El universo en sinfonía

Un cielo cercano es un viaje entre la música y el espacio, una experiencia intergaláctica creada por el Planetario de Medellín, la Orquesta Filarmónica y el Parque Explora para demostrar cómo la música clásica no está tan lejos de las constelaciones y cómo desde los barrios se puede vivir esta experiencia. Bienvenidos a la nave.

 

Por Gloria Estrada
Fotografías de Sergio González

Como en todo viaje, hay una nave. En esta el armazón está compuesto por dos violines, una viola, un violonchelo y un contrabajo. Sus intérpretes son pilotos y tripulantes, anfitriones de un itinerario por el universo hasta los límites visibles en el que se viaja conducidos por la música. Ella es la nave, el vehículo que lleva a los pasajeros a dar una vuelta por el sistema solar y por constelaciones, asteroides, galaxias, millones de objetos espaciales… Una vuelta, digo, un recorrido por el asombro, por la maravilla de ver y escuchar, de desconectarse y pensar durante una hora en la inmensidad y en la nada.

El viaje comienza en la Tierra, claro. Y alejándonos de ella, llena de sus luces artificiales, vamos primero hacia la luna a bordo del cuarto movimiento de la Sinfonía Simple de Benjamin Britten, una composición juguetona acorde con un cielo que empieza a inundarse de estrellas y de satélites que pasan de un lado a otro. Emprendido el viaje ya no existe nada más que la animación conducida por una profesional del Planetario de Medellín y la música de cuerdas de la Orquesta Filarmónica.

Para Alejandra Duque el viaje empezó un poquito antes, unas cuadras abajo del Comfama de Pedregal, lugar de la presentación, de donde salió con esposo e hijos ese sábado por la noche rumbo a “una proyección del Planetario”. Sabían que allí estaría también la Filarmónica de Medellín pero no imaginaban cómo iba a ser el espectáculo. “En la casa nos gusta a todos la astronomía”, dijo la joven madre para explicar su asistencia. En el coliseo, sentados en primera fila, se dispusieron atentos ante la pantalla y… viajaron. Al final, los habitaba el sobresalto. “En la casa tenemos un telescopio y miramos el cielo, pero nunca había visto esto con música”. John Serna, el esposo de Alejandra, trataba de contener su propia emoción y la de su hijo Alejandro, de seis años, que hablaba al mismo tiempo y atropelladamente: “Tengo que averiguar qué fue eso brillante, como azul, que parecía un insecto…”.

Un cielo cercano es el nombre de este trabajo de la Orquesta Filarmónica y el Planetario de Medellín, apoyados por Comfama, cuya primera temporada se realizó en diciembre de 2020 y que en este octubre termina la segunda llevando la experiencia a barrios como Manrique, Aranjuez y Pedregal, a espacios como el Claustro Comfama y Otraparte, y a los municipios de Bello e Itagüí. Un montaje en el que participa una veintena de personas, entre un productor, un ingeniero de sonido, camarógrafos, montajistas y, por supuesto, un encargado de la navegación por el universo a través de un software astronómico y los cinco músicos y su ayudante.

Se trata de la versión modular de un montaje que en tiempos prepandémicos incluía la orquesta completa y una pantalla gigante en los grandes parques de la ciudad. Ahora, el quinteto compuesto por Juan Rodrigo Velásquez e Isabel Cristina Arango a cargo de los violines, Edison Acosta con la viola, Sergio González con el violonchelo y Víctor Henao a cargo del contrabajo no solo logra un registro completo y equilibrado de nueve piezas de música clásica que se sincronizan con el tránsito entre galaxias y constelaciones, sino que se propaga por la ciudad y municipios vecinos, llevando arte, ciencia, contemplación e imaginación a otras esquinas, a muchos barrios.

