¿Cómo nos atrevimos a dejar que pasara?

¿Cuál es nuestra responsabilidad en el conflicto armado? ¿Cuál es nuestro compromiso por la no repetición? A lo mejor hemos escuchado estas preguntas varias veces y hemos pasado de largo al pensar que la cosa no es con nosotros. En este texto, una reflexión que alarga las preguntas y que nos invita a pensar en nuestro papel en una sociedad como la colombiana.


Por Jhon Isaza
Ilustración de Fragmentaria

El martes 28 de junio de 2022 se realizó la presentación del Informe final de la Comisión de la Verdad. En su intervención, el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión, hizo una exposición sobre las características generales de las investigaciones, la recolección de información, la gestión de los testimonios; presentó algunos datos sobre las víctimas y victimarios de más de setecientos mil asesinatos registrados en el marco del conflicto armado en Colombia, y cerró compartiendo las preguntas que desde la Comisión se han hecho sobre el proceso; algunas de ellas fueron:

“(…) ¿Cuál fue el Estado y las instituciones que no impidieron y más bien promovieron el conflicto armado? ¿Dónde estaba el Congreso, dónde los partidos políticos? ¿Qué hicieron ante esta crisis del espíritu los líderes religiosos? Y, aparte de los pastores y mujeres de fe que incluso pusieron la vida para acompañar y denunciar, ¿qué hicieron otros sacerdotes y obispos, y comunidades religiosas y ministros? ¿Qué hicieron los educadores? ¿Qué dicen los jueces y fiscales que dejaron acumular la impunidad? ¿Qué papel jugaron los formadores de opinión y los medios de comunicación? ¿Cómo nos atrevimos a dejar que pasara y cómo nos podemos atrever a permitir que continúe?”.

Quizá –como ustedes– llevo varios días repitiendo algunas de esas preguntas en mi mente. Cada una de ellas es como un dardo, y cada cual, supongo, deberá encargarse del daño que el dardo causa. Les propongo que miremos una de esas preguntas: “¿Cómo nos atrevimos a dejar que pasara?”, les propongo que le hagamos más preguntas a la pregunta:

Cómo nos atrevimos, cómo se atrevieron mis colegas, profesores y estudiantes, cómo se atrevieron mis jefes, las y los clientes de la librería, cómo se atrevieron mis amantes y mi amor, cómo se atrevieron mi madre y mi padre, mi hermana y hermano, mis sobrinas, mis tías, mis primos y primas. Cómo se atrevió el pelao del barrio que no alcanza a graduarse del colegio porque tiene que camellar para llevar algo de dinero a casa, y que no tiene ni idea de política porque en la calle, en el barrio, ya hay suficiente desigualdad y tropel, cómo se atrevió la pelada del barrio que tampoco terminó el colegio y que a causa de ser mujer y pobre ha corrido con peor suerte que el pelao. Cómo se atrevieron quienes no alcanzan a tener un borroso dibujo de lo que significa todo esto que la JEP y la Comisión representan, porque en sus casas ni luz tienen, porque quizá el Estado no llega a sus comunidades sino en forma de sangre y humillación, así y todo, supongo, habrá que preguntarles: ¿cómo se atrevieron?

Quienes a causa de la desigualdad social han tenido escasas herramientas pedagógicas para diferenciar entre la realidad y las noticias de los medios privados de televisión, quienes han tenido que pasar la vida gestionando otras formas de violencia y desigualdad y desamparo, y no han podido alzar, por el peso del mundo sobre sus cabezas, la mirada hacia otras orillas, y quienes a causa de sus miles de privilegios han tenido millones de maneras de aportar para reducir la desgracia y la fatalidad, y no lo han hecho, se supone que tenemos que preguntarnos: ¿cómo nos atrevimos a permitir que pasara todo esto?

Pero no sé, ¿saben? No sé si la pregunta no esconde cosas. No estoy poniendo en duda que se haga con honestidad, me refiero a que no sé si no haya una especie de trampa en la forma en que está escrita, lo que creo es que quizá haya que analizarla un poco más, entenderla y evaluar en qué medida nos dice algo, y qué es lo que nos dice.

Intentemos:

Quizá primero tengamos que identificar qué clase de pregunta es, qué se espera que respondamos, si es que acaso se espera que respondamos algo. Preguntar por el “cómo” es preguntar por la forma, por el método, la ruta, el procedimiento.

