Parece que la base de Medellín fuera el valle, pero gran parte de su sostén es la tierra levantada, las montañas de Santa Elena. Dentro de esas colinas, cubiertas de niebla, crece una Red de Cultura que entreteje los lazos de la tradición y el arte.
Por Valentina Arango Correa, Viviendo Santa Elena
Desde abajo, desde la ciudad, parece que el mordido de una niebla espesa se estuviera comiendo las montañas del oriente. Desde arriba, desde Santa Elena, el caudal de techos marrones y lámparas blancas desaparece, es el adentro de ese mordido: solo se ve la niebla. No hay certeza de cuándo salga el sol, pero mientras logra atravesarse un rayito de su luz, el campesino labra, palea, siembra y recoge. En el parque del corregimiento, Wilson, el de la tienda, prepara los que llama los mejores buñuelos de la zona, mientras Jenny abre su caseta de madera, acompañada con el aroma de un incienso de canela.
Ese mordisco de niebla no solo cubre, también une, acoge. Desde 2019, juntó a aquellos que buscaron inspirarse en su velo: a los artistas, gestores, pintores, bailarinas, actores, músicos y hasta silleteros, a todos aquellos que han cultivado una manifestación artística o cultural en este territorio —que tiene jurisdicción en Guarne, Rionegro, Envigado y Medellín— y que se unieron para tejer un precedente que fortalezca este sector. Su nombre, la Red Cultural de Santa Elena.
Una juntanza
Edwin Montoya, actor y habitante de la vereda El Placer, fue uno de los que alimentó esa iniciativa. “Yo pienso que nace de la necesidad de ser conscientes de que es un territorio rico en cultura. Entonces, si yo hago teatro, si tú haces artesanía, él poesía, ¿por qué no miramos de qué manera unirnos para hacer cosas juntos cuyo objetivo sea beneficiar a la comunidad?”, se preguntaba. Luego, reunido con otros artistas, decidieron montarse al bus.
El bus fue, literal, un recorrido apoyado por Trasancoop, la cooperativa de transportes del corregimiento. Entre artistas, gestores y educadores visitaron sus mismos lugares de acción —teatros independientes, corporaciones, juntas de acción comunal, casas de artistas, la Casa de la Cultura— en veredas como Piedra Gorda, Barro Blanco y la centralidad. Desde ahí la labor fue seguirse reconociendo, perfilarse y gestar una idea de trabajo juntos, para que los beneficios fuesen también en colectivo. Esteban Garcés Gómez, abogado y músico, fue el encargado de registrar nombres, técnicas, oficios, edades…
Para Esteban fue ver la transición del tejido comunitario antes y después de la Red. Había muchos eventos, pero sueltos; cada proceso en su individualidad se desarrollaba y buscaba su propio público, sin ninguna articulación. Muchos se fueron del territorio, otros se chocaron con lo limitado de los recursos. Había acciones, pero no centralizadas.
Todos, sin distinción
Configurar la Red era entonces crear una alianza. Un grupo de WhatsApp fue el primer medio para juntarse, convocar y hacer correr, voz a voz, mensaje a mensaje, que algo se estaba encendiendo para que todo aquel que hiciera arte se juntara a transformar y a ver como posibilidad ese actuar creativo en casa, en Santa Elena. Las redes sociales permitieron comenzar a comunicar todas las iniciativas del corregimiento desde un mismo perfil, el de la Red Cultural.
Para sus líderes fue apenas el impulso. Y aunque les ha costado jalonar la participación, su búsqueda ha ido hasta todo lo posible. Con papel en mano, han trazado las rutas necesarias para acoger a todos, sin importar edades, expresiones, oficios: la Red sigue su tejido como una manta gigante que acobija en medio del frío clima.
De alrededor de doce personas que eran al inicio, ahora son más de 160. Al lado de esos pioneros, como Esteban y Edwin, estuvo también Andrés Uribe Botero, un poeta que llegó hace doce años a Santa Elena con el impulso de sus ancestros. Su conexión viene desde 1957, cuando su abuelo fundó el desfile que hoy está unido a la Feria de Flores. Era don Arturo Uribe Arango, el entonces director de la Oficina de Turismo y Fomento de Medellín, quien invitó en 1957 a un grupo de silleteros para mostrar en la ciudad las flores que cultivaban.
