Control
Texto: Estefanía Carvajal
Artista: Colectivo La Asamblea
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Control.
Del francés contrôle.
1. m. Comprobación, inspección, fiscalización, intervención.
2. m. Dominio, mando, preponderancia.
3. m. Regulación, manual o automática, sobre un sistema.
En Medellín, 132 vallas que “abrazan” un área de cuarenta mil metros cuadrados alrededor del Museo de Antioquia. En Medellín, la vacunación masiva de los combos en los barrios aledaños a las escaleras eléctricas de la Comuna 13.
En Medellín, las seis entradas del Parque Lleras custodiadas por policías cuajos en chaleco antibalas. En Medellín, los tombos. En Medallo, los muchachos.
Todos quieren la misma cosa: que los gringos se amañen y se gasten los dólares. Que se queden sin efectivo y terminen rumiando el cupo de la tarjeta de crédito. Que se gasten todo lo que traen en los comercios de la gente verraca de estas tierras de industriales y mercaderes, o en putas y drogas, pero que se lo gasten.
No me malinterpreten: no soy antiimperialista. Soy nieta de un dentista tegua y primogénita de unas confecciones que surten de mercancía al Hueco.
Además, prefiero a los gringos que a las bombas.
La deshonrosa primera vez que fuimos primeros en algo, Medellín encabezó la lista de las ciudades más violentas del mundo. Las guerras del Estado contra Escobar, los otros narcos contra Escobar, la DEA contra Escobar dejaron viudas y huérfanos y madres sin hijos y magnicidios y carrobombas y miedo y dolor por todas partes, y todo eso, que parece parte del pasado, aunque aún no lo sea, constituye su mayor atractivo: Medellín, la ciudad en llamas que renació de sus cenizas.
Pero no todo es tan bonito como lo pintan, qué va.
Los gringos vienen en masa porque no saben que esta ciudad es solapada. O si lo saben, se hacen los bobos, como se harán también los bobos con sus propias mierdas. Cuando lo descubren (si es que tienen la mala suerte de descubrirlo) puede ser demasiado tarde: Medellín es indómita y marrullera y no puede uno dar papaya, porque se lo lleva el que lo trajo.
El control
(del francés contrôle)
es una ilusión
Un hombre de torso desnudo y empolvado yace tendido contra las vallas de la Plaza Botero, sobrellevando un chute. Como él, hay otros más. Alucinan sobre cajas de cartón y cobijas raídas por las asperezas de la calle. La avenida León de Greiff viene ardiendo desde hace varios años, pero ahora está separada de la plaza por el enmallado verde y blanco de la Policía Nacional.
Los vagabundos drogados quedaron del lado de afuera. Adentro, los que tienen la decencia de no inyectarse al frente de los niños.
Afuera, el brujo que se me acerca y me dice
¿Sagitario?
Freno en seco. ¿Cómo lo supo?
Lo miro y me toma la mano.
Alguien la está rezando.
Control.
Me dice que él puede decirme quién es la mujer que me tiene envidia.
Su oficina queda en el Palacio.
Si voy con él ahora mismo, me hace un descuento en la consulta. Me dice todo eso mientras dibuja con su dedo una cruz en la palma de mi mano y recita una oración (porque puede hablar y recitar al mismo tiempo).
¿Cuánto lleva en la billetera?
Sigue dibujando la cruz.
¿Para qué quiere saber?
¡Pues para rezárselo! Qué niña tan grosera.
¡Oigan a este! Digo. Le arrebato la mano y sigo mi camino.
Afuera, el centro es un animal hambriento que ruge a su presa. Adentro es lo mismo, pero amansado. Medellín es el hijo calavera que esconde el desorden debajo de la cama.
Adentro los borrachitos, los turistas, las gordas del maestro, las putas de la Veracruz, los fotógrafos viejos con sus polaroids, el arte y la cultura, uno que otro embolador gozando los últimos suspiros de su oficio humilde y varias familias de migrantes venezolanos con niños y perros escampándose del sol a la sombra clemente de los frangipanis y las jacarandas.
Una semana después del cierre, la Alcaldía celebró:
Primera semana de intervención en la Plaza Botero se cumple con cero delitos de alto impacto y miles de turistas felices.
Seis meses más tarde solo se habían cometido dos delitos de “alto impacto” en el sector acordonado: a alguien le robaron el celular y a otro lo cascaron, y eso, en comparación con los 53 delitos graves cometidos por malhechores en los mismos meses del año pasado, “ha sido magnífico”, dijo un ciudadano entrevistado por los funcionarios del gobierno local.