Alguien podría preguntar, por ejemplo, “¿cómo llego de Envigado a los Termales de Manizales, si viajo a pie?”. Se responde indicando la ruta. Y si alguien pregunta “¿cómo se prepara una ensalada con coliflor?”, se responde indicando los ingredientes y el método. Sin embargo, “¿cómo nos atrevimos a dejar que pasara?” no parece que sea una pregunta por el método, así que decir: “Es fácil: estigmas y estereotipos en hervor lento a lo largo de una vida, preparamos una salsa de indiferencia, espolvoreamos con el secreto de la casa, en otro recipiente picamos excusas y evasiones en cuadritos, priorizamos atención a nuestras tragedias personales, y luego priorizamos el goce personal sobre las tragedias ajenas, marinamos violencia psicológica con irracionalidad y mezclamos todo en la salsa de la indiferencia”. No, no es eso lo que se nos pide.

Esta pregunta es otro tipo de pregunta, este “cómo” se parece más a “¿cómo pudiste echar al olvido nuestro amor eterno?”, “¿cómo puedo hacer para vivir como si no hubiese pasado lo que pasó?”. Podríamos decir que es una pregunta retórica, este tipo de preguntas no tienen como finalidad el ser respondidas, lo que se busca es el eco que en la conciencia debería causar esa pregunta, porque la pregunta afirma un hecho, lo resalta, lo enmarca, y ese hecho debería pesar en la conciencia porque parece que alguien ha sido agraviado por algo que hicimos, haremos o dejaremos de hacer: me olvidaste, permitiste que el daño sucediera. Preguntarte cómo pudiste hacerlo es otra forma que tengo para recordarte que lo hiciste o advertirte del sufrimiento que vendrá si lo haces.

Cuando se enojaba por algo que yo hacía y la lastimaba, mamá decía: “¿Usted me cree boba a mí, o qué?”, yo no entendía por qué iniciaba la pregunta brava y cuando la terminaba ya estaba triste. “¿Cómo nos atrevimos a dejar que pasara?” es un señalamiento y un lamento. No se espera que respondamos, se espera que la pregunta sobre ese hecho haga eco en nuestras conciencias. Y lo ha hecho, en millones de personas, seguro que sí, pero hay en quienes no, y en muchas otras el eco va perdiendo fuerza de a poquito porque la pregunta deja de hacerse, deja de creerse en su relación con nosotras y en su importancia. Porque hacerle preguntas a esa pregunta nos lleva a pensar que quizá allí está la trampa, el eco no depende solo de la palabra lanzada. En nuestras cabezas más preguntas hacen ruido:

¿Yo dejé que pasara?, ¿mi madre, mis amores… dejaron que pasara?, ¿para “dejar” que algo pase, para que se me acuse legítimamente de permitirlo no debería yo tener la posibilidad primero de impedirlo?, ¿y quienes llevan toda una vida de enfermedad e impotencia, también tienen que hacerse esas preguntas?, ¿si no puedo impedir algo, soy culpable de que ese algo suceda?, ¿debería haber sacrificado mi estabilidad, mi bienestar o mi vida por algo que era imposible que yo solucionara?, ¿si ni siquiera sé que algo está sucediendo, soy también culpable?, ¿soy acaso igual de culpable que los militares, policías, empresarios, políticos y civiles que hicieron directamente el daño y promovieron u ocultaron tanta barbarie?, ¿acaso debemos ser responsables o culpables por daños que no causamos y que nunca desearíamos que sucedieran?

Estas preguntas son algo así como el ruido interno que impide que la pregunta mayor haga eco en la conciencia. El ruido que impide que la pregunta se siga haciendo y el eco siga sucediendo. Y parece que el eco en la conciencia es condición para poder encarar la segunda parte de la pregunta que nos hace la Comisión: “¿Cómo nos podemos atrever a permitir que continúe [la barbarie, la violación de derechos, la tragedia]?”. Esta segunda parte de la pregunta ya no parece solo retórica, también es una especie de invitación: nos invitan a evitar que la barbarie continúe, nos invitan a preguntarnos por cómo lograrlo, cómo evitar que seamos culpables una vez más.

Se me ocurre que para atender esta tarea, la fundamental para nuestro futuro como sociedad inteligente y digna y amorosa y antirracista y antipatriarcal, primero debemos tener herramientas para persuadirnos y persuadir a otras personas de que en efecto tenemos responsabilidad y culpa aunque creamos que no; se me ocurre que hay que responder las preguntas que impiden que la primera parte de esa pregunta cause eco en la conciencia.