El proceso de armado de esta ruta y su nave se produjo en un ida y vuelta del Planetario a la Filarmónica, y viceversa, en el que se fueron intercambiando y ajustando tiempos, piezas, fragmentos, líneas para llegar al punto en que cada plano, impacto, movimiento, planeta, aparición y rotación está en sincronía con violines en ascenso, entradas, silencios, sonidos dulces, graves, agudos del violonchelo, pellizco del violín, descenso…

“En la selección del repertorio quisimos tomar obras de diferentes épocas, del repertorio clásico pero también del siglo XX, hicimos algunos arreglos aunque la mayoría son piezas para cuerdas. Ya luego ensayamos con las imágenes que nos enviaron del Planetario y se dejó completa la propuesta”, relata el violinista Juan Rodrigo Velásquez, quien también es arreglista.

Para la astrónoma Maritza Caballero, responsable de la navegación, este recorrido por el universo saca a las personas de su entorno habitual para colmarlas de las sensaciones que genera el acoplamiento de los movimientos musicales con las imágenes que inundan la pantalla. “Para el final, cuando es el regreso a la Tierra, por ejemplo, la pieza es muy intensa, muy épica”, dice, y eso explica que al terminar la presentación, cuando se abre un espacio para las preguntas, mucha gente está inquieta por el logro de las sincronías y maravillada por el acierto de las piezas musicales.

Es como lo expresó, al final del concierto en Pedregal, Rocío Álvarez, quien hizo el viaje cósmico con su hija Marisol Pineda: “Todo lo que uno va viendo está en sintonía con la música, la Tierra, el sol, la luna, uno se concentra y viaja de verdad”.

Se trata de un periplo de doble vía porque también viajan los músicos, que celebran volver a tocar con público, ser acogidos, escuchar los aplausos y que los asistentes al final estén conmovidos y les den las gracias. “La idea es que las obras ayuden a la gente en ese viaje por el cosmos, que la música permita la inmersión… Es increíble lo que la música puede hacer”, afirma Juan Rodrigo, testigo del poder de Un cielo cercano para acercar la llamada música culta y la ciencia a las personas y a estas, a su vez, al espacio. Una buena combinación de naturaleza y creación.

Naturaleza nos podemos atrever a llamar a campos magnéticos, cascadas de luz, Júpiter, Urano, Saturno y sus anillos y sus lunas, la Vía Láctea, nebulosas (el detalle que probablemente el pequeño Alejandro Serna debe estar averiguando), rocas, cinturones y asteroides. Creaciones son la Sinfonía simple de Benjamin Britten, Claro de luna de Claude Debussy, Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni, Carros de fuego de Vangelis, Gymnopedia de Erik Satie, Invierno de Vivaldi, Palladio de Karl Jenkins.

Como resultado, John Serna, el padre de familia, llamó empatía a lo que le generó el evento. Cómo no entender esa identificación, ese contacto con un universo que es a la vez inalcanzable e inteligible, si es gracias a la música, a su vibración y su armonía que se logra sentir tan cercano; un poco como lo escribió el poeta Antonin Artaud: “Es el sonido, la vibración acústica, lo que explica el gusto, la luz, la conmoción de las pasiones más sublimes”.

Al final, la nave, en un retorno vertiginoso, lleva a los viajeros a bordo de una obra compuesta en 1995 pero con una forma musical correspondiente al concerto grosso del periodo barroco, siglos XVII y XVIII, por lo que resulta medio clásica, medio pop. Y tal vez por eso, por esa genial idea de llevarnos de viaje con una música que entra por oídos y poros, es que el público termina haciendo parte del concierto, acompañando con movimientos corporales —casi imperceptibles pero que ahí están: en los pies, en la cabeza, en el torso— el recorrido de regreso a nuestro planeta contagiados por una melodía que, lo más probable, recién se acaba de conocer.

Y así, como en todo viaje, terrenal o intergaláctico, hay un aterrizaje. Y en el retorno casi siempre alguien espera. Dos amigas de Rocío, con las que se encontró apenas emprendía elegreso a casa, le preguntaron dónde estaba. En un concierto de la Filarmónica, les dijo. Ah, y cuándo vuelven, la interpelan. Hay que estar pendientes. Y se descolgó con ellas loma abajo, en constelación de gancho, con la nave por dentro y la noche extendida entre sus cuerpos y también al frente, en la otra comuna, donde las luces podrían ser estrellas.

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