Moriremos. Un manifiesto inacabado

Texto: Luciano Peláez
Cartel: Juan Fernando Vélez

1.

Mientras morimos, narrémonos. Declaremos, para empezar, que estamos vivos, no es poco ni mucho. Vivos, pero con miedo. Somos, si algo somos, la especie del miedo. No del miedo mítico, a lo oscuro o incierto: tememos al otro. Es como declarar, en el fondo, que estamos medio muertos. El otro, sea quien sea, es una amenaza.


¿Dónde vive el miedo? Vive en todas partes, vive con miedo.


Digamos que donde acaba nuestra sombra, arranca la del prójimo. Ahí, justo ahí, vive el miedo: criatura de contornos borrosos, artera. Digamos “criatura”; nos entendemos cuando nos llamamos de alguna manera. Y nos narramos y nombramos mientras vivimos, o sea: mientras podemos.

2.

El miedo, como un virus en busca de posada, anida en arengas, manifiestos o algoritmos.

3.

Éramos la civilización de las manadas. Retumbando, por millares, íbamos en hordas, filados en procesiones. Hacíamos todo lo posible por quebrar el silencio, la forma más compleja de narrarnos.


Fuimos la avara civilización de nomás un minuto de silencio.


Fuimos la civilización de la retórica. El animal que habló de más.

4.

Contra su propia sombra, arrinconamos al otro. De preferencia en cuchitriles o pocilgas o cuadriláteros. Algunos lo llaman turismo y, a veces, incluye casos de resiliencia.

Cartel por Juan Fernando Vélez

5.

Somos manada; soplamos el aire caliente de la manada. Algunos lo llaman democracia.

Hacer país, dicen por ahí. Frase maquilada.

6.

Las sombras, nuestras y ajenas, se aparean en una orgía brutal.

Tenemos por límite la piel. ¿Y entre la piel y la sombra quién gana? Es la zona fronteriza. El mismísimo limbo.

¿Quién gobierna sobre los cuerpos?

El virus ya estaba. Estaba y estará en todas partes. El virus es un viajero frecuente; el virus hace más que cualquier profecía.

7.

Quisimos domesticarlo todo: incluso los muertos y la memoria.

8.

¿Para qué un acelerador de partículas? La maximización del recurso es nuestro pastor.

Qué cruel es el adverbio YA. ¿Cuándo tendrá la incertidumbre sus quince minutos de gloria?

9.

La asepsia mata ciertos virus. También le hace mella a la ironía. Como la corrección política.

10.

Prohibido vender productos en la portería, dice la administración. Qué mundo de administraciones, qué falta de surtido en las porterías.

11.

Premiamos la valentía. La mayoría, medrosos que somos, vamos de últimos. El premio de consolación a los cobardes es la rutina.

12.

Nos gusta la estadística.

13.

No lo hacemos mal para gentrificar. Es un talento antiguo.

14.

Somos el único animal que narra peleas de boxeo.

15.

Trabajamos como hormigas, sufrimos como humanos.

16.

Pregunta retórica: ¿Quién dio la orden?

17.

Nada va a cambiar, nomás moriremos.

18.

La inmunidad de rebaño necesita pastores.

19.

Libertad y orden. Vaya contradicción.

20.

Tuve compañeros de colegio con pistola. Ya uno murió. En ese entonces no había virus.

21.

Lugares comunes:
El lugar de enunciación
El lugar del otro
Los no lugares.

22.

Estoy a favor de los lugares comunes.

23.

A Sun Tzu le atribuyen cualquier cosa.

24.

En mi época se validaba el bachillerato: dos años en uno. En mi época no había memoria histórica.

25.

En mi época había más charcos, y más colombianos en Venezuela.

26.

El hacha de mis mayores hace un corte de franela limpio.

27.

El otro día me encontré a la raza antioqueña. Nos ofrecimos plata a interés.

28.

Todo es aporofobia.

29.

Cosas que sucedían en mi época:
Al azul no le pareció el giro, entonces hizo frenar a don Genaro que, por el impulso o por la pica, se plantó en media vía. Don Genaro no era fácil. Molesto, habló para todo el bus, y con voz seca.
“De aquí no me muevo”, dijo.
Como la cosa iba en serio Araceli, la única profesora, le rogó que cediera. De nada sirvió. El mismo azul le pidió los papeles a don Genaro por la ventanilla, mientras otro azul trepaba al bus y daba una mirada general. De manera mecánica, se llevó la mano a la correa, al fajo de hojas para los partes. Pero don Genaro igual, sin mirar a ninguno de los dos. Ni siquiera subió la voz. Apagó el bus, lo apagó a medias para que funcionara el radio. El carro de atrás se agarró del pito.
Todo el mundo respetaba a don Genaro. “Buenas y hastalueguito” era casi que lo único que decía. Nunca se había metido con nadie, mucho menos se había retrasado en la ruta. A don Genaro lo respetaba hasta Araceli, que no respetaba a nadie.
“¿Estamos bien, don Genaro?”, le preguntó ella. Y don Genaro dijo que más o menos.
Antes de bajarse, el azul del bus dijo que no había problema, la cosa la solucionaría la policía.
“Mejor”, dijo don Genaro.
Por la cara de pimentón se adivinaba su ira. “Voy a fumar”, le dijo a Araceli.
Apenas se oía el runrún de los audífonos del Muerto.
“No se demore”, respondió Araceli.
Don Genaro pasó por el lado derecho del bus, junto al azul inicial. ¡La cara de susto que puso al ver un viejo con rabia!
Araceli lo llamó, hacía rato estaba de pie con una planilla. Llamó a lista, pero nadie se la tomó muy en serio.

30.

Querido virus: igual, ya estábamos pagando vacuna, ya estábamos enfermos.

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