Intentemos, intentemos:

¡Atrévete a ser responsable!

La tarea de intentar responder esas preguntas es más o menos fácil, y lo es porque otras personas se las han hecho ya. Ya habían sido hechas, en lugares y tiempos distintos, pero a causa de sufrimientos e injusticias similares.

Alemania, 1946. El filósofo Karl Jaspers dicta un curso en la Universidad de Heidelberg, el tema: “La cuestión de la culpa y la responsabilidad política de Alemania”. Está interesado en entender en qué medida las y los ciudadanos de una nación somos responsables por lo que hacen los agentes del Estado que la representan. Si por algo es conocido Jaspers es precisamente por esta especie de cartografía de la culpa.

(Les contaré algunas cosas sobre las ideas de Jaspers, a ellas agregaremos una propuesta de la filósofa alemana Hannah Arendt, estrictamente hablando sería suficiente con esto para ayudarnos a responder esas preguntas que causan ruido. Y para cerrar esta preguntadera les propongo agregar una idea que quizá nos ayude en el intento de encontrar qué hacer con el eco que causan esas preguntas de la Comisión). Para allá vamos.

Resumamos las preguntas de Jaspers en esta:

¿Por qué clase de culpa deben responder las y los integrantes de una nación en cuyo nombre se cometen barbaries?

Debemos partir del reconocimiento de que una o muchas personas han sido agraviadas. Y aunque parece obvio, lo lamentable es precisamente que lograr esta aceptación de la realidad es todo un reto: una de las tareas centrales de las Comisiones de la Verdad es ayudar a conseguir este reconocimiento, porque en cada nación ha habido individuos interesados en negar los hechos, en esconder la dimensión del daño y con ello eliminar la evidencia de la responsabilidad, individual y colectiva. A los hallazgos de las Comisiones estos individuos les llaman despectivamente “Nueva narrativa de la historia”, “Nueva narrativa de la violencia”, “Narrativa de izquierda”, y lo hacen con descrédito y burla porque solo en la Vieja narrativa ellos son inocentes, porque la Nueva narrativa tiene nuevos responsables. Negar los hechos es la mejor manera de no responder por ellos. “¡Atrévete a ser responsable!” es la consigna de Jaspers, y esta responsabilidad la expande a límites incluso por fuera de lo legal y político, ya verán.

Decíamos que partimos del reconocimiento de que se ha causado daño a cientos, a miles, y ese daño se ha hecho en el país del que soy ciudadana o ciudadano, y digamos que parte de ese daño lo han causado agentes del Estado en el ejercicio de sus funciones. Jaspers dice que en estos casos debemos responder por cuatro tipos de culpa:

penal/criminal  –  política   –  moral  –  metafísica.

La culpa penal le corresponde a quienes con sus acciones han violado leyes. ¿Cuál es el tribunal de juzgamiento para los culpables, quién determina el castigo?, pues el sistema judicial de cada nación o comunidad. La culpa política le corresponde a las personas como consecuencia de las acciones de un partido o grupo político que ha ganado elecciones en las que se ha participado democráticamente, y no obstante promueve el daño y la violación de las leyes, es la culpa que nos obliga a responder por las formas en que se nos gobierna. ¿Cuál es el tribunal de juzgamiento?, la sociedad. La culpa moral le corresponde a quienes con sus acciones u omisiones han violado principios morales que buscan la convivencia en armonía y bienestar. ¿Tribunal de juzgamiento?, la conciencia moral individual. Y la culpa metafísica le corresponde a quienes no actúan bajo el principio universal de solidaridad humana, que nos hace responsables cada que un hecho vil se comete en el mundo. ¿Tribunal?, la conciencia moral, religiosa, y la entidad superior metafísica de cada individuo: Dios, por ejemplo.

Parece normal que quienes no hemos incurrido en culpa penal o criminal consideremos entonces que estamos por fuera de la exigencia de responder ante la culpa moral o metafísica. “Si yo no he matado a nadie ni apoyado ningún daño”, pensamos, “entonces no tengo nada que ver”, pero Jaspers divide las culpas precisamente porque existen muchas formas de agraviar sin violar la ley: “La comisión de pequeños pero numerosos actos de negligencia, de cómoda aceptación, de fútil justificación de lo injusto; la participación en el surgimiento de la atmósfera pública que propaga la confusión y que, como tal, hace posible la maldad, todo eso tiene consecuencias que condicionan la culpa política por los estados de cosas y los acontecimientos”.

