De pandemia, cultura y saldos en rojo

Trapos naranja en las fachadas de entidades culturales para pedir atención a la crisis del sector causada por la pandemia.

Con la cuarentena, la llamada economía naranja comenzó a podrirse. Aunque muchos se adaptaron a las monetizaciones virtuales y le sacaron jugo, para la gran mayoría de grupos artísticos y empresarios de la cultura significó un tiempo de bolsillos rotos.

 

Por Ricardo L. Cruz
Fotografías de Juan Fernando Ospina

 

Quienes me conocen saben que no soy muy fanático de los conciertos. La última vez que estuve en uno fue el 16 de junio de 2018 en el teatro Pablo Tobón Uribe. Y eso, porque esa noche mi buena amiga Diana me llamó y a modo de regaño me dijo: “¡Cómo te vas a quedar sin ver a Vetusta Morla, estás loco!”. Sin dudarlo, me prestó el dinero para ver en vivo a esta agrupación española, por aquel entonces una de mis favoritas.

Confieso que aún no he honrado mi deuda, pero tampoco la olvido. Tanto así que a eso de las once de la noche del 31 de diciembre de 2019 escribí en un papelito una lista de propósitos a cumplir en 2020. Entre ellos, ir más a conciertos y, si se daba la ocasión, invitar a mi amiga, así como ella lo había hecho conmigo.

El primero que tenía en la agenda era el concierto de las Leyendas vivas de la salsa, que tendría lugar el 25 de abril de 2020 en el centro de espectáculos La Macarena. “Este año sí voy con ustedes”, recuerdo que les dije a Diana y a Yulián una noche de copas de febrero, cuando ambos exhibieron orgullosos sus boletas. En ese momento, la pandemia del covid-19 sonaba como un problema exclusivo de los países asiáticos que quizás no tocaría estas tierras.

Pero llegó mucho antes de lo que cualquiera hubiera imaginado y desde entonces hombres y mujeres no podemos beber, bailar y abrazarnos en un bar o una discoteca; no podemos fundirnos en una sola masa amorfa para gritar a todo pulmón las canciones de nuestros ídolos en un concierto o los goles de nuestro equipo de fútbol en el estadio; se nos prohibió disfrutar, de manera presencial, una obra de teatro, un recital o una muestra de danza, o volver a una sala de cine para deleitarnos con la magia de la pantalla grande.

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“Hermano, la boletería se agotó desde diciembre”, me dijo el empresario Edgar Berrío, responsable de la organización del concierto Leyendas vivas de la salsa que este 2020 llegaba a su sexta versión consecutiva y, para ello, tenía preparado un cartel tentador, incluso para apáticos a los conciertos como yo: la Orquesta Lebrón, Nacho Sanabria, la Orquesta Dicupé, Orquesta Power, entre otras. “Desde febrero ya tenía todo el concierto pago: artistas pagos, tiquetes internacionales enviados para más de 45 músicos, sonidistas contratados, más de seiscientos millones en pagos del concierto… pero, en fin, pasó lo que pasó”.

Para Edgar, así como para quienes se dedican a la producción de eventos masivos, el impacto económico generado por la pandemia aún es incuantificable. Paradójicamente, si algún año pintaba bueno para este gremio era el 2020. Estimativos realizados por los propios empresarios señalan que este año se dejaron de realizar, solo en Medellín, poco más de 1500 conciertos. Eso sin contar los espectáculos gratuitos, de carácter benéfico o misional que realizan cada año fundaciones, organizaciones sin ánimo de lucro, universidades públicas y privadas.

Edgar, por ejemplo, no pudo traer al cantante español Rafael, no pudo realizar los dos conciertos privados que logró posicionar en la Feria de Flores y tampoco pudo celebrar por lo alto los dieciocho años de su cadena de bares Melodía para Dos. “El año pasado trajimos a Roberto Carlos y este año pensábamos hacer algo en grande”.

