Texto: Juan de Frono
Carteles: Tatyana Zambrano
“Solsticio de invierno, veinticinco grados a mediodía: toda la humedad continental chorrea sin recato ninguno, en completa desvergüenza extravagante sobre la pobre ciudad, que discurre acomplejada bajo peso semejante. ¿Es normal? ¿Qué dicen les científiques? Consultas pedestres de gente decente”.
Este es el comienzo de Vikinga Bonsái (Eterna Cadencia, 2019), una novela breve de la escritora argentina Ana Ojeda que algunos medios de comunicación reseñaron hace algunos meses como la primera novela escrita en lenguaje incluyente. O inclusivo. No sexista. No heteronormativo. No binario. Feminista. Etc.
Pero esto ocurrió en otro mundo: antes del covid-19. En Latinoamérica, este virus no solo detuvo la vida cotidiana, sino también una serie de manifestaciones sociales que se sucedían en diferentes países. Para escribir este texto, una invitación a pensar a cuatro manos (escritora-artista plástica) sobre la nueva realidad de cuarentenas, regreso a ese mundo anterior. El mundo de la letra “e”.
¿Por qué la letra “e”? Porque el tema que se nos propuso para reflexionar fue cuerpos dóciles, dos palabras unidas para el vocabulario académico por el francés Michael Foucault. En síntesis, este filósofo se refirió con concepto a la disciplina que se ejerce desde ciertas instituciones en relación con los cuerpos, como una manera de garantizar el orden. Ejemplos: el ejército, las comunidades religiosas, los colegios, las cárceles.
De este tema se ha hablado mucho en 2020. Todo porque la serie de imposiciones de permanecer en casa, de usar tapabocas, de no realizar reuniones… es una represión, un giro de tuerca en la docilidad de los cuerpos. Volverlos dóciles para mantener el orden. Pero salgamos de Foucault. O saltemos a otra orilla en su mismo universo: el lenguaje.
“¿Qué dicen los científiques?”. Esto se lee en otro capítulo de Vikinga Bonsai:
Una red para gobernarles a todes.
Una red para encontrarles,
una red para atraerles a todes,
y atarles a las tinieblas.
Sacadas de contexto, estas palabras sirven para hablar de la docilidad del lenguaje, y de la discusión que desata el uso de la “e”. Las acciones de la Real Academia Española (RAE) plantean el orden, las convenciones, lo que podríamos traducir como la docilidad de ese lenguaje. La revolución de la “e” va en sentido contrario, como siempre va en otro sentido la lengua de la calle, la acera o la casa. La lengua cotidiana.
“El ‘lenguaje inclusivo’, a mí me gusta pensar, siguiendo la línea de María Moreno, es un lenguaje traidor”, dice la escritora Camila Sosa Villada, autora de la novela Las malas. Sí, es preciso y hermoso pensarlo así. Ya lo dicen los lingüistas: los cambios en la lengua son lentos y azarosos, nada garantiza que el uso de la “e” se instale, por más justo que parezca. Pero, aunque no podamos saber si en cien años el castellano estará poblado de sustantivos con “es”, hay algo claro: el empleo de esta letra, hoy, hoy, es una cuestión política y poética, muy necesaria.
En este tiempo de nuestros cuerpos dóciles, obligados a hacer lo mismo para evitar la propagación de un virus, ¿cómo ha sido la cuarentena de la letra “e”? No la tuvo, desde luego, sigue estando presente en la cotidianidad, sea la “real” o en las pantallas.
Hay que recordar algo: fue con el nuevo siglo digital que se popularizaron las primeras propuestas de lenguaje inclusivo. Iniciativas como el @, la x, el asterisco (*) o la barra inclinada (/) han sido muy comunes, pero de difícil pronunciación. Después se sumó el desdoblamiento: las niñas y los niños, las maestras y los maestros, todas y todos. Una herramienta que se ha instalado en los discursos políticos y las entidades gubernamentales. “La lengua española es una de las pocas que se pueden desdoblar en femenino y masculino, pero es una parcela muy pequeña de la lengua, que no llega al seis por ciento. Yo no compraría una novela desdoblada; las únicas que ganan con esto son las imprentas, porque tendrían más páginas”, dice la lingüista mexicana Concepción Company, investigadora de la Unam y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y de El Colegio Nacional de México.