Las cifras no mienten: “el abrazo” de la Policía hizo más segura la Plaza Botero para todo el que quiera (y pueda) pasar por el arbitrario filtro de la ley.
Pero los alrededores no han tenido tanta suerte.
Toda la mierda que expulsó la Plaza Botero se la tragó el Parque Berrío, y ahora los jubilados, músicos, pregoneros y las vendedoras de tinto, los que llevan años habitando el parque y llenándolo de esa magia extraña de los culebreros que hacen carreras de cuyes, están arrinconados en las escaleras del metro: una tribuna de piedra desde la que ven pasar los días ocupados de oficinistas y jornaleros.
Entre enero y junio de este año, la 10 fue la comuna más violenta de Medellín: en el centro robaron, extorsionaron y mataron a más cristianos que en cualquier otra parte. Y aunque la cifra de hurtos a personas (por atraco, raponazo, descuido o cosquilleo) disminuyó un incipiente uno por ciento en los barrios de La Candelaria, en el resto de la ciudad aumentó: once por ciento en todas las comunas y corregimientos de Medellín, dieciséis por ciento en El Poblado, dieciocho por ciento en la Comuna 13.
El control
(del francés contrôle)
es un visaje
Y el visaje llena titulares. Y atrae dólares. Y es tan verraco que hasta gana elecciones.
En El Parque Lleras y Provenza el cierre se enfocó en restringir la entrada de las “meretrices” (o de cualquiera que le diera esa impresión al uniformado de turno), en una redada siniestra y misógina contra la falda y el escote.
Los primeros días llovieron denuncias en redes por discriminación, y al final pasó lo que tenía que pasar: la prostitución se escondió en los negocios y en la calle 10, que quedó por fuera del Disneylandia que la Alcaldía se inventó para los turistas.
Las cifras no mienten (y por eso son hermosas y terribles): encerrar la zona rosa no pudo evitar que los hurtos en El Poblado crecieran dieciséis por ciento hasta el 16 de septiembre. La policía, concentrada en cazar putas, olvidó mirar más allá de la cerca.
Plaza Botero y el Lleras son ahora ‘burbujas’ en medio de caos, droga e inseguridad, tituló El Colombiano el 16 de mayo.
Acción popular pone a tambalear cerramientos en el Parque Lleras y la Plaza Botero, dijeron el 26 de ese mismo mes.
El Parque Lleras ajusta dos meses de cerramiento pero sus problemas siguen, escribieron el 30 de junio.
Y así sucesivamente. Las vallas siguen erguidas, amarradas una a la otra con zunchos de plástico que la gente ha ido cortando según sus necesidades de desplazamiento. Las barreras se han ido llenando de cavidades por las que se cuelan transeúntes a plena luz del día.
¿Pero para qué vallas, si hay muchachos?, dice San Javier, que recibe más de un millón de turistas al año y que, a pesar del aumento en hurtos a personas en los últimos meses, ostenta cifras ejemplares en seguridad (solo se rajan en extorsión).
Si usted ha ido a la Comuna 13 y le han dicho que tranquilo, que va a estar más seguro que en El Poblado, no le están mintiendo.
El secreto lo sabe todo el mundo y desde siempre: el corredor de las escaleras eléctricas está custodiado por hombres que cobran vacunas, llevan libros de cuentas, pagan primas y aguinaldos a su dedicado personal y prohíben, por sobre todas las cosas, que toquen un solo pelo a los turistas que llegan por montones al barrio, atraídos por la exoticidad del ave fénix.
Allí, donde no está la ley, sí el control.
Del francés contrôle.
2. m. Dominio, mando, preponderancia.
En la 13 mandan La Agonía y otras bandas que cobran impuestos por todo: por grafitear un muro, por vender gaseosas, por guiar turistas, por montar un restaurante, por revocar una fachada. Qué agonía. Y el que no pague, el que delinca, robe o mate, ¡para afuera! (en el mejor de los casos).
Estamos tan acostumbrados a la extorsión que ya no la vemos. Es más: le decimos vacuna, como si fuera algo bueno, una cura. Y si un tipo se ensañó con otro, está enamorado. Y el muerto no es un muerto, sino un muñeco. Y los criminales no son neas, ni pillos, ni gamines, respeten; son muchachos. Y los cierres son abrazos y discriminar es prevenir. Así vamos por la vida fingiendo demencia con los vicios de la ciudad ladrillo entre montañas.
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