Por cuenta de la pandemia tampoco pudieron venir a Medellín la Orquesta Aragón y la Orquesta Típica Novel de Nueva York, “que también se estaban vendiendo muy bien porque ese tipo de conciertos de música cubana son muy exitosos aquí”, explicó Óscar Castañeda, realizador de conciertos y director de unos de los eventos más emblemáticos de la ciudad: Medejazz. “Y ahí teníamos cuatro conciertos que ya venían caminando muy bien, sin contar los conciertos gratuitos que hacemos cada año en el marco del festival”.

Al igual que sus colegas, Óscar proyectaba en enero un año bastante diferente a como lo terminó. “Empezamos el año con pie derecho: programamos concierto con José Luis Perales para marzo de este año y desde diciembre del año pasado teníamos vendido todo el aforo del teatro de la Universidad de Medellín. Le propusimos al artista hacer otro concierto al día siguiente. Él aceptó, comenzamos venta de boletería y en febrero ya estaba agotada”.

Si bien los conciertos fueron reprogramados para 2021, todo sigue siendo incierto. “Lo peor es que nosotros ya le habíamos cancelado los honorarios al artista. Eso quiere decir que él se quedó con sus honorarios. La empresa que vende las boletas se quedó con el dinero de la venta de boletería; es decir, toda nuestra liquidez quedó invertida en ese concierto que quedó en stand by”.

Cada espectáculo, según los cálculos de Óscar, “puede generar unos 1500 a 1700 millones de pesos. Ahora, solo en los conciertos de salsa que realizamos en Plaza Mayor empleamos unos ochenta logísticos, unos cuarenta meseros… Mejor dicho, en promedio, entre técnicos, empresas de sonido, empresas de iluminación, empresas de video y demás empleamos más o menos unas 220 personas”.

En el caso de Edgar, cada concierto suyo genera un promedio de cuatrocientos empleos directos, sin contar los trabajos que gravitan alrededor de un espectáculo masivo: los que venden comidas y bebidas, los taxistas, los que venden suvenires y recordatorios, los que venden sombrillas, capas de plástico, cojines, entre otros. Su espectáculo Leyendas vivas de la salsa fue reprogramado para el 17 de abril de 2021.

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Hace tantos años que frecuento el mismo bar en el Centro de Medellín que ya no recuerdo cómo ni cuándo ingresé allí por primera vez. Eso sí, su aniversario es una de esas fechas que marco en el calendario el primer día de enero. A veces, el onomástico del bar suele coincidir con la Semana Mayor, pero ello no es impedimento para celebrar la más carnavalera fiesta de la Comuna 10 y sus alrededores. Este año, debido a la orden de cuarentena estricta decretada por el gobierno nacional, la celebración migró a las pantallas. Fue la primera y última vez que utilicé mi computador para conectarme a una “fiesta virtual”.

Mi trabajo me obliga a estar conectado por lo menos dieciocho horas al día, al menos seis días a la semana. De ahí que no sea capaz de concebir la diversión, el entretenimiento, la cultura, si no es de manera presencial, en vivo y en directo; en pocas palabras, son estos los momentos ideales para desconectarse de las pantallas. Pero esta pandemia, que tiene lugar en el siglo de la tecnología, obligó a muchas organizaciones del sector cultural y de entretenimiento a adecuar sus contenidos, su quehacer, sus modos de entretener y de narrar, a este mundo virtual.

Para muchos, lo anterior significó forzosos aprendizajes que algunos lograron capitalizar, como fue el caso de Medejazz, cuya programación se realizó cien por ciento de manera virtual. “Y mira que no todo es terrible en la virtualidad. Como los conciertos quedan montados en la página web de MedeJazz y en redes sociales, la gente que no los pudo ver hoy los ve mañana. Al momento de la transmisión en directo registramos mil participantes, y ahorita hay conciertos que ya tienen cuatro mil, cinco mil reproducciones, entonces bueno, eso es ventaja. Igual pasó con las clases maestras, que tuvimos más gente conectada desde sus casas que cuando era presencial”, reconoció Óscar Castañeda.