Pero llegó la “e”, que se expandió a partir de los de los movimientos feministas argentinos a favor del aborto en 2018. Desde entonces es la reina de la fiesta del lenguaje que no quiere ser dócil y continuar bajo la sombra del genérico masculino o el binarismo. “La molotov feminista y disidente estalló contra el lenguaje. Primero fue el @, después la x, el asterisco * y, por último, la letra más certera, la que dio de lleno donde tenía que dar: la ´e´”, escribe María Florencia Alcaraz en la Revista Anfibia en un “Manual de instrucciones para hablar con “e”.
En 1972 el escritor parisino George Perec publicó una novela que omitió en sus casi trescientas páginas la letra “e”, la más común en el francés. No está mal pensar que ahora se escribe una novela en español en la que esa letra que omitió el escritor en su libro se convierte en un signo popular, que se multiplica para remediar una ausencia.
Esta discusión del lenguaje inclusivo, como es obvio, no es una cuestión exclusiva del castellano. Desde 2005, por ejemplo, el sueco incorporó a su gramática un nuevo pronombre: hen, que no posee género, y que se suma a los tradicionales han/ él y hon/ ella. El pronombre neutro proviene de movimientos feministas de los años sesenta. Igualmente, en el inglés existen movimientos a favor del plural neutro they, para no tener que marcar un género con el he o she.
“El uso de la letra ‘e’ como supuesta marca de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de la oposición de género”, escribió la RAE en su cuenta de Twitter hace algunos meses, como apoyo a un usuario ofendido por una invitación de la Secretaría de Cultura de México donde se leía “nosotres”. ¿Miedo a una vocal? ¿Miedo a que la lengua se deforme (esto denunció el ofendido tuitero)? ¿Miedo a que la lengua se vuelva impura? ¿Miedo a qué?
Aquí hay algo que vale la pena dejar claro. Aunque es maravilloso todo el movimiento poético y político en relación con la “e”, si de justicias se trata deberíamos darle la vuelta al habla y convertir el femenino en genérico: transformarnos en todas, de una vez y por todas. Ya muchas lo hacen, pero para otras todavía resulta incómodo. Y esa incomodidad debería ser nuestra norma.
“El lenguaje refleja realidades —dice la profesora e investigadora de la Universidad Nacional de Colombia Ochy Curiel—, y si en un lenguaje no están contenidos sujetos diferentes, estos no existen, porque no se nombran”. Aclara esto para señalar que esa fue la lucha inicial del feminismo con “las” y “los”, aunque “solo reflejaba la realidad de incorporar a las mujeres al lenguaje. Pero el feminismo hace una autocrítica interna —teórica, política y ética—, y “los” y “las” no representan a todos los seres humanos, porque es una cuestión binaria”. De ahí que la “e”, una propuesta del feminismo, también haya sido acogida por otras personas no representadas en el lenguaje y esté siendo usada para referirse a identidades distintas.
Sabemos que un cambio lingüístico requiere antes una transformación en el habla que se filtre a las calles, a la lengua de la casa, de la intimidad, del día a día. “En Estados Unidos ya no se usa la palabra “negro” para identificar a los que hoy se definen como black o african americans. Fue una batalla que no comenzó con disputas sobre sustantivos, sino con una larga marcha desde Alabama”, escribió Beatriz Sarlo en una columna titulada “Alumnas, alumnos y alumnes”. Quizá el punto en que estamos, en medio de las discusiones de cómo ampliar el lenguaje para que todas personas quepan, sea la estrella que se abre después de las largas luchas femeninas que comenzaron en el siglo XX.
Y no olvidemos el azar. Que prosperen la política y la poética de la “e” depende de él. Como ahora, más que nunca, dependemos de sus formas ante un virus que nos ha empañado la posibilidad de imaginar el futuro. “¿O qué dicen los científiques?”. Este texto, por ejemplo, tendría que describir vivencias o injusticias en cuarentena, pero terminó hablando de una letra que ha estado presente en la calle y las protestas y que, como las protestas, se ha visto reprimida, obligada a estar en casa. Pero quizá no exista una mejor forma de hablar de este tiempo: comenzar con un tema y saltar a otros, sin concentración y control.
Es urgente, perres, comprender que la “e” no es una imposición, es solo un performance poético-político para señalar desigualdades. Urgente saber, querides, que hay gente que se siente por fuera de la noche o el día que parece ser el lenguaje. Urgente, amigues, aceptar que el habla puede llenarse de “aes” y “es”, más sonoras y potentes que las tristes “oes” encapsuladas. Urgente, mariques, pirobes, amar e insultar con todas las letras posibles. Quizás en un futuro lejano, después del fin del mundo, todas seamos todes contra el largo imperio del todos.
Por último, no olviden que la poesía y la política pueden ser tristes ficciones.