Un par de años más tarde, haciéndole el quite a los efectos de la pandemia del covid 19, llegó a Medellín. “¿Por qué Medellín? Porque no quería regresar a Urabá”. Y lo que resultó por descarte, se convirtió en su hogar, sus amigues, y el ballroom.

La cultura ballroom nace en los ochenta en Nueva York como un espacio seguro para personas afro y latinas queer, que crean comunidad para transformar los señalamientos de la sociedad por la celebración de la diversidad, a través de competencias de casas y talentos independientes (también llamados 007).

Llegó a Colombia hace aproximadamente diez años, creándose familias y comunidades de jóvenes queer en diferentes ciudades del país como Bogotá, Cali y Cúcuta. En Medellín, la escena ballroom existe más o menos desde 2018. Se ha convertido en un escenario que contrarresta la realidad LGBTI+ colombiana en la que, según el informe ‘Estrés, salud y bienestar de las personas LGBT en Colombia’ (2020), el 25% de les jóvenes ha intentado suicidarse al menos una vez.

Azura está en el ballroom desde hace dos años, que para ella y sus amigues es arte, música, pasión, existencia pura. Un lugar que recibe a les ningunes, a quienes el sistema condena a seguir inflando una estadística que revela la descontextualización de la Política Pública LGTBI de Medellín, que no responde a las necesidades de una ciudad plural y diversa.

Mientras, entre fiesta y baile, performances y trajes súper producidos, Azura y les otres se reúnen en las noches a celebrar, a gritarle al mundo que sí existen. En el Parque El Poblado, en la estación Estadio, en la Calle Barbacoas o en aquella y otra esquina de la ciudad llevan el ballroom, “esos parches que hacemos para existir, para ser bonitas”.

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