Para otros, el paso al mundo digital, aunque traumático, era más que necesario. “A muchas entidades culturales esta transición digital nos cogió en pañales, muy rezagados, y nos vimos obligados a llevar esos contenidos que teníamos pensados para los espacios físicos a la virtualidad. Eso fue todo un desafío. Pero nos dimos cuenta de que ya era hora de pensarnos como un museo digital, porque esta virtualidad llegó para quedarse un buen rato”, me contó María Mercedes González, directora del Museo de Arte Moderno de Medellín.

Lo virtual, según María Mercedes, le permitió al Mamm mantener el vínculo con su público, ahora desde diferentes partes del mundo. “Pero lo más importante es que logramos mantener el rol educativo del Museo, por lo que representa para la ciudad. También pudimos realizar tres exposiciones de carácter temporal, lo que nos deja muy contentos. Para nosotros este ha sido el año más exigente de nuestros cuarenta años de historia”.

Prueba de ello será la merma en ingresos que tendrá el Mamm este año, recursos que por ahora no son subsanables por vía digital: “Un museo como el Mamm se sostiene con aportes de la empresa privada, en un cuarenta por ciento; hay un rubro de aportes del Estado del dieciocho por ciento; y un 39 por ciento son recursos propios, que vienen creciendo año por año. Pero este año, solo en recursos propios dejaremos de percibir dos mil millones de pesos”.

Por su parte, el Teatro Pablo Tobón Uribe, uno de los referentes culturales más importantes de Centro de Medellín, también debió adaptarse a las nuevas circunstancias impuestas por el distanciamiento social y la prohibición de las aglomeraciones. Así, de los 750 eventos que el teatro tenía programado para el 2020, solo se lograron realizar unos 150, y de manera virtual. “Sin embargo, esos contenidos, en esos nuevos formatos, en términos de contenido nos dejan un balance muy bueno. Eso muestra ese corazón y ese espíritu solidario del Teatro, que también se preocupó por tener contenido para unir las familias que estaban en sus casas, a la gente que también estuvo muy sola durante los confinamientos”, manifestó Juan Carlos Sánchez, director del Teatro.

Para Juan Carlos, el aprendizaje forzoso que debieron emprender en 2020 terminó generando nuevas capacidades entre su personal. “Logramos configurar una nueva unidad de negocio: de realizadores audiovisuales; entonces tenemos tecnología, ya tenemos la capacidad técnica y humana, tenemos el personal y el equipo para desarrollar productos audiovisuales, conciertos en gran formato, espectáculos digitales, y eso es muy bueno para nosotros”.

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No todas las actividades culturales pueden migrar su quehacer al mundo digital de manera satisfactoria. El teatro es, quizás, una de ellas. Andrés Moure, actor y director de Pequeño Teatro, una de las salas más representativas de Medellín, así lo manifestó: “El teatro es un hecho de la presencialidad, es un respirar conjunto entre el espectador y el actor. Por eso digo que no fue teatro lo que hicimos con esas funciones virtuales que realizamos este año, pero fue lo que pudimos hacer y eso nos permitió mantener las ayudas que recibimos de la administración municipal y el gobierno nacional”.

Andrés se refiere a las dieciséis presentaciones virtuales realizadas por seis grupos de teatro del país durante el mes de octubre, que a su vez terminó siendo la fiesta de cumpleaños número 45 de Pequeño Teatro: “Lo teníamos planeado para junio, pero igual lo hicimos, no en las condiciones que queríamos porque el teatro no es audiovisual. El caso es que, para poder cumplir con los compromisos de Salas Abiertas y Salas Concertadas, tuvimos que montar nuestras obras en el mundo virtual”.

Salas Abiertas es el nombre de la política pública que promulgó el Concejo de Medellín en 2011, mediante la cual la administración municipal destina año por año un porcentaje de su presupuesto para el funcionamiento de las salas de artes escénicas. Aunque importante, dicho rubro resulta insuficiente para sostener espacios como el Pequeño Teatro, cuyos gastos operacionales mensuales, según Andrés, rondan los cuarenta millones de pesos, de los cuales el dinero proveniente de la Alcaldía de Medellín solo alcanza a cubrir un diecisiete por ciento de los gastos.