Esta clasificación que ofrece Jaspers nos va ayudando a responder: parece que el tipo de culpa que deberíamos considerar depende de nuestra relación con los hechos que han causado daño. La participación directa, penal/criminal, tiene naturalmente una dimensión y cargas diferentes y suelen ser evidentes. La moral ha solido depender, en nuestra lectura un poco conveniente de nuestra vida ética, de si hemos participado directamente del daño, no solemos cargar pesos morales por lo que no hicimos. Y quizá es en ese punto que la propuesta de Jaspers cambia las cosas: porque nos invita a expandir los límites que teníamos en la relación entre nuestros actos, nuestras omisiones y nuestras culpas.

En 2013, el profesor Rodolfo Arango publicó un artículo en el que nos cuenta que tenía preguntas similares a las de Jaspers: “Siempre me pregunté si el pueblo alemán sabía lo que pasaba con el exterminio judío en tiempos de Hitler”. Quería entender cómo y por qué la sociedad permitió la barbarie del holocausto, y entonces encontró en Colombia las respuestas:

“(…) el silencio y la indiferencia frente al sufrimiento y a la desgracia humana encuentran explicación más en la cómplice cobardía, el miedo y la apatía que en el desconocimiento de lo que sucede. Luego de observar la actitud del pueblo colombiano ante las permanentes masacres de campesinos, el desplazamiento de miles y miles de personas como estrategia militar estatal y paraestatal, y la guerra sucia que se libra hace años, creo que el pueblo alemán de entonces no sólo sabía, sino que también, por razones de conveniencia, de complacencia o de complicidad, mantuvo silencio frente al destino de millones de personas”.

Jaspers dice que sí, que “la culpa política hace responsables a los miembros de un Estado por las actuaciones de este”. Es lo que se conoce también como responsabilidad vicaria: Jesús es el vicario de Dios, está en su lugar, por eso sus actos, sus palabras, se toman como palabra de Dios; si agentes del Estado hacen daño, lo hacen en su nombre individual y en nuestro nombre, lo hacen vicariamente, actúan representándonos, y es por eso que es nuestra responsabilidad enterarnos de qué hacen, hacer veeduría a sus acciones políticas, porque cada una de ellas lleva el nombre de todos los individuos de la nación sobre sí, y es por eso que afirma Jaspers: “Cada persona es corresponsable de la manera en que es gobernada”. Y Arango dice que el silencio de quienes callaron es evidencia de complicidad o complacencia.

Es posible que a estas alturas en algunas de sus mentes la palabra “culpa” y todo este asunto de las cargas que debemos echar a nuestros hombros esté haciendo ruido. Cuando se le pregunta cómo debemos responder ante nuestra culpa moral y metafísica, Jaspers dice que el castigo debería ser cargar con el eco de la pregunta en la conciencia y andar por el mundo con la mirada hacia la tierra a causa de la vergüenza. La vergüenza como marca del castigo.

Estas ideas de culpa y vergüenza parten del intento por proteger el principio de solidaridad universal por el cual deberíamos siempre actuar en favor de lo humano. Formas de este principio podemos encontrarlas en el judeo-cristianismo, en el catolicismo o en la teología de la liberación. También en la filosofía Ubuntu, y con ella cerraremos, por fin, este intento por responder preguntas para escuchar el eco. Pero antes, algo más: Hannah Arendt ha ofrecido, ante la clasificación de Jaspers, una alternativa para matizar el tono inquisitivo de la culpa. Ha propuesto que hablemos también de responsabilidad, porque no todas estamos relacionadas con los hechos en igual grado, y en la mayoría de ocasiones corresponde llamarnos responsables y no culpables: “La culpa, a diferencia de la responsabilidad, siempre selecciona; es estrictamente personal”, la culpa y la inocencia son individuales, ante lo colectivo solo podemos ser responsables.

Quizá con esta idea de Arendt podamos cocinar algo mejor: tomar una pizca de las ideas de Jaspers y preparar una salsa metafísica, poner en hervor la responsabilidad de Arendt, cortar julianitas del ingrediente adicional (perspectiva Ubuntu) que será la clave de la receta, y espolvorear todo con la conciencia de la participación colectiva, mezclamos en salsa metafísica, y listo.