Para Andrés, la Red es como un estallido cultural en el que se unen la representación y la posibilidad de mantener una agenda cultural. Lo geográfico, lo cultural y lo ambiental, que hacen a Santa Elena un territorio que ya tiene un reconocimiento internacional por su patrimonio silletero, ahora influyen para desarrollar estos procesos. Con ayuda de la Red, la gente comenzó a habitar los espacios de participación. “Se invita a los artistas a participar no por competencia, sino para hacer parte de un tejido”, dice Andrés Uribe.
Alimentar la participación
La Red es también un lenguaje, horizontal, no jerarquizado. Uno a uno se ha anudado cada logro a ese entramado que han construido. El primero, ganar una convocatoria para crear su identidad gráfica y la estrategia para sus comunicaciones; el segundo, tener a una de sus integrantes en el Consejo Corregimental de Planeación; el tercero, consolidar un Consejo de Cultura de Santa Elena adscrito a la instancia par en la ciudad; el cuarto, obtener recursos para ejecutar 27 proyectos, a través de apoyos con los Estímulos a la Cultura de la Alcaldía de Medellín en 2022. Además de cada evento, que ha reunido en un mismo lugar a roqueros y bohemios, a jóvenes y mayores, a comerciantes y silleteros, con actividades conjuntas para todos los públicos.
Durante estos dos años, Esteban cuenta que “se ha generado un mayor impacto en esa interrelación de los artistas y en esas agendas cruzadas, en esas estrategias comunicativas conjuntas. Esto le da mucha fuerza a la cultura. Y otro tema, que considero vital y que ha sido el corazón de lo que está pasando en este momento, es que como Red Cultural pudimos generar un ejercicio efectivo de participación ciudadana”. Eso marcó un antes y un después en la cultura de Santa Elena.
Ensambles bonitos
Ese antes y después no solo se mide en asistencia y recursos, sino en personas que, como Jenny Hincapié Quintana, han tenido oportunidades para desarrollar su trabajo artístico. Entre vacas, ovejas y llamas, el sector de Paysandú ha sido el hogar desde la infancia de esta bailarina de danza folclórica, la misma que atiende una caseta del parque donde vende café, velas aromáticas y accesorios para celulares. Hace 27 años trabaja en danza folclórica, con adultos mayores y diferentes escuelas del territorio. Bailes de salón y folclor son parte de los cursos que ha realizado. Dice que el baile lo trae en sus venas.
Cuando recuerda el poder que tuvo esta unión, tan diversa en su proceso, sus ojos se iluminan y se chocolatean. Es que a ella la Red la cobijó con su danza, con un ensamble llamado Cositas de Santa Elena que incluía el teatro, las flores y la música tradicional de cuerdas. En este, llevó su pasito tun tun por la historia del corregimiento en el que los saberes de siete adultos mayores, dos actores y un grupo de músicos relataron sobre espantos, caminos de herradura, lavanderas que realizaban su labor en las quebradas de la zona, hasta el significado de las silletas y el proceso para realizarlas. Flor a flor, sonrieron y cantaron en homenaje a Luis Enrique Atehortúa Ríos, escritor y músico fallecido este año, compositor del Himno Silletero.
La Red, una suma
Esa gente que ahora es Red sigue avanzando y acogiendo a muchos que, como Jenny, sueñan con hacer relevos generacionales de las tradiciones de este territorio, como la música de cuerdas, las silletas o la gastronomía. Conservarlas a futuro y financiar sus procesos es ahora una posibilidad, gracias a la articulación de un espacio como la Red. En manos de sus integrantes ha estado presentar proyectos, gestionar papeles, firmas, lo que sea necesario para que aquellos que tienen iniciativas puedan desarrollarlas, fortalecerlas y conservarlas.
Aquí, la cultura popular se unió con la riqueza artística. Wilson Soto Hernández, el de la tienda, quiere activarse nuevamente como un hacedor cultural: a su jardín, con más de 120 especies de flores, le escribió un cuento que antes declamaba a los visitantes. Ahora ve en la Red la posibilidad de que su palabra vuelva a tomar rumbo. Esa suma de muchos ejercicios pequeños que son, ya unidos, una base organizativa y cultural con la sensibilidad y el conocimiento necesarios para dinamizar cualquier escenario artístico. Un movimiento, espeso y constante, como la niebla de Santa Elena.
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