Eso, para el caso de los grupos de teatro que cuentan con sala. En Medellín, de 38 grupos de teatro, solo cinco cuentan con sede propia para sus funciones. Ello significa que, para un gremio donde la informalidad es bastante alta, “que vive del día a día, de cada función, de cada clase que dicta, pues simplemente si no hay funciones, si no puede dictar clase, pues muchos están desempleados”, afirmó Andrés.

Desafortunadamente, la ciudad no cuenta con un censo consolidado que permita saber cuántas personas emplean sectores como el teatro, la danza, las artes plásticas o la música; cuántas personas viven de la gestión cultural, la defensa y promoción del patrimonio cultural e inmaterial; quiénes se dedican a las industrias culturales y creativas. Con todo y ello, el Dane, responsable de las estadísticas en Colombia, señaló que mientras en 2019 unas 517 000 personas se encontraban vinculadas laboralmente a los sectores mencionados en todo el país, para septiembre de 2020 la cifra se redujo en un 11,9 por ciento, es decir, 61 500 personas menos.

Por ello, para mitigar la situación de vulnerabilidad de músicos, artistas callejeros, cantantes, actores, presentadores, bailarines, pintores y demás, por cuenta de la pandemia, el Ministerio de Cultura profirió el Decreto 561 del 20 de abril de 2020, en el que ordenó la destinación, de manera transitoria, de los recursos del impuesto nacional al consumo para los artistas, creadores y gestores culturales más necesitados. Ello se tradujo en tres pagos mensuales de 160 mil pesos que, en el caso de Antioquia, se entregaron a 7772 beneficiarios durante los meses junio, julio y agosto. De ellos, unos 2330 auxilios se otorgaron en Medellín.

“Primero que todo, 160 mil pesos durante tres meses, ¿qué es eso? Una miseria, perdone que lo diga. Ahora, ¿a quiénes se los dieron? Es muy probable que le hayan dado esa ayuda a alguien que a lo mejor no lo necesitaba y como no tenemos un censo de artistas, pues difícil saber si quedó en las manos de quien lo necesitaba”, me contestó Andrés cuando le pregunté si el Estado estiró su mano para ayudar a los artistas durante esta pandemia.

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Soy bohemio, y como tal, nunca había extrañado tanto los bares, los cafés, el baile, las ferias y fiestas de ciudad, los conciertos públicos, el cine, el teatro y el estadio tanto como este particular 2020. La tecnocracia epidemióloga insiste en que en estos sitios el covid-19 es mucho más infeccioso que en el transporte público, la empresa, el comercio. Nada que hacer. De algo sí estoy seguro: no soy el único que anhela regresar a estos espacios.

Hasta el secretario encargado de Cultura, Álvaro Narváez, siente que “el encierro nos mostró lo valiosos que son nuestros artistas, nuestros músicos, nuestras expresiones culturales. Hoy los habitantes de Medellín valoran más a sus artistas y eso será clave cuando regresemos a la normalidad”.

El funcionario, quien se muestra satisfecho porque la administración municipal pudo realizar todos los eventos bajo su responsabilidad, bien acudiendo al recurso de la virtualidad, bien mediante la reducción de aforos, afirma que “a pesar de todo, esta pandemia deja enseñanzas al sector cultural. Cambiar el concepto de públicos por audiencias y de escenarios por plataformas. Eso nos permitió conectar desde lo virtual con muchas más audiencias y estar simultáneamente en diversas plataformas”.

Lamento estar en desacuerdo, señor secretario. Las pantallas nunca remplazarán la experiencia cara-cara del teatro; ni el ritual que implica ir a una sala de cine; ni el estar sintiendo el sudor de quienes están junto a ti en un concierto; ni el placer que da bailar como alma poseída en un tumultuoso bar de salsa; ni la felicidad que da gritar un gol en el estadio junto a cuarenta mil gargantas más. Claro está, señor secretario, que la culpa de todo esto se la podemos adjudicar al jodido virus.

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