Responsabilidad metafísica Ubuntu

Tal vez haya quienes se sientan bien con la alternativa de la vergüenza, y crean que es un precio justo. Tendrá su encanto salir a las calles y ver a la gente mirando hacia el suelo o esquivando la mirada. Goyo, un amigo al que le gusta la culpa, me dijo que podríamos armar una Gran Marcha Nacional de la Vergüenza: miles agachando la mirada caminando en silencio, nada de consignas o carnavales, nada que celebrar. O mejor podríamos armar una marcha por víctima, una por día. No alcanzaría una vida. Muchas otras personas, supongo, no deberán cargar con ningún peso, también hay requisitos para aceptar responsabilidades, y la enfermedad, las limitaciones de la libertad y las muchas formas en las que se es víctima deberían poder menguar en mucho nuestra relación con los pesos que aceptamos cargar. La vergüenza, en estos casos, le corresponderá a sus victimarios, o a Dios o al destino o al azar o a las nubes, qué más da.

¿Recuerdan por qué llegamos hasta acá? Les dije que le haríamos algunas preguntas a esa pregunta: “¿Cómo nos atrevimos a dejar que pasara?”, y ahora que parece que no hay trampas, que sí nos corresponde, a millones, repetirla y escuchar su eco, parece que lo importante es aceptar la invitación de la Comisión: aceptar que sí somos responsables en alguna medida, penal, política, moral o metafísica, lo hubiéramos querido o no, y entonces hacernos más preguntas. Y para dejar el camino abonado, tal vez podamos buscar si hay una mejor alternativa que la vergüenza. Porque quizá el caso ahora es que la vergüenza, aunque es mucho, aunque ya dice por lo menos algo de nuestro reconocimiento de culpas y responsabilidades, es insuficiente; no es fértil, no repara. Así que se me ocurre que hay otra alternativa para responder: ser en el hacer. Les propongo que hagamos caso a la sabiduría ancestral. El obispo africano Desmond Tutu, Premio Nobel de Paz, dice que Ubuntu significa: “Te necesito para poder ser yo mismo, al igual que me necesitas para poder ser tú mismo (…) Una persona solo es persona gracias a las demás”. Y Ubuntu es algo más. La abogada y vicepresidenta de Colombia, Francia Márquez Mina, escribió para la Comisión de la Verdad un ensayo titulado “El territorio es la vida”, que hace parte del libro Territorio, pasen ustedes:

“(…) la crianza comunitaria impartida por las mayoras y mayores de la comunidad en la que me crie me enseñaron a comprender, ver y sentir el territorio como un espacio de vida, de construcción colectiva y comunitaria. Un espacio donde se recrea la cultura, donde se tejen relaciones de familia extensa y a su vez reglas de derecho propio o consuetudinario sobre el relacionamiento con el entorno, con la naturaleza. Estas enseñanzas desde la sabiduría ancestral me han permitido entender la filosofía ubuntu: el «soy porque somos». Esa filosofía no solo nos recuerda el vínculo entre los seres humanos, sino también con la naturaleza, la cual nos permite entender que no somos sus dueños, sino parte de esta. Por tanto, cuidar la casa grande, la madre tierra, la Pachamama, es cuidarnos a nosotros mismos. Entendemos que el territorio se teje a partir de relaciones entre los seres humanos y los otros seres con quienes lo cohabitamos”.

La perspectiva Ubuntu invita a asumir la extensión del principio de solidaridad por fuera de los límites de lo humano, no solo porque la naturaleza sea o no legalmente sujeta de derechos, sino porque también deberíamos responder a la conciencia de que el territorio no es solo la roca, el pavimento o la tierra, el territorio es el espacio del Ser. Necesitamos el territorio para poder ser.

Y ya que cambiamos la culpa por la responsabilidad, quizá podamos cambiar la vergüenza por el acto Ubuntu, el acto que repara, y que nos revela conscientes de que es trabajando colaborativamente, y con solidaridad y respeto a lo vivo, al cuerpo y el territorio, que podemos atender nuestras deudas y nuestros anhelos morales, políticos y metafísicos, y aportar para que no haya más primaveras silenciosas, y los pájaros no tengan razones para dejar de cantar.

*

Bien. Quizá ahora podamos pasar a la otra parte de la pregunta:

¿Cómo nos podemos atrever a permitir que continúe?

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